miércoles, 18 de mayo de 2011

LOS LIBROS VIEJOS

En estos días está funcionando, como todos los años, la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión en el paseo de Recoletos. En realidad, en lo único que se diferencia esta feria de la cuesta de Moyano, de los tenderetes que se montan en la Gran Vía los días anteriores y posteriores al Día del Libro y del resto de puestos librescos que, según la fecha, se desperdigan por la también libresca geografía de los Madriles, es en su longitud y la infraestructura de las casetas, desde luego más sólidas, menos provisionales -aun siendo una feria provisional-, que las de Moyano, las cuales, a pesar de que funcionan todo el año, son viejas y misérrimas, dándole ese toque decadente tan de nuestro gusto. La Feria del Libro del Retiro -que no anda lejos en el tiempo-, no entra en la comparación. No es lo mismo, juega en otra liga, pues se mueve por razones más puramente comerciales, de novedad, que estas ferias de los libros de hojas pajizas y lomos desgastados.

En la feria de Recoletos se ven los mismos libros, las mismas editoriales, la misma variedad, que en la eterna Moyano o en la del Barrio del Pilar, por poner un ejemplo. Están sobre todo esas ediciones de Austral de bolsillo de cubiertas de colores según sea poesía, ensayo, narrativa o biografía, con títulos de escritores clásicos -Gómez de la Serna, Valle-Inclán, Marañón- que ya apenas se encuentran en las librerías convencionales. Luego sorprenden esas novelas románticas, de portadas muy coloristas estampadas con escenas de amores dramáticos, vendidas para las abnegadas amas de casa del franquismo, que rumiaban su aburrimiento y soledad mientras el marido traía el pan a casa.

En estas ferias hay mucha morralla, pero incluso la morralla tiene encanto. La mayoría de ejemplares son de los años 80 y 90, ediciones no lo suficientemente antiguas para ser atractivas, pero que compensan con su escaso precio. En la feria de Recoletos puede uno encontrarse desde un volumen de poemas de César González-Ruano recientemente editado por una editorial desconocida a un Catastro de la villa de Orihuela de hace treinta años bellísimamente encuadernado. Todo un millonario mundo de sugerencias que duermen sus anhelos de caseta en caseta, de feria en feria, a la espera de que alguien descubra sus secretos.

A estas ferias suele acudir uno con una indefinida sensación de hastío y pereza. Se le ocurren a uno muchas cosas mejores que hacer que andar mirando portadas de libros y, de cuando en cuando, agarrar uno y hojearlo desganadamente. Pero luego uno va, casi más por compromiso cultural con uno mismo que por otra cosa, y, mirada la primera caseta, tocado el primer libro, entra en una especie de trance. Y ya no se quiere ir. Ya no se puede ir, mejor dicho. Empieza uno a elucubrar si, por un mágico golpe de suerte, encontrará esa novela primeriza y desconocida de uno de nuestros escritores favoritos. Esa novela que debió de dejar de reeditarse hace treinta o cuarenta años, pero de la que sin duda debe de quedar algún ejemplar. Luego, la propia feria nos lleva por otros derroteros. Nos sorprende aquel libro, cuyo título nos abre nuevas galerías del alma; nos llena de melancolía este otro, que leímos en nuestra adolescencia, y de curiosidad aquel de allí, que, no sabemos por qué razón, sentimos que tienen la adivinada facultad de cambiar nuestra vida. Y seguramente, de leerlos, así sería.

Los libros son así. No hace falta leerlos para que dejen su huella en nosotros, seres de imaginación exaltada y un nunca saciado apetito de ilusiones mal concretadas. A veces, con conocer la existencia de tal autor, de tal título, es suficiente. O ni siquiera eso. Basta con la intuición de que un escritor con una biografía y unas características determinadas existe. De momento, existe solamente en nuestra imaginación, pero estamos seguros de que existe en la realidad. Y ese escritor fantasma, anticipado por nosotros por un no sabemos qué designio, puede estar en las ferias del libro antiguo.

Acaso lo mejor que puede hacerse después de pasar horas y horas zascandileando por casetas, olisqueando libros como un sabueso de la imprenta, sea volver a casa sin haber comprado ninguno. Ya lo decía Unamuno, que el secreto de leer muchos libros es comprar pocos. Parece que, más que con fines lucrativos, estos eventos se mueven por un puro prurito cultural. Y ello no sería mala cosa en los tiempos que vivimos. Uno no sabe muy bien qué volumen de beneficios tendrán estas ferias. Ni siquiera sabe si en verdad tienen beneficios. Le cuesta imaginarlo. La gente que allí acude es como nosotros, y no suele comprar. ¡Desdichados libreros, que viven del aire de las ilusiones que despiertan en nosotros, los caballeros andantes de los libros!

1 comentario:

  1. a.s espectral y fantasmagórica feria fantasma,ojalá mis pies den un día en ir allí

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