miércoles, 4 de mayo de 2011

EL DÍA DESPUÉS

Hay veces en que hay que dejar de lado los temas generales y subirse al tren de la actualidad, que, bien es sabido, circula a velocidades einstenianas. Me parece que este afán no debe faltarle nunca al escritor o al que pretenda escribir. Es indudable que, a la hora de escribir, el escritor no tiene más remedio que echar mano de la nostalgia, ese pozo sin fondo del que, si se tiene paciencia y cuidado, pueden extraerse las más puras aguas de la literatura. Pero ojo, como en todo pozo, se corre el riesgo de caer y quedarse atrapado para siempre en una caída infinita, sin tiempo ni espacio. Es la caída infinita del egotismo, que no viene a ser otra cosa que un bucle espacio-temporal retorcido sobre sí mismo hasta extremos asfixiantes. El escritor debe desgajarse de sí mismo, o al menos intentarlo. Pongamos el ejemplo de una bañera. Si, día tras día, uno insiste en bañarse en la misma agua, lo que ocurrirá será que esa agua se irá ensuciando, hasta hacerla no sólo desagradable, sino perfectamente inútil para el objeto pretendido: lavarse. De vez en cuando hay que cambiarla. Es aceptable e inevitable que el clima propicio para todo escritor sea uno mismo -¿cuál iba a ser si no?-, pero también parece necesario que el escritor se airee y refresque de vez en cuando y busque horizontes más lejanos que los del siempre sesgado y estrecho campo de visión de su persona.

Bien, pues hoy, miércoles 4 de mayo, y ciñéndonos a la actualidad, es un día que reúne aquellas características del día después de la batalla. Como todo el mundo sabe, ayer Barcelona y Real Madrid disputaron el cuarto partido casi consecutivo entre ambos, el último de una larga y enojosa cadena que comenzó el pasado 16 de abril. Dejando de lado cuestiones deportivas y arbitrales, se ha visto más claro que nunca que un Real Madrid-Barcelona excede lo deportivo, idea no demasiado original pero cierta y sobre la que tampoco querríamos insistir. Es indudable que estos partidos, donde realmente se juegan no es en el Camp Nou o el Bernabéu, sino en la oficina, en el aula, en la convivencia familiar y, últimamente, en las redes sociales. Eso de que “lo que ocurre en el campo en el campo se queda” nunca fue tan falso como lo es ahora. En realidad, lo que ocurre en el césped es un mero prólogo y pretexto para iniciar la lucha real, la del día a día de la calle, la de cavilar qué se le va a decir o cómo se va a defender uno de los ataques furibundos del colega del equipo rival.

En estas escasas horas de jornada que han transcurrido hemos tenido tiempo de ver a varias personas ataviadas con la camiseta de su equipo. Unos, los ganadores, la lucen engallados y orgullosos, como exigiendo que se les rindan honores allá por donde pisen. Van sonriendo, mirando de un lado para otro por si alguien repara en su camiseta y en su consiguiente condición de hombre feliz. No deja de ser un poco patético este oropel de las galas propias. Ayer, sin ir más lejos, nada más terminar el partido y dada la vuelta de honor al campo -vuelta de honor asombrosa y esperpéntica en tanto no se ganó ningún trofeo- vimos al cuerpo técnico del Barcelona haciendo el pasillo a sus jugadores. Si es verdad, como parece, que el equipo, el bloque, lo forman desde el jugador estrella hasta el utillero, lo que anoche aconteció fue un auto pasillo, un homenaje a uno mismo jamás registrado en los anales deportivos. No deja de ser una paradoja de difícil solución el que uno se rinda homenaje a sí mismo, puesto que el homenaje, como la concesión de belleza, la gloria o el reconocimiento, sólo pueden ofrecerla los demás. Es difícil aceptar esta vara de medida única que manifiesta egoísmo y una extraña y todavía no definida tendencia hacia el totalitarismo.

Mucho más edificante nos parece la imagen del que porta la camiseta del equipo perdedor. Sin duda que esa persona, por la mañana y antes de salir de casa, se lo pensó mucho antes de decidir vestirse con los colores que el día anterior mordieran el polvo. No es una decisión fácil, pero si finalmente se toma, sí nos parece valiente. Tras la deliberación, finalmente, y desoyendo las voces destempladas que presagiaban la burla y el escarnio, ese sufrido aficionado -que probablemente anoche se quedara sin cenar- optó por plantarle cara al mundo y decirle de viva voz que a él la derrota, por dolorosa y cruel que sea, no le parece razón suficiente para abdicar de su orgullo; orgullo que hoy, el día después, luce más vigoroso en el perdedor que en el vencedor, cuya sonrisas estentóreas nos hacen pensar un poco en la vacuidad de lo todo lo conseguido y, más aún, en la grandeza de lo heroico, de la lucha y de lo que está en vías de conseguirse.

Mahan Krishnan fue un jugador de baloncesto indio, afincado en Estados Unidos y de educación taoísta, que con su portentosa temporada catapultó al equipo de su universidad al título estatal por primera vez en su historia. Cuando, al volver por primera vez al campus después del inédito éxito vio los homenajes que se habían preparado, con fiestas, desorden y abyección por doquier y su nombre y su foto empapelando cada rincón del edificio en términos grandilocuentes, decidió dejar el equipo, para no volver. De nada sirvieron los ruegos de compañeros y autoridades. Mahan consideró indigno, no pudo soportar el envanecimiento a resultas de una victoria. Él, dijo, simplemente había cumplido con su deber y no entendía tanto jolgorio. Es más, consideraba que la victoria de su equipo, de la que él había sido principal hacedor, hacía mucho mal a su universidad, que se había convertido en una especie de Sodoma y Gomorra. Tras la defección Mahan fue amenazado de muerte por sus antiguos compañeros, y no tuvo más remedio que abandonar el centro.

La vida es una lucha y cuando se gana la lucha se acaba. Sólo los inteligentes podrán aceptar que cada victoria debe tomarse con la misma naturalidad con que debería tomarse también la muerte. El día después nos enseña que muerte y victoria tienen, en algunos, muchos puntos en común.

1 comentario:

  1. sigüenza: al dia siguiente de esta condicionada batalla yo porté con orgullo mi camiseta madridista.no me costó ni medio segundo decidirme a ponérmela aquella mañana. INCREIBLE LO DEL AUTO-PASILLO !!!! xD cordiales saludos,hasta el final. El año que viene,este galán volverá

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