martes, 24 de mayo de 2011

LOS DÍAS GLORIOSOS

De entre los pecados insobornables y legítimos del hombre le parece a uno que el más importante es el de recordar. El más importante, pero también uno de los más peligrosos. En momentos de inacción, de severa parálisis física y moral, de severa parálisis, en suma, vital, lo más fácil y a la vez lo más difícil es dejarse arrastrar por el impetuoso río de la nostalgia. Cuando en el presente no se pueden encontrar las galerías adecuadas por las que transitar, es natural que volvamos a las seguras galerías del pasado para reencontrarnos con nosotros mismos, para refrescar lo que alguna vez tuvimos, lo que una vez sentimos, lo que alguna vez pudimos hacer ya fuera por suerte o por tener nuestras energías en sazón. Pero, ¡cuidado! Esto tiene su engaño. Rememorar los días gloriosos es tarea que tiene sus resortes y su metodología, y es sabido y comprobado que en ese proceso actúan agentes tramposos, caballos de Troya de la memoria, que permitimos acceder a nuestro cerebro creyéndolos un regalo pero que, una vez dentro, pueden causar los más insospechados destrozos, muchas veces ni siquiera sentidos.

Lo normal es rememorar lo bueno. A nadie le gusta regresar a sus días oscuros, a no ser que a esos días se les dé nueva luz. Y eso también suele suceder. Los caminos de la nostalgia tienen recovecos y revueltas insospechadas y lo que en el momento nos atribuló puede convertirse, al pasar de los años, en una bella y estática estampa de nuestras acuarelas pasadas de agua. Es en esos recuerdos benefactores adonde uno querría volver asiduamente, y no a los de las épocas gloriosas. Porque éstas solamente son gloriosas en función del sedimento que, con mayor o menor fortuna, van dejando en nosotros. Aunque también valdría decir que somos nosotros, pobres idealistas de lo pasado, los que vamos dejando ese sedimento, quizá con la esperanza de crear un fondo de pensiones espiritual con el que ir tirando cuando vengan mal dadas.

Tiene uno pensado para sí que las épocas gloriosas tienen muy poco de gloria y mucho de tufo, de manipulación, de aire viciado por la memoria. Simplificando, las verdaderas épocas gloriosas no son las que pensamos, las que oficialmente consideramos como tal, sino aquellas otras resguardadas en la sombra de la experiencia vital, quizá deslumbrada por las luces excesivas de aquellos éxitos que creemos que han ido conformando nuestra personalidad, cuando en realidad son esos días equívocos, temblorosos y fríos los que han dejado huellas más profundas que parece que no están, pero que en el fondo son las que, inconscientemente, son las que nos esforzamos en seguir.

Como en casi todo, una cosa es lo que creemos y otra muy distinta lo que es. Una cosa es la versión oficial y otra la realidad. Tomar conciencia de que los días gloriosos tienen poco que ver —o, mejor dicho, menos que ver— con nosotros mismos es un largo avance del que normalmente salen buenos réditos. Tampoco es cosa de despreciarlos, pero lo que en ningún caso resulta saludable es quedarse a vivir en ellos como el que se obcecara en residir en su casa en ruinas creyendo que sigue en pie. El tiempo y la memoria tienen su dinámica, sus corrientes, sus borrascas y anticiclones, y quedarse atrapado en los tornados de los días gloriosos puede traernos más de un disgusto a largo plazo, cuando nos demos cuenta de que no vamos en línea recta sino que no hacemos otra cosa que dar vueltas sobre nosotros mismos, sin principio ni fin, sin salida ni entrada, sin fuerzas ya y sin esperanza.

—Me gustaría regresar a aquellos días, ¡qué buenos tiempos, mi época gloriosa!

—Pues regresa, pero es un mal negocio. En vez de recordar lo que quieres recordar, deberías esforzarte por rememorar las inseguridades que también entonces te paralizaban y que acaso fueran más intensas que las que te paralizan ahora.

La memoria es esencial, pero también engañosa. Una cosa es que los acontecimientos pasados operen sobre nosotros y otra bien distinta que no nos dejen desenvolvernos en el momento presente. Es muy poco romántico esto que vamos a decir, pero muchas conviene enfocar con luz racional a nuestro pasado en vez de decorarlo con guirnaldas que, las más de las veces, son falsas.

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