
¿Miedo de qué?, cabría preguntarse. Lo primero de todo, de su número. Así como el concepto de 45 millones de españoles nos es familiar e incluso vagamente imaginable, pensar que haya 1.300 millones de personas de un mismo país se nos antoja algo así como esas distancias siderales entre estrellas y galaxias. Desde fuera, desde Europa, da la sensación de que China lleva décadas preparando su golpe de estado mundial, a la chita callando, como actúan ellos, como actúan casi todos los asiáticos; un golpe de estado que más que por humanos parece hecho por extraterrestres, siendo por tanto los chinos la verdadera invasión alienígena de que tanto se ha hablado y se habla en los cenáculos de la imaginería y la ciencia ficción.
Pero sobre todo nos espanta su soberana capacidad de trabajo. Nos hemos acostumbrado muy pronto a que las tiendas de alimentación regentadas por chinos cierren a las once, a las once y media, a las doce. E incluso, los fines de semana en el centro, mucho más tarde. Pero uno recuerda los tiempos en que a las ocho había que bajar corriendo a comprar el artículo que se le había olvidado a mamá, porque si no, cerraban. Ahora ya no. Ahora, en caso de apuro, siempre están las tiendas de chinos. Y las hay en cualquier parte, sin importar el barrio.
Primero fueron los restaurantes, luego las tiendas de todo a cien y después las de alimentación. Y todo ello goza de un éxito incuestionable, a pesar de todas las prudencias que nos procuran estos establecimientos en los que todo huele un poco a cosa clandestina, a mafia, a sospecha -y, a veces, certeza- de baja calidad. Lo más curioso de todo es que, a pesar de haber muchos chinos en Madrid y en España, y el banco del paseo de Recoletos es una muestra inequívoca de ello, no es usual verlos por la calle. Uno, por el centro de Madrid, se cruza con ecuatorianos, peruanos, filipinos, turistas europeos y, de vez en cuando, algún español (se sabe por el bigote). Pero casi nunca a chinos porque, evidentemente, están en sus restaurantes y tiendas, en donde creemos que muchos de ellos comen, crían a sus hijos, ven la tele, juegan con el ordenador, duermen, viven.
Resulta que, en un mundo capitalista, será uno de los últimos reductos comunistas los que lo controlen. Lo chino se ha ido entreverando en Madrid, en España, en occidente, de manera lenta, casi imperceptible, pero segura. El trabajo en términos de volumen de tiempo como base de la prosperidad. Eso a los españoles nos casa muy mal, y por ello es que vemos la invasión china no con recelo, sino con verdadero temor. En la arquitectura mental del español no está, no puede estar, el pasarse 14 o 16 horas al día metido en su tenducho. Ahora pasó de moda aquello de pedir menos horas laborables, pero seguro que tal pretensión volverá. Y mientras, los chinos, como los artesanos medievales, que tenían el hogar en la trastienda, ahí los tenemos, viviendo para trabajar como si eso fuera la cosa más natural del mundo.
Lo dicho, el cuento chino somos nosotros. Qué miedo.
Imagen de cabecera: El Industrial and Comercial Bank of China (ICBF) es el primer banco del mundo por capitalización burstátil. Hace pocas semanas, abrió su primera oficina en Madrid.
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Catherine