martes, 28 de febrero de 2012

EL FABRICANTE DE NOSTALGIAS

"Soy nostálgico, casi un “profesional de la nostalgia”, que dijo Umbral, pero yo creo que más que nada porque tengo buena memoria y amor a la vida. Me gusta en ciertos momentos recordar y edificar la realidad que ya pasó, pero cambiaría todas esas nostalgias costosamente levantadas por un segundo de vida presente plena, entre otras cosas porque ese segundo es material de primera calidad para construir en el futuro nuevas y más placenteras nostalgias.
Para los nostálgicos de verdad, que sólo piensan en sus nostalgias y en su capacidad nostálgica, es fundamental olvidarse a menudo de esa cualidad suya y dedicarse con frenetismo al presente, a ese atardecer esplendoroso, a esa velada mágica, a ese minuto de gloria en la tranquilidad de un paseo, la contemplación de un paisaje o el disfrute de una canción. El nostálgico profesional, como profesional que es, debe, cuando su instinto se lo indique, saber dejar a un lado sus bártulos de recordación y aprehender la vida en el instante, porque sólo a partir de esa dedicación plena podrá fabricar nostalgias nuevas con que extasiarse de placer en el futuro.
Las nostalgias necesitan renovarse de vez en cuando, y ningún nostálgico es capaz de detenerse en un solo instante, en una sola época de su vida, y practicar su nostalgia sólo con ese material. Es mucho mejor y más placentero diversificar nostalgias, ir formando a lo largo de la vida –a la vez que va uno ejercitando la nostalgia- tejido para el recuerdo, esto es, cada cierto tiempo olvidarse de todo pasado y centrarse con ardor en lo que va a ser nostalgia en un futuro quizá no demasiado lejano. Ir alternando etapas de presente y etapas –inevitables por el carácter del nostálgico- de pasado. Ir haciéndose e ir recordándose para a continuación volver a hacerse. Y volver a recordarse. Y volver a hacerse. Y así, ir viviendo e ir recordando que se vivió y que se vive.
Aunque quizá mejor que todo este mecanismo, un tanto artificial, sea ponerse en medio del torrente de la vida sin miedo, sin pensar en nostalgias futuras, sentir todo el peso de los acontecimientos sobre nuestra espalda hasta que creamos no poder más. Así ocurren las mejores cosas y así se hacen las mejores nostalgias, sin ser conscientes de que están ocurriendo, sin saber muy bien qué es lo que está ocurriendo."

viernes, 24 de febrero de 2012

PUNTOS SUSPENSIVOS

¿Sería posible vivir toda una vida de una sola ilusión? ¿Sería posible retener fresca en la memoria una sola imagen, una sola mirada, y con ello confortarse hasta el final de nuestros días y utilizarlo como combustible para no claudicar? ¿Por qué ha de ser necesario renovar la yesca de las ilusiones, por qué dura tan poco el impulso de su acción? Adolescente, dieciséis o diecisiete años, cara golfa, ojos atlánticos, curvas blancas, cuerpo de mujer embutido en una conciencia de semi-mujer. Y ello hace de ese conglomerado de fuerzas algo devastador. ¡Si ella fuera consciente!... diría alguno. Claro que es consciente, por eso –entre otras cosas- lo hace, por eso está ahí, por eso vive, por su poder colosal. ¿Cómo si no iba a sobrevivir en este mundo tan peligroso y hostil una criatura de apariencia tan delicada, si no es por un inmenso y extraño poder que no sabemos de dónde viene, aunque sí cómo se manifiesta? Me miró, sí, con fijeza, con una fijeza sobrehumana, sólo al alcance de un muerto con los ojos abiertos, de un animal o de un ser superior. Desde mi puesto en la zona de prensa del Palacio de los Deportes, intenté aguantar aquel vendaval de urgencia erótica, pero no lo conseguí. Desde la altura de mi atalaya física y mi mayor edad creí conveniente apartar la mirada, intentando aparentar desdén. Si ella supiera… Si ella supiera que mi desdén no era tal, sino miedo, temblor ante lo demasiado conocido, acero que hiende las entrañas con sus ojos claros… Si ella supiera… ¡Claro que lo sabe! Por eso lo hace.
Y por eso vive. Aparté la mirada, creyéndome grande y feliz. Lo fui durante unos instantes, pero al cabo de pocos segundos, cuando ella hubo desaparecido por el vomitorio del Palacio, todo se derrumbó. Ya antes me había fijado en ella, por pura casualidad. Fue antes del partido, estaba de pie delante de su asiento, y hablaba con su padre, o con alguien que parecía ser su padre. Era guapa, pero tenía un rostro extraño, anguloso, ojos demasiado grandes, mejillas trufadas de pecas. Pelo de barniz, ondulado (“Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo…”). Y un cuerpo maravilloso, de escándalo, lo que los pudorosos llamarían de escándalo y uno, más modestamente (y también más estremecido) catalogaría con mil y un epítetos que no cabrían en este documento y que no harían justicia a la realidad. Me llamó la atención su juventud, en esa primera frontera –la adolescencia tiene muchas fronteras antes de salir de ella- con la incipiente adultez. No era una niña, no, pero tampoco podría decirse que fuera una mujer. Era… era eso, una fuerza.
No le di más importancia. Me fijé un momento, me admiré un segundo, revolví dentro de mi cerebro unas pocas nostalgias de lo insucedido y seguí con mi trabajo, sin acordarme más de ella. Hasta ese instante, dos horas después, ya terminado el partido, y cuando todos –ella incluida, acompañada por su padre-, menos los periodistas, desalojaban el Palacio. Yo hablaba con un compañero sobre el partido recién terminado, capté la señal de forma mágica, me callé, la miré lo más fijamente que pude… y no fui capaz, perdí, me ganó, me dejé ganar. Me aplastó, desde su juventud. Me laminó, desde la audacia de su belleza. Me sonreí efímeramente, pleno de autocomplacencia, me henchí de vanidad, como las estrellas que se mueren, y al poco tiempo, al poquísimo tiempo, al cabo de unos segundos, me colapsé, como un agujero negro, y ya no quedó nada…
Si pudiéramos vivir de una sola ilusión, si pudiéramos… Si ella supiera, si supiera… Claro que lo sabe, por eso lo hace, por eso vive…

martes, 7 de febrero de 2012

LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR


"Ayer por la noche, antes de acostarme, releí, cinco años después, la sublime escena de La piel de zapa en que Rafal de Valentín y Pauline despiertan después de una noche de pasión. Qué escena más bella, porque a las voluptuosidades físicas del amor –o, más exactamente, de la resaca del amor- se añade un fondo trágico que proviene del amor mismo, y que en la novela se manifiesta en la enfermedad de Valentín y en esa indestructible piel de zapa, que se encoje a la vez que encoje la vida de su poseedor.
Esa escena, ¿no es resumen fatal de lo que es el amor en la realidad? Aunque decir amor en la realidad es una redundancia, porque el amor es la realidad. De amor estamos hechos y amor somos, y a base de amor y no otra cosa es como nos unimos al mundo.
Es posible que mi pretensión en la vida sea despertar en un lecho dorado por la primera luz del sol de la mañana junto a un ser que considere no mi espejo, que eso es narcisista, sino precisamente todo lo contrario, lo que no soy y de ninguna manera puedo ser, pero me gustaría ser algún día, algún siglo, alguna vida futura.
Rafael de Valentín morirá poco después de aquel despertar efímero y delicioso. Ya entonces sabía que iba a morir pronto, ya entonces sabía que era un muerto en vida, y que lo que estaba viviendo, ese regalo de la vida de abrir los ojos junto a Pauline, tenía más trazas de sueño que de realidad, con ser esa realidad bien caliente, bien intensa, bien digna de ser realidad soñada o sueño real, que viene a ser lo mismo.
Lo bueno, y no lo malo, de tener la fortuna de vivir un momento tan sublime, es que acaba pronto. Eternizarlo supondría encanallarlo, extraerle toda su esencia, hacerlo odioso y, por tanto, querer terminarlo lo antes posible. Y no, yo no quiero tener que querer que un momento así acabe, porque supondría la cruenta desmembración de lo mejor de mi ser.
Hace dos días se cumplieron cinco años de un día clave en mi vida. Fue el 5 de febrero de 2007 y, recién llegado a casa de una larga jornada de estudio, sentí la necesidad de comprar un libro. Se trataba de El antiguo Madrid, de Mesonero Romanos, y detrás de ese deseo lector latía lo que late en el corazón de Rafael de Valentín al despertar junto a Pauline en su lecho dorado por los rayos del sol. Exactamente lo mismo, y lo que sigue latiendo hoy en día, y lo que late en todos los escritores y en todos los grandes personajes de la literatura, ya se trate del propio Rafael Valentín, Gabriel Araceli, Pierre Bezujov, Lucien de Rubempré, Don Quijote, Martín Marco, Nejludov, Pascual Duarte, el doctor Pasavento, Demian, Fortunata, David Copperfield, Manuel Alcázar y un largo etcétera.
Aquel día, sí, empezó una etapa que se alarga hasta hoy y que tiene visos de alargarse aún más, no se sabe hasta cuándo. El día en que la literatura y un ansia inconcreta de Madrid y todo lo que ello significa me picó en el pecho y decidí que había algo más allá por lo que luchar y soñar, algo más allá de aquellos apuntes absurdos que me embutía en el cerebro, sin provecho, sin placer, sin entenderlos ni querer llegar a entenderlos. Seguramente, ellos tampoco me entendían a mí.
Fue el día en que decidí hacer de Madrid el escenario no de mi vida real y práctica, sino de mis sueños. Lo que ocurre es que en aquel momento yo pensaba que quería todo lo contrario: hacer en Madrid mi vida real, práctica, a partir de mis sueños. Aún hoy me resulta difícil discernir."

Ilustración de La piel de zapa, por Adrien Moreau (1897).