jueves, 7 de junio de 2012

LOS OJOS DE SANCHO

Los jugadores del Barça celebran el triple de Huertas
La imagen la captó una cámara de Teledeporte. Es la secuencia del triple de Huertas visto por los ojos de Pablo Laso. El entrenador del Real Madrid está sudando, con la frente brillante y las ojeras de desvelo y preocupación, después de un partido durísimo, por momentos sublime de su equipo, y que va camino de evaporarse con ese balón que surca el cielo del Palau, hasta acabar dentro. Es el nanometraje de diecisiete puntos de ventaja (43-60) que se van por el sumidero. Catorce en el último cuarto (60-74), once a falta de poco más de cuatro minutos (68-79). En un soplo, en un tiempo de Planck –la unidad de tiempo más pequeña conocida-, se derrumba la ilusión que suponía un 0-1 que, para el Madrid, sabía a título, a doblete, a gloria, después de una temporada con altibajos en la que el propio Laso, a pesar del éxito de la Copa del Rey y del vistoso juego desplegado por su equipo, había tenido que encajar críticas quizá excesivas. Es lo que tiene no ser balcánico ni vehemente, que automáticamente está uno bajo sospecha, si es entrenador de baloncesto. Los ojos de Laso, pequeños e inteligentes, parecían recordar todo eso mientras contemplaban aterrorizados la franca trayectoria del balón lanzado por Huertas. Hay tiros que, por inverosímiles que parezcan, se sabe que van a entrar, porque a veces, en la vida y en el baloncesto, sólo puede ocurrir lo increíble. Y, gracias a la cámara de Teledeporte, sabemos que Laso sabía que ese balón iba dentro. En realidad, lo sabía Laso y lo sabían todos los madridistas.
Cuando el balón entró, el rostro de Laso apenas sufrió transformación. Es lo que suele ocurrir con golpes de este tipo, tan duros, tan inesperados, imaginados solo como la peor de las situaciones hipotéticas. Y, cuando ocurren, cuando uno tiene que encajarlos, no hay reacción inmediata. Los asustados ojos del vitoriano permanecieron como estaban. Unos segundos después, se limitó a decir unas palabras, sospechamos que de incredulidad e impotencia. Al fondo, los jugadores del banquillo del Real Madrid con las manos en la cabeza y, delante, como desfile frenético, la plantilla entera del Barça corriendo a abrazar a Huertas, que mascaba su felicidad tirado en el suelo, gritando y tensando los músculos después de un partido catastrófico (cero puntos hasta ese momento, 0/5 en el tiro, -5 de valoración). Así son las ilusiones, las que vienen y las que se van: se derrumban de un soplo, con un triple a tabla. Aviso a todo el mundo…
Porque lo de ayer, ese triple que desde el mismo momento en que entró pasó a formar parte de la historia y la leyenda de la ACB y el baloncesto, es un aviso a todo el mundo: al Real Madrid, por supuesto, que fue el que lo sufrió, pero también a todos aquellos que vieron el partido por Teledeporte y se encontraron con desenlace tan tremendo; es un aviso para los amantes del baloncesto, que nunca dejarán de asombrarse con su querido deporte por más que éste les ofrezca escenas como la de ayer, y también para los que anoche veían por primera vez un partido, que aprendieron que el baloncesto es una perfecta metáfora de la vida, con sus dulzores y amarguras; es un aviso también para los espectadores del Palau y para el propio Barça, tan feliz ayer, y con razón, después del milagro, y que ahora sabe mejor que nadie que algo así puede repetirse en su contra, quién sabe si en esta misma serie final. Es un aviso, en fin, de lo que es la vida, el amor y el baloncesto, donde las ilusiones de derrumban de un soplo, con un triple a tabla, igual que vienen…
Laso, con su amable perfil de Sancho Panza, dijo después del golpe que había que levantarse lo antes posible y añadió la inteligente reflexión –sobre todo teniendo en cuenta que la hizo en caliente- de que la suerte hay que buscarla y que si no se hubieran cometido tantos errores en esos cuatro últimos minutos fatales no habría habido lugar al increíble desenlace que todos vimos. Palabras justas y mesuradas –las habría dicho exactamente igual el propio Sancho- que quizá encierren la sospecha de que ni su equipo ni él podrán levantarse de esta. Porque estas cosas ocurren, hay golpes que dejan incapacitado al que los recibe y que, si no a largo plazo, sí que imposibilitan una reacción inmediata. Y el Madrid, que mañana vuelve a visitar el escenario de la tortura y los sueños que volaron, necesita pasar página a una velocidad einsteiniana. El arte de olvidar como único remedio para seguir adelante, para no claudicar.
La pregunta se la hace todo el mundo: ¿será el Madrid capaz de reponerse? En un segundo, en un nanosegundo, en un tiempo de Planck, el equipo blanco pasó de un 0-1 con aroma de doblete a un 1-0 tenebroso, con el rival armado de moral hasta los dientes y que, ahora mismo, se cree invencible tras haber superado 35 minutos de epilepsia baloncestística. El aguante del Real Madrid ante situaciones críticas está más a prueba que nunca. Ya superó unas cuantas en la mítica serie ante el Caja Laboral, pero lo de ayer supera a todas ellas juntas y a cualquiera que el equipo pueda echarse sobre los hombros. Si el plan era bueno, si estaba siendo ejecutado a la perfección, si en el Barça sólo anotaban Navarro y Lorbek y Carroll lo metía todo, Tomic descosía la pintura blaugrana, Singler encestaba con fluidez y Sergio Rodríguez se encontraba en su salsa, si el rival estaba además desquiciado y protestando a los árbitros, si todo ello confluyó en un partido y no se ganó… ¿qué esperar a partir de ahora?
Sin embargo, y ahí está la esperanza para el Madrid, a pesar de todo lo dicho y de la violencia del impacto del triple de Huertas sobre el ánimo blanco, queda la certeza de que el baloncesto, como la vida, sigue, porque tiene inercia de seguir. Así de simple, así de cierto, así de reconfortante.