Fue un lunes, día inusual para un partido de
Euroliga. Claro que no era uno más. Era el que inauguraba la presente edición, que concluirá este domingo, con un equipo más adornando el palmarés, el propio y el de la competición. El 18 de octubre de 2010
Olympiacos y
Real Madrid se citaron para dar el pistoletazo de salida a una carrera de fondo en la que han participado 24 equipos, de los que solamente quedan cuatro en pie. Uno de ellos jugó aquel ya lejano partido inaugural, y no es el que en principio todos podrían pensar, el que más poder económico tiene y el de mayor esplendor en cuanto a su historia reciente. Olympiacos, el gigante de
El Pireo, sucumbió ante otro que a partir de hoy se batirá el cobre en la montaña mágica de
Montjuic, el formidable
Montepaschi Siena. Los otros dos,
Panathinaikos y
Maccabi, son dos galanes acostumbrados a este tipo de citas, personalidades fuertes a los que los focos, la tensión y los nervios deberían afectar menos que al otro competidor en liza: el Real Madrid, aquel
Don Juan, otrora indomable, impertinente y, sobre todo, exitoso conquistador. Hubo una época en que a este hombre, a este nombre, eran muy pocos los que podían aguantarle la mirada; en su círculo reducido, nacional, ninguno, y en los salones europeos fue capaz de doblegar a los hasta el momento aristócratas intocables (
TSKA de Moscú, sobre todo). Tras una etapa de decepciones, pareció regresar, allá por 1995. Fue la última vez que nuestro Don Juan, el mayor Don Juan que han visto los tiempos, probó los labios del éxito. Ahora, ese mismo Don Juan ha vuelto, con otro traje, con otros modos, con otro semblante, casi diríamos que tímido. Pero que nadie se engañe; Don Juan vuelve para hacer lo que más le gustó siempre: triunfar, ganar, conquistar.
De los cuatro nombres, tres conocen ya ese sabor inigualable. Sólo Siena no ha besado la copa que espera ya unas manos que la lancen al aire del Palau Sant Jordi. Maccabi, Panathinaikos y Real Madrid suman 18 títulos entre los tres. Son, junto al ausente CSKA, los que más galardones acumulan. Los dos primeros vienen de sendas épocas doradas muy recientes. Los amarillos fueron campeones por última vez en 2005, y los verdes, en 2009. Desde que el Real Madrid ganó su última Copa de Europa, los griegos se han hecho con sus cinco títulos y el Maccabi ha añadido dos -tres si contamos la Suproliga de 2001- a sus vitrinas. Sí, ha pasado mucho tiempo ya para este Don Juan venido a menos y que ahora, tras haber llegado, tiene el secreto propósito de quedarse. O eso, al menos, debería ser.
Porque es verdad, el Real Madrid ha vuelto al que era su hábitat, pero con eso, como todo en la vida y en el deporte, no basta. No cuentan tanto los éxitos concretos, hijos de una temporada feliz o un estado de gracia transitorio, como la acomodación en los altos estrados, la sensible rutina de vencer y, sobre todo, convencer. No debe el Real Madrid quedarse aquí, en este éxito incuestionable pase lo que pase ya. El que el Real Madrid haya llegado a una Final Four quince años después de su última participación es, qué duda cabe, una excelente noticia para una sección que en muchos momentos pintó moribunda. El Don Juan ya no sólo no triunfaba, sino que hubo etapas en que su salud se deterioró de tal modo que se temió por su vida. Ahora, recobrado el color y buena parte de la alegría, de vuelta a la gran lucha, haría mal en abandonarse y pensar que con este logro se justifican años de sequía e ineptitud. Para empezar, nuestro Don Juan debe centrarse en aprovechar al máximo la oportunidad que se le presenta, que se ganó a pulso con su sangre, sus lágrimas y todo el dolor de su corazón. Han sido batallas muy duras como para ahora dejarse llevar por una autocomplacencia que se nos antojaría absurda, casi delictiva. Don Juan, nuestro Don Juan venido a menos, debería aprender de su doloroso pasado reciente para no volver por esa senda. Así, aprendiendo de los errores para no repetirlos, se hacen los grandes hombres, los grandes nombres. Empezando por hoy (21:00, Teledeporte), cita en la que nos centraremos a partir de ahora. Y no, no lo tendrá fácil nuestro Don Juan.
El Real Madrid no es favorito. No tiene mejor plantilla que el Maccabi -ogro blanco en los últimos años-, ni comparece en estado de gracia. Ni mucho menos. De los 25 partidos jugados fuera de casa esta temporada, ha ganado menos de la mitad, doce. Y, en la segunda vuelta de la ACB a domicilio, suma cinco derrotas por solamente tres victorias. Donde realmente nuestro Don Juan se ha sentido cómodo es en la confortabilidad de su casa, la Caja Mágica. Mas el Sant Jordi será todo menos eso. Muy al contrario, se encontrará un ambiente hostil, con una de las mejores aficiones de Europa enfrente -5.000 macabeos se han desplazado desde Tel Aviv- y buena parte de la grada barcelonesa deseando su fracaso.
Y aquí conviene detenerse en una de las características fundamentales de la personalidad de nuestro galán. Se trata de alguien ciclotímico, que alterna momentos brillantes y jocundos, en los que se siente seguro de sí y en los que cualquier rival, incluidos los más poderosos, pueden sucumbir, con otros de depresión incomprensible en los que parece tirar por la borda su imagen y todo lo conseguido. El primer estado, el feliz, se trata del Real Madrid fiero atrás y diestro, sabio, en ataque, normalmente de la mano de Prigioni; se trata del Real Madrid que encuentra con facilidad las posiciones interiores, con Tomic y Felipe, y que mueve el balón con criterio para encontrar un tiro de tres franco; se trata del Real Madrid en que no es necesario que Llull haga de héroe; se trata del Real Madrid de la soberbia intimidación de Fischer bajo los aros y la eficaz defensa de Tucker a los hombres exteriores; se trata del Real Madrid que se deja la vida en el rebote ofensivo para conseguir segundas y terceras opciones de tiro; se trata del Real Madrid que aprovecha las virtudes de uno de los jóvenes más talentosos de Europa, Mirotic; se trata del Real Madrid de la juventud y el desparpajo, personificados en el citado Mirotic, Sergio Rodríguez y Carlos Suárez; se trata, en fin, del Real Madrid que tendrá que ser si quiere llevarse la Euroliga. Nuestro Don Juan deberá sacar lo mejor de sí para triunfar, y guardar en el fondo del armario lo peor de su repertorio.
Porque hay otro Don Juan, otro Real Madrid, que no tendrá ninguna opción. Es el Real Madrid de los ataques espesos hasta el colapso; es el Real Madrid que, a falta de otra cosa, tira de Llull, recurso suficiente -a veces- para campar por la ACB pero que no le llegará, ni de lejos, en la Final Four; es el Real Madrid en que Tomic se borra del partido, Felipe se obceca y Tucker lanza tiros inverosímiles que no tocan aro; es el Real Madrid del exceso de bote y falta de ideas de Sergio Rodríguez en el puesto de base; es el Real Madrid en que Suárez se ve superado por el atlético alero rival de turno; es el Real Madrid que no corre, el Real Madrid impreciso, el Real Madrid en que Fischer no aporta nada en ataque. Es, en suma, el Real Madrid que no queremos ver, el Don Juan que mastica su miserias recientes, su pertinaz sequía en Europa.
El Maccabi, por su parte, se presenta como el rey de la estadística de esta Euroliga. Es el equipo que más puntos anota (82 por partido), el que más asiste (16), el que menos balones pierde (11), el que más recupera (9) y el más valorado (92). Casi nada. Puede decirse que, hasta el momento, este mozallón alto y de buen ver, de potencia colosal, ha sido el mejor de la competición. Aúna talento con toneladas de musculatura. Y estos equipos rocosos, de físico exuberante, al Real Madrid no le van bien. Ya murió el año pasado ahogado por la fuerza macabea en aquel partido de Vistalegre, en el que por cierto Fischer se salió. No pudieron los blancos contrarrestar el juego rápido hasta el cansancio de los amarillos. ¿Ocurrirá lo mismo esta vez? La respuesta, como casi siempre, estará en el ritmo. Si el Maccabi puede correr, puede imprimir velocidad y un punto de locura, tendrá todo a su favor. El Madrid no tiene argumentos para frenar el torrente de puntos que, a altas velocidades, suministran Pargo, Eidson, Schortsianitis, Hendrix, Eliyahu y, puntualmente, el cañonero David Blu. Y eso que falta Perkins, gravemente lesionado en el tercer partido de la serie frente al Caja Laboral. Talento, físico, defensa, una afición extraordinaria y, además, un gran entrenador en el banquillo, también seleccionador de Rusia (el americano David Blatt). El Maccabi es, también, todo un Don Juan y, al contrario que el nuestro, está habituado a los éxitos.
Como equipo muy americanizado, el Maccabi es imprevisible. Si tienen el día, son prácticamente imparables. Pero también puede ocurrir que los tiros no entren y empiecen a desordenarse, a desesperarse. Fundamental será que el Real Madrid pare los fulminantes inicios de partido -cuando el físico todavía no le pasa factura- de Baby Saq. Será difícil que lo haga el endeble Tomic, por lo que parece que Felipe será el encargado de tan ardua e importante misión. El otro gran puntal ofensivo, Pargo, puede ser defendido por Llull, el único de los exteriores madridistas capacitado para la tarea. Del éxito de frenar a estos dos jugadores dependerán en buena medida las opciones blancas.
Sin embargo, si Schortsianitis y Pargo no tuvieran el día, el Maccabi tiene argumentos más que de sobra para aguar la fiesta a cualquiera. Hay que citar al polivalente Chuk Eidson, un jugador extraordinario que tira de tres, bota, penetra y postea, y a Richard Hendrix, sexto hombre de lujo que aporta intensidad sin límites bajo los aros, a pesar de su escasa estatura (2,02). A ellos se les unen Eliyahu (más de 11 puntos por partido en esta Euroliga), que el pasado verano volvió a casa después de su paso por el Baskonia, el contrastado pívot Milan Macvan y, si fuera necesario, la veteranía de Derrick Sharp, icono macabeo.
En fin, será todo menos fácil para el Real Madrid, pero desde luego que no es imposible. Esperan tres partidos que, playoffs NBA aparte, son lo máximo en el baloncesto mundial de clubes. Cuatro equipos poderosos y bien construidos, cada uno con sus virtudes -muchas- y sus defectos -pocos-, pero todos con el sabor clásico del gran baloncesto europeo: intensidad, emoción, pasión, calidad, incertidumbre. Cuatro hombres, cuatro nombres, cuatro conquistadores que se verán las caras, sin ambages, sin esconder nada. Ya no es posible. Nuestro Don Juan venido a menos tiene una oportunidad única para volver a ser lo que una vez fue. ¿Habrá terminado para él la época, dolorosa época, de conquistas escasas y de andar por casa? De momento, sabemos que, antes de la cita de hoy, se acicalará como nunca, vestirá con las mejores galas, se mirará al espejo y, cara a cara consigo mismo, se dirá, enarcando una ceja y sonriendo: “aquí estoy otra vez”.
Imagen de cabecera: los cuatro capitanes de los equipos en liza en la Final Four de Barcelona que comienza hoy. De izquerda a derecha, Rimantas Kaukenas (Montepaschi Siena), Dimitrios Diamantidis (Panathinaikos), Felipe Reyes (Real Madrid) y Sofocles Schortsianitis (Maccabi Tel Aviv).