jueves, 28 de abril de 2011

CICLOS

No suele uno dar información sobre su estado íntimo o sobre las cosas que le pasan. No quiere uno, en último término, focalizar este blog en el yo ("ese odioso yo", que dijo Trapiello). Es actitud que tomó hace algún tiempo y que está decidido llevar hasta sus últimas consecuencias. No sabe uno si es una decisión acertada o no, pero el que las decisiones sean acertadas suele saberse pasado el tiempo y nunca en el momento de tomarlas. Lo importante, tanto a la hora de escribir como a la de vivir, es apechugar con la decisión, sea o no correcta -que eso no se sabe-, desplegar velas y navegar adonde los vientos y la voluntad quieran llevarnos.

Sin embargo, sí quería uno dejar constancia de algo: últimamente se siente, se ve feo. Qué duda cabe que en esto de la percepción propia hay mecanismos extraños y desconocidos que dependen exclusivamente de uno mismo, y que pueden tener causas fundamentadas, tangibles, visibles, o ser simplemente consecuencia de un pequeño colapso íntimo, que nos lleva a ver tirando al negro todo lo que nos rodea y, sobre todo, a nosotros mismos. No deja de albergar un poso de fatalismo esa autoimagen negativa y, por poco vanidoso que se sea, el verse feo si uno tiene la secreta esperanza de no serlo del todo, le fastidia bastante. Pero, en el ámbito de la belleza, como en todo, no hay más cera de la que arde, y toca resignarse, que, bien mirado, es actitud que conforta y sosiega mucho.

Puede ser por cualquier cosa pequeña, además. Puede ser un champú que no beneficia a nuestro cuero cabelludo, o una barba más larga y rebelde de la cuenta -que, y ahí está el misterio, otras veces creemos que nos beneficia mucho-, o una pequeña y casi imperceptible arruga que se nos forma en la frente, o un exceso en la alimentación -que donde más se nota es en la cara-, o varios días de holganza. Porque tiene uno observado que las preocupaciones, el dormir poco, la vida ajetreada, lejos de menguar la belleza de una persona, la realzan por una especie de éter vital que se desparrama por todo su ser, interior y exterior. Uno siempre prefirió una belleza cansada, unas ojeras saludables, al esplendor ocioso, de plástico, del que no hace nada.

Y, por supuesto, puede que uno se vea feo por todos o algunos de esos detalles juntos o por nada en especial. Hay veces en que uno se ve feo, digamos, porque sí.

Esta racha negativa en cuanto a la opinión de la imagen propia le ha hecho a uno pensar sobre eso que los periodistas deportivos llaman ciclos, refiriéndose, mayormente, a la alternancia en el tiempo de éxitos del Real Madrid y el Barcelona. Hay una creencia generalizada en la linealidad que es muy difícil de desarraigar de nuestra mente, cuando la realidad es que la linealidad es cosa de ciencia ficción, que jamás ocurrió en la historia de la Humanidad. Ni la misma Historia se ha desarrollado linealmente, ni el progreso material e intelectual, ni siquiera la evolución biológica de la especie. Muy al contrario, y contra lo que suele creerse, el Homo Sapiens evolucionó en pequeños escalones en el tiempo, seguidos de etapas de estancamiento. Lo mismo ha ocurrido con la economía, las ideas, la demografía y, en último término, con todo lo que tiene que ver con lo humano.

Esta gráfica con forma de escalera se aprecia también en nuestras vidas, pero hay como una tendencia a ignorar sus detalles para verla de forma borrosa, sin detenernos en esos escalones y remansos que, al fin y al cabo, son los que van haciendo el progreso -o involución- de cada cual. Y esta visión desenfocada sirve tanto para lo pasado como para lo futuro. Sólo interesa el hecho de haber pasado del estado A al estado B en X tiempo, sin caer en la cuenta de que en ese trayecto temporal hubo trancos de crecimiento exponencial y otros de tasa igual a cero o negativa. Tampoco nos detenemos a pensar, sobre todo cuando nos va bien, que la dicha no durará eternamente y que habrá etapas en las que tocará luchar a brazo partido. Y es en las etapas, en los ciclos, más que en el discurso grosso modo, donde quizá deberíamos poner toda nuestra atención.

En fin, uno se ve feo, es verdad, pero piensa que dentro de un tiempo, si no guapo, sí podrá al menos mirarse al espejo sin apartar la mirada. En esto, sin embargo, tampoco hay certeza absoluta. Bien podría ser que este ciclo recientemente inaugurado dure toda la vida. Porque los ciclos, y esa es la base de la angustia que nos provocan, son impredecibles en cuanto a su duración. Sobre todo los ciclos malos, por supuesto, porque, como dijo Larra, “lo malo es lo cierto”, y así como cuesta mucho más construir que destruir, en realidad no cuesta ningún esfuerzo vivir desagradablemente y sí mucho hacerlo de acuerdo a nuestras pretensiones.

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