miércoles, 6 de abril de 2011

DESPERTARES



A Vicente, gran madridista.


La victoria del Real Madrid ayer ante el Tottenham por 4-0 ha dejado infinidad de lecturas en la prensa deportiva. Contrasta, como siempre, el tufo triunfalista y casi imperial de la madrileña y el tono de crónica de sucesos, casi desdeñoso, de la de Barcelona, tratando el triunfo blanco como un mero trámite burocrático y poco menos que regalado en vistas de lo que vendrá después, lo verdaderamente gordo: el Barça, por supuesto. Cosa que está por ver, pues los azulgrana juegan esta noche en el Camp Nou contra el peligroso Shakhtar Donetsk, equipo pequeño con olor a nuevo que, entre su buena trayectoria este año en Liga de Campeones, los precedentes de años anteriores contra los catalanes, el hecho de jugar la vuelta en casa y el extraño clima de respeto y casi temor que se respira en Can Barça, se presenta casi como un ogro inexpugnable al que se ganará, si se le gana, casi por milagro.

Hablábamos de la prensa y su contraste según desde dónde se escriba. Bien, pues como casi siempre en el medio está la virtud, y ni lo uno ni lo otro. El 4-0 es un buen resultado que prácticamente cierra la eliminatoria, de eso no cabe duda, pero de ahí a decir que fue una de las grandes noches europeas del Madrid dista un abismo y casi un disparate. No lo fue. No lo fue ni por juego, ni por rival, ni siquiera por ambiente. El Tottenham se mostró como un equipo en extremo blando y contemplativo, y la temprana expulsión de Crouch no puede servirle de excusa. La primera parte del Madrid, con el viento a favor, con un gol tempranero, con el delantero rival expulsado, con el estadio lleno -pero falto de chispa-, fue, digámoslo sin ambages, desalentadora, exasperante. Ni una jugada de mérito hicieron los blancos, que, aparte el gol, se perdieron en tiros lejanos mal ejecutados y en un juego escasamente combinativo, lento y previsible. Por si fuera poco, el Tottenham, tempranamente derruido, tuvo el balón mucho más de lo que tales circunstancias hacían prever.

La segunda parte fue otra cosa. Tampoco se vio ningún vendaval ofensivo digno de entrar en los anales de la Copa de Europa, pero por momentos volvió el gran Real Madrid. Lo que se vio fue a un adulto jugar con un pobre pelele flaco y desnutrido. Al Tottenham, por no vérsele, no se le vieron ni ganas. Y eso sí que es grave y delata a los equipos que no son grandes. Encerrado atrás pero sin la menor voluntad de minimizar el daño, a los ingleses pudieron caerle seis. En otra ocasión, quizá así hubiera ocurrido. Pero ayer el Madrid, pese a lo que pueda parecer el resultado, andaba con ciertas ansiedades aún palpitantes tras siete años sin pisar los cuartos, sin ser nadie en Europa. Cristiano marcó, más por estadística que por otra cosa, aunque el gol, eso sí, fue excelente. No se le vio fino, cosa normal, por otra parte, por la lesión. Conviene, sin embargo, que el portugués mire más a sus compañeros y que se deje de ciertos detallitos técnicos que ni son técnicos ni son prácticos. Y menos si se hacen con un parco 1-0 en el marcador.

Hay muchas cosas a corregir, pero el Madrid, y esa es la sonora verdad, estará en las semifinales. Entre la aristocracia europea. Y no es poca cosa, visto el páramo del lustro y pico anterior. Siempre lo hemos dicho: al Madrid no es necesario que le vaya todo rodado para ganar títulos. Quizá sea el único club en el mundo que puede decir algo así. Ayer, pese a lo que hemos dicho, cumplió con creces. Le faltó juego en la primera parte, sí, y algo de precisión general. Precisión. Palabra clave para el Madrid. Llevan muchos años faltos de ella, y ello se debe a ese clima crispado y de urgencias que se respira en el club. Mas un 4-0 en Europa, en cuartos, es inapelable. Y más con goles como el de Di María o el segundo de un redimido Adebayor.

El Madrid, tras el resultado de ayer, parece despertar. Pero sólo es el comienzo del regreso a la élite europea. Harían mal el madridismo y el club en tintar de hazaña heroica lo de ayer, en lanzar al viento los fuegos del entusiasmo. Aún queda mucho por hacer. Queda consolidar lo conseguido este año, que no es poco, a pesar del enrarecido entorno que se respira gracias a la proyección mercantilista de Florentino Pérez, a Mourinho, la prensa y ciertas actitudes de los jugadores. Queda, entre otras cosas, que el madridismo salga de la abulia en que lleva sumido desde hace años. Parece que al madridista se le ha olvidado animar. No siempre fue esta afición así, conviene anotarlo. El madridista, antes animaba y animaba mucho, sobre todo en las grandes citas. Ayer se recuperó algo de ese pasado de miedo escénico, pero se notaba aún en el estadio cierta resistencia del aficionado al aplauso desaforado, al grito estentóreo, a la pasión sana y un tanto animal, atávica, que despierta el deporte. Sea quizá esta atonía del madridismo la principal causa o consecuencia, no se sabe muy bien en qué orden actúan las fuerzas, de la pérdida de brillo del nimbo legendario que tuvo siempre este club.

Creemos que el Madrid, antes que nada, debe recuperar ese fuego, que ahora sí tiene el barcelonismo. Y eso, más que la excelsa calidad de los jugadores actuales, es lo que hace verdaderamente peligroso al equipo catalán. El Barça siempre fue un club que pecó de blandura, de falta de fe en sí mismo, de acelerado desánimo en cuanto venían un poco mal dadas. El Barça es un club sin heroísmo, inseguro, dengue. El Madrid, todo lo contrario. Por eso sigue teniendo más títulos y más aura que el club catalán, por eso y no por otra cosa el Madrid es legendario. Pero esa tendencia está virando. Lo primero, repetimos, es que el Madrid y su parroquia recuperen su calor. Sería triste que este club pereciera de hipotermia. Lo fundamental, en efecto, es que el Madrid y su afición se remuevan en su blanco lecho, salgan de la nebulosa en que se hayan sumidos y les sobrevenga el gran despertar. Lo de ayer, un 4-0 rotundo con el gran anfiteatro europeo mirando, puede ser un gran inicio. Pero sólo eso, de momento.

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