jueves, 14 de abril de 2011

COLAPSO


En cada uno de nosotros hay ciertas palabras que hacen fortuna. Le parece a uno que esta circunstancia es una característica más de cada persona y, estirando la goma de los lugares comunes, casi podría decirse “dime qué palabras te gustan y te diré quién eres”. También: “dime cuántas palabras te gustan y te diré cómo eres”. Son formas distintas de lexicalizar la personalidad. Dijo Cela que detrás de cada palabra hay un sueño calenturiento. Es cierto; detrás de cada palabra hay no sólo uno o varios significados aceptados por la Academia de la Lengua de turno, sino un inmenso árbol de ramificaciones, evocaciones, sugestiones. Un universo, en suma, tan amplio como el mismo Universo en que vivimos, e incluso más. Porque al igual que en un segundo cabe toda la vida de una persona y que, hace 13.700 millones de años -según han concluido los astrónomos, físicos y astrofísicos-, toda la materia estaba concentrada en un punto de infinita densidad, así todo lo existente está resumido en una sola palabra, que puede ser cualquiera.

Así, con palabras, se ha hecho la civilización y con palabras también se hace la literatura. Y ello sólo es posible porque, en efecto, cada palabra es un orbe infinito. Entre las preferencias personales del que esto escribe está la palabra colapso. Y uno está últimamente de enhorabuena, pues que el término también parece haber hecho fortuna, un poco al socaire de la situación de crisis mundial -y al que le guste la palabra crisis habrá irremediablemente que felicitarle.

Así es. Ahora la gente habla mucho de colapsos. Sobre todo se escucha mucho en la televisión, por boca de políticos, economistas, especialistas en relaciones internacionales, periodistas. Se colapsa la banca, se colapsan el sistema de pensiones y el sanitario, se colapsa el Estado, se colapsa el PSOE ante el próximo descalabro electoral, se colapsa la economía mundial, se colapsará el Real Madrid si pierde los cuatro Clásicos frente al Barcelona que nos esperan. El otro día escuchamos al señor Artur Mas decir siete veces colapso (en catalán, que es muy parecido) en apenas medio minuto durante una intervención en el Parlamento de la Generalitat. Y, hace bien poco, un compañero de gimnasio le aseguró a un servidor que, viendo el peso que estaba levantando, se iba a colapsar como una supernova. Hubo carcajada general. El mundo parece vivir en un estado de permanente e irremediable colapso, afortunadamente no gravitatorio, porque entonces sí que estaría todo perdido.

Y, más que el mundo, las conciencias. Hay indicios de que la Humanidad se ha sumido en una fase de colapso ético, moral y estético. Y eso, quizá aún más que el colapso gravitatorio (imposible en un cuerpo celeste tan pequeño como la Tierra), será nuestra hecatombe. Que se colapsen los bancos y el flujo de dólares es reversible; que se colapse todo un sistema adecuado de medidas mentales, nos verá abocados a la nada, que es el estadio último de todo colapso. Poniendo como ejemplo una vez más a los astros, cuando una estrella de gran masa colapsa sobre sí misma bajo su enorme fuerza gravitatoria, termina por convertirse en un agujero negro, un cuerpo que no genera luz, que no se ve; un cuerpo que, ante nuestros ojos, termina por no ser nada, pese a su evidente existencia inferida por la fuerza gravitacional que ejerce sobre la materia del entorno. ¿Terminará la Humanidad, como las estrellas que degeneran en agujeros negros, por no ser nada, pese a que siga viviendo, vegetando más bien, en el planeta?

Pero esa es otra historia, y tampoco queríamos ahondar en ello. No me negarán, y es a lo que íbamos, que la palabreja, merced a esas “p” y “s” en estrecho contacto, tiene una acusadísima personalidad propia. A uno se llena la boca diciéndola. Y, quizá por ello, se abusa de su uso. Colapso. Es una palabra rotunda, que quien usa sabe perfectamente de su efecto inmediato sobre el escuchador. Cuando alguien habla de colapso, se sabe o se sospecha que no hay vuelta de hoja o, como poco, que la cosa es grave. Eso es, al menos, lo que a buen seguro quiere expresar el que habla. Como siempre, es saludable, reconfortante e incluso evocador acudir al diccionario de la RAE y leer: “destrucción, ruina de una institución, sistema, estructura, etc.”, nos dice en su primera acepción. Basta con pensar en cualquier organismo viviente para pensar en su colapso. Detengámonos en nosotros mismos, en nuestro interior. ¿Qué si no un colapso íntimo es un estado de tristeza, de desesperación, de melancolía?

La gente suele morir por colapsos; no solamente por colapsos circulatorios, renales o hepáticos, sino también por colapsos interiores, colapsos del alma. Y quizá lo peor de todo, lo más doloroso de todo, es que todo colapso es un proceso lento, en ocasiones inapreciable, pero del que ya no hay posible retorno. Las rosas cortadas y los pobres lebratos a los que abandonó la madre también mueren de colapso. Pensándolo bien, y pese a su sesgo de fatalidad, es una bella palabra. ¿Cómo encontrar belleza, sosiego, consuelo incluso, en una decadencia, en una degeneración?

Quizá es que las palabras, la literatura, se hicieron para eso, para consolarnos.

Imagen de cabecera: recreación artística de un agujero negro con disco de acreción. El disco de acreción es materia que se arremolina en torno al agujero negro y que, debido a la inmensa fuerza gravitatoria de éste, es engullida. Esta materia, que gira a velocidades y temperaturas altísimas antes de superar el llamado horizonte de sucesos, emite radiaciones cada vez más intensas y energéticas, hasta convertirse en potentes fuentes de radiación. Es por esa radiación que se conoce indirectamente la existencia de muchos agujeros negros, pese a que no pueden ser vistos, ya que no emiten luz. Un agujero negro es un cadáver estelar, el colapso gravitatorio llevado al extremo. Se forma cuando una estrella masiva agota su combustible y, privada de ese calor que mantenía a la estrella en un tamaño constante, expandiéndola desde el núcleo, empieza a desmoronarse sobre sí misma (a colapsar). Si la estrella excede de una masa determinada, terminará por convertirse en un agujero negro, esto es, una cantidad enorme de materia condensada en un espacio pequeñísimo, creando una fuerza gravitatoria tal que ni la luz puede escapar de ella.

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