martes, 18 de enero de 2011

TODO PASA

De entre las características privativas y fundamentales del hombre le parece a uno que la que más le distingue del resto del reino animal es su dicotomía entre realidad e imaginación. El hombre, entre otras muchas definiciones que podrían resultar igualmente válidas -o inválidas-, no es más que realidad e imaginación, lo que, por otra parte, no es poca cosa. Que el hombre sea realidad e imaginación implica, entre otras muchas cosas, que sea consciente de la realidad del tiempo, aunque lo mismo, y quizá más exacto, sería decir que el hombre es consciente de la imaginación del tiempo. Por tanto, si no hay hombre no hay tiempo, pues que el tiempo es la forma de imaginación más acabada que se conoce. Donde nació el hombre nació el tiempo, y de ahí podemos decir aquello de que todo pasa.
Entre los asertos que oímos cada día está ese que tiene más visos de verdad que ninguna otra: “todo pasa”. En efecto, todo pasa. Y pese a su cáracter perogrullesco, pese a su reconocimiento general como axioma, pese a que en cada momento de nuestra vida se nos está demostrando ante nuestros ojos, quizá por su evidencia aplastante es una de las ideas que más nos cuesta asimilar. Sólo los años, la experiencia, nos hacen ver con mediana claridad que, en efecto, todo pasa. Es, sin embargo, un aprendizaje lento, tan lento como pasa nuestra vida, y para el que además no valen ni libros ni profesores ni, menos que nada, saltarse pasos. Sí, podrán decírnoslo mil y una veces, nos lo podrán demostrar con ejemplos varios sacados de la experiencia ajena, podrá sernos revelado por el Espíritu Santo, que hasta que no lo vayamos viviendo -ojo al tiempo verbal- en nuestras carnes, no empezaremos a desentrañar su enseñanza y su misterio.
Todo pasa. Y todo queda, que dijo Antonio Machado. Pero lo nuestro es pasar. Sí, lo nuestro, lo de todos, va siendo cada vez más pasar, conforme la vida va pasando por nosotros a más y más velocidad. Esto, que podría ser un poema con su rima incluida, no es más que la realidad chabacana y vulgar de todos los días, para la que valen pocas literariedades. Porque está muy bien meterle vida a la literatura, pero inyectarle literatura a la vida puede ser peligroso. Tenemos la duda de si que todo pase es un consuelo o, por el contrario, es un drama más de la existencia. Creemos que ni lo uno ni lo otro, y que simplemente es una realidad imaginativa, pues que se basa en ese concepto que el hombre, ser mitad realidad, mitad imaginación, inventó: el tiempo.
El que todo pase está en función del tiempo, naturalmente. Está en función, por tanto, de nuestra imaginación. Y en el tiempo, en la imaginación y en la vida, todo tiende por gravedad a la calma, ese estado ideal del hombre. Lo que nos atribuló en su momento, lo que padecimos con horribles sufrimientos morales, puede llegar con el tiempo a causarnos nostalgia. ¿Cómo es posible eso? No lo sabemos, pero es cierto. Si nos ponemos a recordar una época de sufrimiento, pese a nuestra conciencia de ese sufrimiento pasado, siempre encontraremos una pizca de algo que nos haga querer volver a ese instante, aunque sólo sea para contraponerlo a nuestro estado actual, libre de tristezas. Es más, el simple hecho de recordarlo es ya una muestra de que todo pasa, de que todo, en suma, se va posando mansamente sobre el valle del sosiego, hacia lo que todo tiende.
Pero en el sentido contrario es lo mismo. Soñamos insistentemente con algo, ya sea un amor, un trabajo, un objeto, un premio o un lugar en donde vivir. Lo deseamos ardientemente, imaginamos por una razón que no comprendemos -y que ni siquiera es razón- que ahí radica nuestra dicha para los siglos de los siglos y cuando, por aquellas casualidades de la vida, se nos concede, resulta que si no decepción -la vida, afortunadamente, es parca en decepciones-, sí que nos vamos abismando en ese mismo valle del sosiego. A una explosión de alegría inicial suele venir un atemperamiento de nuestros éxtasis, para en muchos casos llegar a la mera indiferencia y, al fin, al olvido.
A lo que sobre todo lleva el que todo pase es a la extinción del miedo, eso que nos pudre de la cabeza a los pies. En efecto, sólo se tiene miedo en función de nuestra esencia proyectiva, y saber que tarde o temprano todo pasará nos tranquiliza de tal modo que, según vamos viviendo y acumulando experiencias, el miedo va desapareciendo. Cuando a uno le dicen que se aleje de tal chica que le gusta porque no es para él, porque le está haciendo daño, porque se merece algo más o porque la abuela baila, no puede, no debe más que obviar tales consejos. Quizá tengan razón, seguramente esa chica es un imposible que además nos tendrá distraídos y chupándonos la energía durante un tiempo. Pero a uno eso cada vez le importa menos. Igual que sólo de la discusión sale la luz, sólo de la lucha a brazo partido se hace el hombre completo. ¿Qué más dará, si todo pasa? ¿Tan difícil es de entender?
Sí, tan difícil es. Pero acaba por entenderse. Y, una vez conseguido eso, es un placer sumergirse hasta el cuello en el agua de la vida. “Viajar es aprender a convertir el pasado en estaciones de paso”, dijo Mauricio Wiesenthal. La vida es un viaje, todo pasa, y lo único que cuenta es navegar.

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