jueves, 20 de enero de 2011

CARA DE TONTO

En la búsqueda diaria del tema que pueda servir para la entrada de cada día, suelen ser muy útiles las frases hechas y expresiones que, un poco sin pensarlas, se dicen y oyen en nuestro entorno. Están tan asimiladas por nuestro cerebro en forma de engrama que pocas veces nos paramos a pensar en su significado, digamos, visible, pero aún menos en su significado oculto y todavía con menos frecuencia en cambiarles los términos hasta darles por completo la vuelta. Algunas veces son expresiones breves y gráficas que explican en dos, tres, cuatro, cinco palabras toda una compleja situación del alma por la que todos, en mayor o en menor medida, hemos pasado alguna vez. Una de ellas es la expresión “cara de tonto”, sobre la que queríamos enfocar nuestras equívocas y todavía temblorosas luces.
Cuántas veces hemos escuchado y dicho aquello de “se me quedó cara de tonto”. Pongamos unos ejemplos habituales. “¿Sabes? El otro día me dejó la novia, sin más explicaciones. ¡El día anterior estábamos estupendamente! Se me quedó una cara de tonto...” O: “ayer mi feje me dijo que me echaba, así, sin más ni más. No veas qué cara de tonto se me quedó”. También: “no lo entiendo, cuando todo parecía hecho... Teníamos el partido amarrado. Menuda cara de tonto se nos ha quedado”. Uno no sabe muy bien en qué consiste, qué arquitectura de facciones -pues se supone que, siendo una expresión general, todas las caras de tonto responden a una descripción precisa o, cuanto menos, muy parecida entre los distintos individuos- tiene la cara de tonto, pero sí sabe que existe, sabe distinguirla cuando la tiene delante y, sobre todo, es perfectamente consciente cuando a uno mismo se le queda, sin comerlo ni beberlo, cara de tonto.
Pues bien, con toda la carga peyorativa e hiriente de esta expresión castellana -el idioma castellano, los castellanos, siempre se han caracterizado por llamar a las cosas por su nombre, guste o no guste, sea más políticamente correcto o incorrecto-, a uno le parece que la cara de tonto es una de las más dignas y literarias de entre el casi infinito abanico de visajes que puede ofrecer el rostro y, por lo tanto, el alma. Podríamos definir la cara de tonto como la fotografía del total desconcierto, el fotograma en que todas las dudas del hombre, todas las incertidumbres personales y generales de la existencia, toda la miseria con todas sus luces y sombras, se materializan, se nos ponen ante los ojos como un fantasma, en forma de imagen humana. En forma, en suma, que podamos comprender o, cuanto menos, empezar a poder comprender. Uno cree que la cara de tonto es nuestro estado más primitivo y puro, aquel en que, simplemente, no entendemos absolutamente nada de lo que ocurre, de lo que nos ocurre, de lo que ocurre con nosotros. La cara de tonto es -y que nadie se ofenda- nuestra cara más habitual.
Es proverbial la cara de tonto que se le quedó al jugador del Bayern de Munich Lothar Matthaus -un ganador nato que, entre otros títulos, atesora un Mundial- cuando el Manchester United remontó a su equipo con dos goles en el descuento la final de la Copa de Europa de 1999 jugada en el Camp Nou. Bien, pues uno, que tiene grabadas en la cabeza muchas imágenes de Matthaus henchido de gloria y satisfacción, celebrando cosas, bebiendo cerveza alemana y brindando con los aficionados en la plaza central de Munich, no encuentra mejor imagen de la persona, de la humanidad, de Matthaus que aquella en que se le ve, con absoluta cara de tonto, mirar con los ojos del alma perdidos en la nada la tumultuosa celebración de los felicísimos jugadores del Manchester United.
Pensándolo un poco, hay mucho de patético ver a los hombres celebrar cosas, envanecerse de lo conseguido, propalar a los cuatro vientos la victoria. Hay en la consecución de los deseos y en la alegría explosiva un algo de indigno, un mucho de fugacidad y casi nada de grandeza. Y, en cambio, la imagen de la desolación, del no saber por qué, de las bajuras del alma, del tocar fondo con los dedos temblorosos, se nos representa como la más virginal, la más consoladora en su desconsolación, de las estampas. Y la más duradera. La cara de tonto nos mueve a una tremenda comunión con los demás, con nosotros mismos. A uno le parece -llegó el momento de invertir los términos- que hay mucha más cara de tonto en la cara de listo y triunfador, que sólo es supuesta y nunca real en tanto que es, sobre todo, efímera.
Perder, sí. Continuamente está uno perdiendo, aunque esté ganando. Es seguro que estamos hechos para existir, para estar, quizá para ser felices, pero lo que en ningún caso es seguro es que estemos hechos para ganar. Porque lo que se tiene, si al principio no nos hastía, sí nos ocupa y, sobre todo, nos preocupa. Ya lo dijo Valle Inclán: “siempre hallé más bella a la majestad caída que sentada en el trono”. Empezar de cero, tocar los fondos de la nada y atisbar todo un mundo de posibilidades; detenerse un momento en nuestro paseo, bajar el mentón, mirar para el suelo y poner cara de tonto. Hay que hacerlo de vez en cuando.
Cara de tonto, la más hermosa que alguien puede poner. Quien entiende esto, no necesita que se lo explique, y a quien no lo entiende es imposible explicárselo.

1 comentario:

  1. Me ha encantado esta entrada de "cara de tonto" jeje.
    Me ha gustado tu reflexión sobre ese estado incontrolado que tantas veces sentimos. Esa reacción ante algo inesperado. Esperamos tantas cosas de los demás y de todo lo que nos rodea, que a menudo nos qedamos con cara de tonto precisamente porque estamos programados para acostumbrarnos a lo cotidiano y no al factor sorpresa. Sólo un niño es inmune a eso porque se sorprende por todo lo que le rodea y no espera que las personas o las cosas hagan lo que él intuye o desea.
    Nos tenemos merecida la "cara de tonto/a" que se nos queda y realmente es genial que así suceda.
    Un abrazo!!

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