miércoles, 26 de enero de 2011

LA PODA

El fenómeno repetido, matemático, costumbrista de cada año ya está aquí: ha comenzado la poda. Ningún acontecimiento natural y anual tan puntual como esta salubre manera de poner a nuestro mundo vegetal ciudadado en las condiciones estéticas y éticas óptimas para el renacimiento primaveral que, aunque todavía lejano -llevamos apenas un mes oficial de invierno- se prefigura ya en el acto de la poda. Madrid va perdiendo sus ramas y lo que hace una semana era un bulevar de árboles pelados y con una exhuberancia diríamos que muerta, es ahora la muerte completa para el próximo florecimiento de la vida. Ya se sabe que los extremos se tocan, y este saneamiento un tanto salvaje de ramas cercenadas esparcidas por el suelo es la garantía de que, un año más, los parques y avenidas de Madrid lucirán sus mejores galas.
No deja de ser un fenómeno curioso esto de la poda para los niños y los caracteres sensibles. Eso de ver por el suelo los miembros amputados de unos pobres seres vivos es un espectáculo que podría parecer poco edificante y traumático. Es usual ver a una criatura con ojos estuporosos y al borde del llanto mientras pregunta a sus padres que por qué les cortan las ramas a los arbolitos, que él sabe perfectamente que son seres vivos “como tú y como yo”, porque así se lo han explicado. El padre o la madre balbuceará explicaciones poco convincentes, quizá porque a él también, en el fondo, le resulta troglodita y brutal tratar así a las pobres plantas. Todos llevamos a un niño dentro, no a nuestro niño necesariamente, pues a ese le dejamos atrás hace mucho, sino al niño de todos, porque el niño, el hecho, pensamiento y sentimiento del niño, es el más general y universal que existe.
Así pues, aún no ha terminado el invierno, que está en su cúlmen, y ya nos damos de bruces con los preparativos de la primavera y, si apuramos, del estío. Y, seamos francos, esta prefiguración nos abre una puertecita casi olvidada en el corazón y una rendija de esperanza por lo que vendrá, por lo que sabíamos que ahí estaba y estará porque así se ha repetido siempre pero que gozamos en olvidar para después volver a recordar. Parece que no sabemos estar nunca donde estamos y que necesitamos ampliar nuestros horizontes morales a campos más o menos distantes, más o menos borrosos e imaginarios, escenarios y decoraciones anticipadas que hagan más soportable esta nuestra existencia presente de la que, pese a su fugacidad, pronto nos cansamos; en realidad, nos estamos cansando a cada hora, a cada minuto, a cada segundo.
No sabe uno si Madrid está más bonito tras la poda que antes de ella. Pensándolo un poco -la belleza también se piensa- es más bello con sus ramas enteras que con esta necesaria artificiosidad por mano humana. Volviendo a la poética imagen del bulevar con árboles desnudos pero enteros y contraponiéndola a la del mismo escenario con las ramas caídas, quizá la primera nos traslada a nuestra alma campestre. Es como si un pedacito de campo se hubiera posado en Madrid, y la acera fuera un río y los árboles su margen frondosa; y, entonces, esa nuestra necesidad atávica por lo silvestre se ve satisfecha. Por el contrario, la otra, la de los árboles manufacturados, nos recuerda lo que de ciudad tenemos y en la ciudad que estamos. O quizá es que no queremos otra cosa.
Madrid tiene que estar reluciente para la fiesta de la primavera, y lo estará. Reluciente y bien cortado. A las fiestas, en efecto, hay que ir preparado, aliñado, saneado. Lo contrario es vanidad y ganas de llamar la atención. No debe confundirse la coquetería con la chulería. Ha comenzado la poda, uno empieza a ver la luz y tiene ganas de fiesta. El invierno, antes siquiera de terminar, muy lejos de terminar mejor dicho, está ya terminado en nuestra imaginación gracias a la poda. Por un momento los abrigos y bufandas ya no existen y los vientos del norte no arrecian. Y si así lo parece, así es también. Todo es como uno quiera verlo.
Esos esteticistas de lo verde han comenzado su labor y Madrid, que somos todos nosotros pero también es sólo ella, se lo agradecerá. Uno ya ha empezado a acicalarse, aunque sólo sea dentro de su mente. Madrid, la bella enamorada, también. Suenan los primeros acordes de fiesta...

No hay comentarios:

Publicar un comentario