jueves, 13 de enero de 2011

HABLEMOS DEL AMOR

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Miguel Hernández
Uno sabe que del amor está hablando siempre, aunque no lo nombre explícitamente. No sólo eso, sino que, aún más importante, más que hablar del amor, habla desde el amor. Relacionarse, escribir -escribir es una forma de relacionarse- es ya de por sí un acto de amor, pues que además de que normalmente no se escribe más que de lo que se ama, se ama escribir. ¿Qué otro resorte si no es el amor nos impulsa a escribir, a vivir, a estar? Por ejemplo, una conversación nos aburre si no nos toca una sutilísima fibra sensible, esto es, si no toca de lleno o tangencialmente algún tema que amamos. No es posible ninguna actividad humana sin un soplo de amor, aunque sea tímido, casi imperceptible, como esa levísima brisa veraniega que alivia nuestros calores y desasosiegos. Vivir es, en suma, un acto de amor, e incluso diríamos que el amor es todavía más que vivir. Invirtamos los términos, pues: el amor es el acto de vivir.
Se entiende perfectamente que en toda novela o creación de ficción haya amores. Las más grandes obras maestras de la literatura, del cine, del teatro, de la música incluso, tiene amores. La primera serie de los Episodios Nacionales de Galdós, por ejemplo, con todas sus virtudes narrativas, sus personajes novelescos o reales perfectamente delineados, su rigor histórico, su calidad literaria, su sólida estructura, su monumentalidad, valdrían poco sin esa pareja mítica que forman Gabriel e Inés. Lo mismo podríamos decir de Guerra y paz sin Pierre Bezujov y Natasha Rostova. Un tratado de física no se entiende sin el amor, aunque en él no se nombre en absoluto esa palabra. Toda creación, si es sincera y verdadera obra del hombre, tiene el amor en su esencia como la molécula de agua consta de un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno. Sin esa precisa combinación atómica, no hay agua. Si no hay amor, no hay hombre.
Pero aquí, más que de hablar sobre ese amor universal que está en todo, más que de hablar, en suma, de ese todo, queríamos detenernos en su vertiente más popular, dolorosa y placentera a la vez: en el amor entre personas. Muchas veces nos preguntamos qué puede ser eso del amor, esa cosa a veces incómoda que de improviso se hospeda en nuestra alma y en nuestro cuerpo como un parásito. Es posible que sea una pregunta retórica, pero es posible también encontrar una vía que al menos nos acerque a un germen de respuesta; que al menos nos acerque a una mera sospecha que, visto lo visto y sobre todo en este tema, no es poca cosa.
Uno es aficionado, de vez en cuando, a hojear el diccionario. Pero no sólo para encontrar el significado de palabras que desconocía o extrañas, sino sobre todo a comprobar, con infinita curiosidad y muchas veces sorpresa, lo que el Diccionario -con mayúscula, esa inmensa cantera de ladrillos con la que hemos ido contruyendo nuestra alma a lo largo de nuestra vida personal y nuestra historia como especie- entiende por aquellos conceptos que usualmente tratamos en nuestra vida ordinaria. Conceptos de los que conocemos, o creemos conocer, el significado. Pero el Diccionario, “ese gran libro de poesía” que dijo César González-Ruano, guarda en su seno definiciones que trascienden lo que conocemos, definiciones en las que con pocas palabra se dicen muchas más cosas de las que caben en esas pocas palabras. Es lo mismo que meter todo el agua de los océanos del mundo en un vaso. ¿Qué otra cosa si no poesía es eso?
Detrás de cada palabra se esconde un sueño calenturiento, dijo Cela. Acudamos al Diccionario y busquemos la palabra amor en su primera acepción. Leemos, no sin cierto pasmo, lo que sigue: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.” Está claro que cada uno tiene su propio concepto del amor y que hay, por tanto, tantas deficiones del amor como personas racionales hay en el mundo y aún muchas más. Pero lo que no se puede negar es que no habrá muchas que superen el contenido de la de nuestro Diccionario de la Real Academia Española. En primer lugar, nos llama la atención la palabra “intenso”. Según el Diccionario el amor no puede ser tibio. Creemos que es verdad. En cuanto la temperatura del amor desciende unos grados, empieza a morir. El amor no entiende de medias tintas y sólo sobrevive en condiciones óptimas de crecimiento o, como poco, de mantenimiento en cotas altísimas. Luego está el término “ser humano”. El ser humano, en efecto, es amor en sí mismo y vive gracias al amor. Es un sentimiento -esta palabra merecería un análisis aparte que excede los límites de esta entrada- muy humano pero que creemos no está sólo en lo humano, sino en la Naturaleza. Mas recordemos que nos hemos detenido exclusivamente en el amor entre personas. A continuación viene lo gordo, el concepto sobre el que queríamos incidir y que nos parece la clave del asunto: la palabra “insuficiencia”.
¡Insuficiencia! ¡Qué terrible concepto! Ahora es cuando empezamos a comprender algo. Resulta que lo más excelso de nosotros, que aquello sobre lo que fundamentamos nuestros actos, pensamientos y objetivos vitales se basa en nuestra propia insuficiencia, en la intrínseca cojera espiritual del ser humano, en la imposibilidad palmaria de autarquía personal. Resulta que el amor es en su esencia algo incompleto y que, además, el hombre que no ama es también alguien incompleto, no realizado, con lo que tenemos una grave paradoja difícil de deesentrañar. Con lo que tenemos, en fin, el carácter trágico del amor y el eterno drama del hombre.
El hombre no es nada sin lucha y en toda lucha se pierde algo. El amor, por tanto, nunca puede ser perfecto, y el amor más cercano a la perfección es precisamente aquel que no existe, que no ha existido y que jamás existirá como no sea en nuestra imaginación. En el momento en que el amor se materializa, en el momento en que el amor más que ser, está, es ya fatalmente incompleto. Es mucho más fácil sufrir y sentirse solo, insuficiente, a causa de un amor que tenemos o hemos tenido que por aquel que no es más que mera ilusión (ilusión en el sentido de engaño, cosa no real, imaginada). Y a pesar de todo ello, a pesar de lo inevitablemente trágico de su devenir real, preferimos tener ese amor de nuestros sueños a que sólo sea sueño.

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