viernes, 14 de enero de 2011

TO BE

Ser, estar, parecer. Uno, en los últimos tiempos, ha tenido la oportunidad de ir conociendo gente que le ha puesto en contacto con ese idioma universal y más o menos sencillo que quien más quien menos chapurrea porque está en todas partes y que además va siendo ya imprescindible para nuestros proyectos de vida. El inglés, esa lengua mecánica, poco flexible y parca en palabras va entrando poco a poco en los moldes mentales de uno, de lo cual, lógicamente, uno se alegra, y no poco. Sánchez Dragó dijo que el escritor no debe atenerse más que a una lengua, y hacerlo con todas sus fuerzas con tal de dominarla lo más cerca posible de la perfección. Añadía que por cada lengua de más que el escritor aprendiera, una vez moría. Nosotros no estamos de acuerdo, sino que pensamos, simplemente, que aprender una lengua no es otra cosa que variar nuestros puntos de vista sobre la vida, ser otros hombres aún siendo el mismo. Y por cada lengua que aprendamos, tantos hombres distintos seremos.
En sus conversaciones en inglés, tanto habladas como escritas, uno de los términos que más quebraderos de cabeza le da a uno es uno de los que a simple vista más simples parecen: el verbo to be. Eso de que en un sólo verbo se aglutinen tres de los que uno está acostumbrado a usar en castellano le pone, no pocas veces, en un apuro difícil de resolver. Los que hablamos español tenemos más o menos claro, porque así lo hemos hablado y oído durante toda nuestra vida, que ser, estar y parecer no son la misma cosa y que incluso algunos de esos términos se han contrapuesto entre sí por mor de algunos dichos populares más a o menos afortunados: “nada es lo que parece”, “las apariencias engañan”, etc. Y entonces, cuando uno se pone en contacto con el inglés, se queda pasmado y pensativo, no sabiendo muchas veces qué decir cuando queremos decir que alguien se parece a alguien o a algo o que alguien es pero no está con nosotros porque tiene la sensación, muchas veces, que lo que dice no es exacto y que muchas veces se está burlando de su interlocutor.
A simple vista, podría parecer una limitación bastante lamentable del idioma más hablado del mundo. Lo que en español son tres verbos, y bien distintos a simple vista, con sus infinitas connotaciones, en inglés es sólo uno. Mas si nos deshacemos de esa vanidad nuestra por nuestro precioso y riquísimo idioma y nos ponemos a pensar un poco sobre el tema podemos llegar a preguntarnos si no será el inglés un idioma mucho más inteligente y económico que el nuestro y que, a causa de una enseñanza de la vida a lo largo de los siglos, ha llegado a la soberana conclusión de que, simplemente, ser, estar y parecer son exactamente la misma cosa.
Sin ánimo ninguno de abrir una disquisición filológica para la que uno carece de cualquier conocimiento, sí quería reflexionar y hacer reflexionar un poco sobre lo que ese verbo to be y sus equivalentes en español nos pone ante los ojos: que, por mucho que diga el refranero y por mucho que nos lo hayan y nos lo hayamos querido hacer ver, no sólo somos lo que somos en realidad, sino también lo que parecemos. Todavía más, y aquí la física cuántica tiene algo que decir, que para ser hay que estar. Aquella novia nuestra que dejamos o que nos dejó tiempo atrás y que sabemos -o suponemos- que no está muerta, aunque sabemos que sigue y seguirá siendo por los siglos de los siglos -porque lo que es, por definición, nunca puede dejar de ser-, simplemente por no estar con nosotros, no es ya para nosotros. De ahí que tome significado aquella frase de Guy de Maupassant que decía que se lloran con la misma tristeza a las ilusiones que a los muertos. Una ruptura no deja de ser lo mismo que una muerte.
Con todo ello quiere uno decir que el hombre es un ser social y que por muy “anarcoindividualista” que sea o se considere (o parezca) no le queda más remedio por su propia mismidad a establecer relaciones con sus semejantes, esto es, no sólo a ser, sino también a estar y parecer. Incluso el ermitaño de la montaña que se encierra durante décadas a escribir sus pensamientos lo hace con la esperanza, quizá incosciente, de que alguien en el futuro lea lo que escribió. Y el absoluto solitario que ni escribe ni hace nada y que sólo tiene su soledad, la tiene precisamente gracias a los seres humanos que existen. La soledad, como todo, tiene sentido si se contrapone a algo, esta vez a la compañía.
Esto de sentirse solo tiene sentido únicamente porque existe la sociedad y quien no está solo. Es verdad que en última instancia sólo nos tenemos a nosotros mismos y que cada uno de nosotros es un orbe prácticamente infinito. Pero ese mismo nosotros ha sido moldeado a lo largo de la vida por el contacto con los demás, esto es, por lo que parecemos y hemos ido pareciendo, y por estar y haber estado con ellos. Parece que aquí el inglés, al que los hispano hablantes solemos despreciar por su mecanicismo, limitación de vocabulario y escasa musicalidad, puede ofrecernos alguna enseñanza acerca no sólo de ese idioma en sí, sino del nuestro propio y, por extensión, de nosotros mismos.

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