martes, 21 de diciembre de 2010

LA NOVIA DE MADRID

Sí, ya sabemos que ayer ya escribimos sobre novias -sobre novias de autobús, se recordará- y que hacerlo de nuevo hoy es una redundancia en la que el pretenso escritor debe intentar no caer so peligro de agotar los temas, que es lo mismo que agotarse a sí mismo. Somos conscientes de ello y prometemos que teníamos pensado escribir de otras cosas, de las cosas de Madrid o de las de uno, que es de lo poco que uno sabe escribir. No sabemos si nuestras cosas -las cosas que le interesan a uno- son muchas o pocas, buenas o malas, interesantes o tediosas; de lo que sí estamos seguros es que, a día de hoy, más nos vale escribir sobre aquello que sentimos como un íntimo temblor, sobre aquello que, a lo mejor insospechadamente, nos toca la fibra, que entonces y sólo entonces empieza a vibrar. Esa vibración es el combustible que pone en marcha la escritura más o menos literaria, y de ese reducto, de ese jardín florido, no quisiéramos salir nunca. Ah, las novias (¿Hay algún tema más inagotable que este?); la novia que tenemos y la que no; la novia que quisiéramos tener y sabemos que nunca tendremos o la que, por el contrario, albergamos alguna esperanza, a lo mejor infundada, de poseer; luego -y de ellas habla esta prosa- están las novias comunes, las “novias de España” que se decía antes, que siempre son famosas, claro está. Antes eran cantantes de copla y actrices, ahora la cosa va por otros derroteros. Pero la novia común sigue existiendo, y si no de la novia de España, que eso ya en estos reinos de Taifas ya no se lo traga nadie, sí quisiéramos hablar de la nueva y flamante novia de Madrid.
La nueva novia de Madrid es rusa, se llama Irina Shayk, tiene 24 años, es modelo y es conocida por ser, además, la novia de Cristiano Ronaldo. La podemos ver allá donde vayamos en esta ciudad y, aunque no nos hemos hemos asomado últimamente por otros lugares de España, sospechamos que su presencia allende Madrid es tan abundante y abrumadora como en la capital. Cada dos pasos nos la encontramos en las marquesinas de autobuses, que es su lugar preferido, como los campanarios de las iglesias lo son de las cigüenas para hacer sus nidos. Anuncia ropa interior de la marca Intimissimi, o mejor sería decir que anuncia la marca en sí, que es de ropa interior. Poco importa, porque la estampa es colosal. Irina luce un conjunto rojo pasión, creemos que de encaje, y está apoyada, entre voluptuosa, fatigada y desdeñosa, en una pared blanquísima, como la camiseta del equipo de su novio. Tiene la boca -una boca gorda y hermosa- entreabierta, y los ojos azulísimos miran al espectador con una desafiadora actitud que a más de uno hará palidecer. Sobre el blanco brillante de la pared resalta su piel como un sol atardecido, una piel bronceada que parece mentira pueda venir de tierras rusas. El pelo, castaño y suelto, casi podemos olerlo. Huele a bizcochos y a fruta, que diría aquel. De sus curvas, de su vientre suave, de sus hombros airosos, de su pecho apenas escondido bajo el sujetador, mejor será no decir nada, tal perturbación nos provoca. El Photoshop no se nota por ninguna parte, y además creemos -aún a sabiendas de que ha sido utilizado- que tal herramienta afea más que mejora a esta criatura. Uno cree, o sospecha, que Irina está mejor al natural, nada más levantarse por ejemplo, que adobada con los falsos brillos del ordenador.
Irina Shayk es tema de conversación en los cenáculos masculinos. Ha causado sensación. Allá donde uno va escucha la cantinela de: “¿habéis visto el anuncio de Intimissimi?” (Generalmente el nombre de la marca es pronunciado de formas varias y pintorescas.) Es, oficialmente, la nueva novia de Madrid, y por pleno derecho. Simplemente, no se puede pasar por su lado sin mirarla. Pero sólo un momento. Podría pensarse que, por ser una fotografía, no nos daría vergüenza, no apartaríamos la mirada. No es el caso. Tampoco a ella podemos aguantarla la mirada mucho tiempo. Es demasiado.
Uno se pregunta a menudo cómo será la convivencia diaria de estas parejas tan famosas, tan guapas, tan perfectas. Uno se pregunta, sobre todo, qué se sentirá siendo el novio de la novia de Madrid. No sabemos si regirán entre ellos las mismas reglas tácitas o explícitamente convenidas que en las parejas comunes. Es un mundo tan inaprensible y lejano que sólo podemos imaginar, como sólo podemos imaginar, con gran esfuerzo para nuestro estrecho cerebro, los eventos del cosmos. Y aunque no podemos saber lo que es realmente esa pareja, sí podemos saber lo que no es. Igual ocurre con el universo: ignoramos realmente lo que es una estrella o un púlsar, pero de lo que estamos seguros es de que no pueden albergar vida, por ejemplo. De igual modo, sabemos que Irina y Cristiano nunca podrán disfrutar de un paseo tranquilo al atardecer por la plaza de Oriente. Ya es paradójico y tremedamente injusto que la novia de Madrid no pueda andar tranquilamente por los lugares más emblemáticos de su ciudad. Pero la vida es así, y al Rey tampoco le veremos haciendo la compra en El Corte Inglés, la empresa por antonomasia del país en el que reina.
Uno está por asegurar que Irina Shayk es la mejor novia que Madrid ha tenido últimamente. Es, a uno se lo parece, la más guapa de todas. No sabemos lo que durará, suponemos que lo que se tarde en quitar el anuncio, o sea, después de las Navidades. Será una gran pérdida, y ni siquiera es seguro que Madrid tenga en seguida otra novia. Las ciudades, entonces, son como las personas, tienen sus mismos mecanismos internos, sentimentales. Eso ya lo sabíamos, pero cosas como esta nos ayudan a refrescar la memoria.
Irina Shayk, la novia de Madrid, nos provoca, y esto no podemos esconderlo, una honda tristeza, como nos la provoca toda belleza femenina excesiva. ¿Puede ser la belleza excesiva? Sí, puede serlo, y ahí está el drama, el gran drama del ser humano, la melancolía de las melancolías. Uno cree que, para ciertas naturalezas, la belleza femenina es algo con lo que no se puede convivir. Es difícil convivir con Irina, pero será aún peor cuando nos deje. Descansaremos, sí, pero entonces, a falta de su portensosa imagen repetida casi infinitamente por las calles de Madrid, sólo podremos preguntarnos: “¿cómo será Irina, la ex novia de nuestra ciudad, nada más levantarse?”
Habrá que preguntarle a Cristiano.

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