viernes, 3 de diciembre de 2010

CUANDO NIEVA EN MADRID

Nieva en Madrid, aunque sea un centímetro, aunque ni siquiera cuaje, y parece que se paraliza toda España. Se comprendería que algo así sucediera si nevara en Valencia, por ejemplo, o en Almería. Pero, ¿en Madrid? Ciudad mesetaria, la capital a más altitud de Europa, cumple todos los requisitos -salvo su relativa meridionalidad- para que en invierno nieve varias veces todos los años. Ve uno los informativos cuando nieva en Madrid y se le revuelven las tripas. Le da a uno la sensación, con tanta algazara por la nieve, con tanta alegría falsa del periodista o reportero, que en verdad se está perdiendo algo. No sabe si le dan ganas de salir corriendo a la calle y revolcarse en la blanda blancura o quedarse en casa al calor del brasero, en caso de que lo tuviera. El mensaje transmitido es equívoco y desasosegante. Toda esa información televisiva por la nieve que viene, que cae o que se fue le llena a uno de una desazón difícil de definir. Toda insistencia mediática en temas comunes -y ningún tema es más común que el tiempo- tiene un mensaje subyacente: seguro que su vida, espectador, no es lo suficientemente rica e interesante como para disfrutar de la nieve, o, si lo es, no va a poder disfrutar de su vida tan rica e interesante porque va a nevar. Odia uno los días de nieve en Madrid no por la nieve, ni por las incomodidades que supone. Los odia por lo que de ellos hace la televisión. Nos dicen hasta lo que nos debe resultar incómodo. Si no fuera por eso, estaría uno por asegurar que amaría los días con nieve, calor extremo e incluso vientos huracandos. Pero lo ve repetido una y otra vez por la televisión, con todo lujo de detalles, y se le cae el alma al suelo. Se le cae, o eso le parece, su vida al suelo. Derecho a estar desinformado. Qué bendición la desinformación, qué dura cruz de martirio es la actualidad. En época de nieve espera uno como agua de mayo las novedades políticas más que en ningún otro momento. No las sociales o deportivas, pues que son otra forma de insistir en temas comunes. La política, por el contrario, como creación artificial del hombre, nos conforta con nosotros mismos, con nuestra propia naturaleza. Sobre todo en estos casos es calmante y, paradoja, nos aleja de la estupidez. Porque el que los informativos hablen de la nieve durante horas y horas es tan estúpido como alagar los oídos de una modelo alabando sus virtudes corporales. Nos han quitado el placer de disfrutar de la nieve, de lo que caiga. Lo que debería ser disfrutado sin nombrarlo, es mentado hasta la saciedad por todos esos deleznables juntaletras. El tiempo, el tiempo, el tiempo, la nieve, la nieve, la nieve. Ya se sabe que el que habla de tiempo es que no tiene más que decir. Se puede ponderar un día hermoso, hacer lirismo de un campo nevado, retener en la retina, en la fotografía o en la pintura una estampa otoñal. Pero en silencio, todo eso no es más que silencio. No publicitemos lo que ya es de todos, lo que ya podemos ver con sólo mirar por la ventana, lo que debe ser sentido -en caso de que se sienta- en el complejo pabellón de nuestro interior.
En fin. ¿A qué viene todo esto? Ah sí, que uno no tiene hoy a nadie con quien pasear entre la nieve. Es que no hay nieve.

No hay comentarios:

Publicar un comentario