domingo, 26 de diciembre de 2010

EL PARQUE DE LAS SIETE TETAS (O Cerro del Tío Pío)


Quisiera uno que este fuera el blog de Madrid. Pretensión excesiva y presuntuosa, pues Madrid es ciudad con magnitud y aliento suficiente para alimentar no un blog, sino cientos, miles, millones, tantos como habitantes vivimos en ella. Nos conformamos, por tanto, con que este sea un blog de Madrid, uno más entre los muchos que se ocupan, si quiera en parte o tangencialmente, de lo que podríamos llamar la "sustancia" de Madrid, esa por la que Madrid es lo que es y por lo que, en definitiva, cualquier ciudad —pues no hay, no puede haberlas, dos ciudades iguales— es lo que es. Reniega uno cada vez más de las comparaciones que se usan cuando alguien de Madrid, por ejemplo, visita Barcelona, o viceversa. En seguida, casi involuntariamente, surge la confrontación, a veces no tanto por el visitante sino por los escuchadores del relato del visitante en cuestión. Dejemos a cada ciudad con lo suyo, olvidemos si esta es peor o mejor que aquella, que las ciudades, además y aunque no lo parezca, tienen sus corazoncito y su sensibilidad, su poso de amargura cuando echamos pestes de ella y su sonrisa blanca y radiante —incluso su vanidad— cuando ponderamos sus gracias. A uno, que ama Madrid, le parece que su ciudad bella y enamorada se sonroja como una colegiala cuando hablamos a alguien de lo bonita que es de noche, de lo limpio y claro que es su cielo, de lo líricos y emocionantes que son sus atardeceres desde la Montaña de Príncipe Pío, de la sensación de expansión y sorda melancolía que siente cuando pasea la Gran Vía.
Tanto y tan bueno se ha escrito sobre Madrid que a uno casi le da vergüenza ponerse a hacer la crónica diaria, literaria, de la ciudad. Pero, ¿qué otra cosa podría hacer? ¿Qué otra cosa sino intentar compartir algo de lo que siente hacia sus calles, sus gentes, sus leyendas, sus escritores, sus amaneceres, sus incomodidades incluso? ¿Qué otra cosa sino hacer comparecer al lugar en donde vive, el escenario donde sus días, con mayor o menor fortuna, van pasando? Más bien diría uno que uno ve pasar Madrid, y no al revés. Lo que después hace intentando darle forma literaria no es más que amontonar y ordenar los materiales que la ciudad, en su infinita generosidad para con nosotros, nos ofrece día tras día. Decía Balzac que el novelista debía vivir en los pueblos porque allí podía ver más claros todos los tipos humanos (el avaro, el vanidoso, el romántico, etc.). Puede que sea cierto, pero uno ve más orden en la revuelta y zumbadora colmena de las grandes ciudades, donde todo, aunque en apariencia caótico, se ordena por sí solo, de una manera natural. Ve más orden y, por supuesto, más encanto.
La mejor frase que uno ha leído sobre Madrid proviene de la infatigable pluma de Ramón Gómez de la Serna. Dice así: "Madrid es meterse las manos en los bolsillos como nadie en el mundo". ¡Ah, que concentración de lo que es Madrid en trece palabras! ¿Cabe más Madrid, más sustancia de Madrid, que en esta confesión de lo que un madrileño de pro hace de su querida ciudad? Decir que Madrid es meterse las manos en los bolsillos como nadie en el mundo es igual que jurar amor eterno a nuestra enamorada, no con palabras explícitas de amor, que esas nadie se las cree —ni el que las dice ni el que las recibe—, sino con la manera de pedir al camarero un refresco para ella, por ejemplo. Esas cosas siempre se notan. Si usted, querido lector, nota que su pareja pide al camarero un refresco para usted como es debido, es que le quiere. No hay error posible. Porque lo piensa uno y es verdad, nada podría añadir: nadie en el mundo se mete las manos en los bolsillos como los madrileños, y quien diga lo contrario miente. Uno, después de ver a un madrileño meterse las manos en los bolsillos, duda incluso de que en otras partes del mundo tengan el atrevimiento de hacerlo.
Pero Madrid, claro, es mucho más. Ya lo contó todo Ramón, y tantos otros, de los que uno querría recoger siquiera un pequeñísimo legado y transformarlo en su visión, en su glosa, de Madrid. Ya lo ha venido haciendo últimamente y aún antes, mucho antes. Uno cree que no ha escrito de otra cosa que de Madrid. Cuando ha escrito sobre otra ciudad, lo ha echo pensando en Madrid; cuando ha escrito sobre una chica, lo ha hecho imaginándola en Madrid, con Madrid; cuando ha escrito sobre sí mismo —cosa a lo que cada vez es más remiso— lo ha hecho sintiéndose en Madrid.
Nuestra intención no es otra que ir desgranando, en la medida de nuestras posibilidades, la vida —y las consiguientes muertes— de Madrid. Hacer, o, mejor, ir haciendo, un retrato galdosiano, celiano, umbraliano, barojiano, larraniano, carreriano, de la ciudad. Incluso esporádicamente uno irá salpicando Madrid con los humildes personajes salidos de su pluma, de los que uno mismo también tomará parte, como no podría ser de otra forma.
Empezaremos —o, mejor dicho, continuaremos, porque, como hemos dicho, esto mismo ya se ha venido haciendo— con el Cerro del Tío Pío, llamado Parque de las Siete Tetas, en Vallecas, y desde donde se pueden disfrutar de las mejores vistas de la ciudad. Pero eso ya será otro día, que hoy ya es tarde y Madrid merece que se hable de ella con nuestras facultades en la mejor disposición.

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