Abro los ojos. ¿Qué son esas sombras? ¿Y esos indefinidos contornos? ¿Es realidad o imaginación? ¿O quizá ambas cosas? Veo a alguien. Le escucho también. Me dice cosas, me susurra al oído, me toca. Me besa. ¿Quién es? Me ofrece un libro. No, no me lo ofrece, lo tenía ya en la mano. No veo bien el título. Pone mi nombre. ¿Es un libro mío? ¿Cómo es posible, si yo no he publicado nada y, peor aún, no he escrito nada todavía digno de publicarse? Pero no, no es mío. Tampoco sé de quién es. Sólo que hay párrafos muy densos, muy macizos. Es una novela de personajes vagarosos y tramas complejas. Lo leo, y desde la primera palabra compruebo que me lo sé de memoria. ¿Cómo es posible, si aún no he empezado a leerlo, si no lo he leído nunca? Pero sí, no hay duda, lo recito entero sin saltarme una coma. De repente el libro desaparece y la persona que vi al principio vuelve a estar delante de mí. Me sonríe con una sonrisa lejana, inaudible, como en un fotograma. Paseamos juntos por un jardín de plantas negras. Sí, sí, las plantas son negras, y allá al fondo está atardeciendo. Pasa un rato que en realidad no dura más de un milisegundo. Me miro las manos y apercibo que he envejecido. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Quién es este señor que ahora camina conmigo por el mismo parque de las plantas negras? ¡Cómo es posible! Es mi jefe, y él no ha envejecido, está como siempre. Me duele el estómago, y me detengo. Mi jefe me dice cosas muy desagradables, sus formas son buenas y no alza la voz, pero lo que me dice me punza el corazón. Son las cosas que el día anterior no se atrevió a decirme pero que seguramente pensó. Reflexiono un momento. ¿Estoy soñando? Está claro que no. ¿Estoy despierto? Tampoco. Alguien me coge de la mano, es una chica. Vuelvo a ser joven, quizá mucho más que ahora. Soy un adolescente. La chica me besa y me lleva a una caseta del jardín, donde hacemos el amor. No la veo la cara, todo está como nublado. Me vienen algunos nombres a la cabeza, Betelgeuse, Aldebarán, Antares, Achernar. Son nombres evocadores y llenos de reminiscencias. Son nombres de estrellas muy lejanas. Pero no sé por qué los recuerdo. Tarareo una canción antigua, muy antigua, que hacía muchísimos años que no escuchaba y que ahora suena en mi cabeza con total claridad. Suena el mismo estribillo una y otra vez, con absoluta perfección. Es lo único que está definido, el sonido. Lo demás, los colores, las luces, las figuras, siguen escondidas tras un pálido velo. Veo escenas de mi niñez y de mi día anterior, todas mezcladas, confundidas como en un collage memorístico. Todo esto mientras sigo haciendo el amor con la chica, que ya no es la misma. Tampoco es otra, porque ya no es nadie. En cuanto he pensado en ella de nuevo ha desaparecido y me veo otra vez en el jardín de las plantas negras. Sigue atardeciendo y parece que nunca dejará de hacerlo. ¡El atardecer eterno! ¡Las noches blancas! ¡Horizontes blancos y rosáceos! ¿Qué pasa aquí? ¿Está pasando algo? ¿Es realidad, sueño o imaginación? ¡Ninguna de las tres cosas! Es nebulosa, sólo nebulosa. ¿He dormido algo? Cuando alguien se pregunta a sí mismo si ha dormido se está dando a sí mismo la respuesta. El que no ha dormido sabe perfectamente que no ha dormido. He dormido, sí, pero, ¿cuándo? ¿Y cuánto tiempo? No sé si es de noche o es de día. No sé nada. Nada se aclara, es nebulosa. ¿Dónde está mi chica? Siento unos deseos inextinguibles de seguir haciéndole el amor, pero ya no la encuentro. ¡Oscuro jardín de claro horizonte! Corro, corro hacía allí, sin darme la vuelta, sin mirar atrás, porque a mi espalda están las plantas negras. El estómago sigue doliéndome más y más, y ya no puedo seguir corriendo. Se oyen unas risas, como una manada de hienas disputándose la carroña. ¿Dónde están? Las oigo cerca, muy cerca, ahora detrás de mí, ahora a mi derecha, ahora a mi izquierda, ahora en mis narices. Pero no las veo, porque todo sigue siendo vapor. Las hienas ríen y ríen con intensidad creciente y tengo que taparme los oídos. Mi jefe de nuevo, la figura del principio, el libro que me sé de memoria. ¡Todo lo vislumbro de nuevo! No es el objeto físico, sino sólo su abstracción. Sólo los veo si cierro los ojos, pero qué digo, ¡si los he tenido siempre cerrados! Jamás los abrí. Un terrible escándalo percute en mis oídos. Debe de ser el sonido el diablo. La nebulosa se disipa…
Cojo el móvil y apago la alarma. Ya estoy completamente despierto. Pero antes no estaba dormido, no. Sólo era nebulosa.
Imagen de cabecera: Nebulosa del Águila, también conocida como Pilares de la creación, situada a 7.000 años luz de la Tierra. Esta fotografía fue tomada por el Telescopio espacial Hubble. La combinación de colores de esta imagen (rojo para la emisión de azufre ionizado, verde para la emisión de hidrógeno y azul para la emisión de oxígeno doblemente ionizado) ha pasado a ser conocida como paleta Hubble y ha sido ampliamente difundida en la fotografía astronómica del cielo profundo.