sábado, 6 de agosto de 2011

ALGUNAS CONCLUSIONES

Después de cuatro días solo, pedaleando por los acres escenarios de la vieja Castilla, uno elabora ciertas ideas a modo de conclusiones que, no obstante, no son más que un punto de partida:

1) Uno llega a la conclusión de que en los viajes el ochenta por ciento de las cosas que llevamos son inútiles y superfluas. Los viajes deberían hacerse nada más que con lo puesto, o con muy poco más de lo puesto. Nos empeñamos en llevarnos nuestra casa con nosotros cuando en realidad un viaje es todo lo contrario, es dejar todas nuestras cosas atrás porque los viajes son otra cosa, como una vida aparte de la vida real. Con el ánimo dispuesto, con nuestra piel, nuestra sangre, nuestro corazón, un libro, un cepillo de dientes, dinero y un poco de ropa, podemos ir al fin del mundo.

2) Que en una mochila pequeña -del tamaño de una tortuga de tamaño medio- caben muchas más cosas de las que podemos llegar a imaginar: unas zapatillas Converse All Star, un libro de las Obras selectas de García Lorca, los cargadores del móvil y de la batería de la cámara de fotos, un par de barritas energéticas, una libreta y un bolígrafo, un pantalón corto, una muda, una camiseta y unos calcetines, una cámara para bici de carretera, un paquete de Klee-Nex, cepillo y pasta de dientes, las llaves de casa y, si apuramos un poco, algunos de los recuerdos que vayamos encontrando por el camino: una rosa cortada, una corteza de árbol, una hoja de laurel.

3) Que uno se enamora con la misma facilidad con la que se desenamora para volver a enamorarse. El camino está plagado de nuevas oportunidades que ni siquiera son oportunidades de nada y, aunque suene obvio, tras otro horizonte siempre hay otro.

4) Que hay que leer siempre aunque no se lea, esto es, hay que aprenderse de memoria nuestros fragmentos literarios y poemas favoritos porque nos van a ayudar cuando vengan los momentos malos. El simple hecho de recitar un verso que nos llene o el comienzo de nuestro novela favorita puede suponer ese gramo extra de fuerza y ánimo que impida que decaigamos. Caminar, avanzar, pedalear, es lo mismo que recitar, y recitar nos ayudará a pedalear, a avanzar, a caminar. Todo es lo mismo: es una letanía.

5) Que no es necesario pisar países exóticos para sentir de verdad que hemos viajado. El valor de un viaje no se mide en kilómetros de distancia desde nuestra casa, ni en el dinero que uno se haya dejado (aviones, hoteles, comidas, masajes, museos, exposiciones), ni en la grandiosidad de las ciudades o monumentos que uno haya visto, ni en la cantidad de nuevas culturas y usos y costumbres que uno haya conocido, sino en lo que ese viaje le haya servido a uno para conocerse un poco más a sí mismo a partir de la búsqueda y encuentro de lo nuevo, porque un viaje, y ahí está la clave -se vaya a Tailandia o a La Mancha-, siempre es algo nuevo, no visto ni vivido por el viajero. Puede tener más tintes de viaje, de verdadero viaje, una semana por la ruta de los pueblos manchegos que quince días zascandileando en autobuses turísticos y visitas guiadas por la mastodóntica China, si de verdad el viajero actúa como tal -es decir, no trata de actuar-, tiene los ojos abiertos y curiosos y es capaz de desdeñar los lujos y comodidades que tiene en su vida ordinaria para adaptarse a la esencia del viaje.

6) Que, de vuelta a casa, se percibe nuestra sociedad aún más vacía y estúpida de lo que se percibía antes del viaje, pero de ningún modo más estúpida y vacía de lo que en realidad es. En este abrir los ojos a las estulticia deberíamos incluirnos a nosostros mismos, sea cual sea nuestra ocupación, posición social, nivel cultural o educación. ¿Qué hacemos mal? ¿Qué necedades cometemos en nuestro día a día? ¿Por qué este humor tan destemplado? ¿Por qué estas ansias, estas ínfulas de reyes que nos damos? Naturalmente, no todos son capaces siquiera de abrir los ojos a esta circunstancia, pues no todos son capaces de viajar, en el más puro y amplio sentido de la palabra.

7) Que -y enlazando con lo anterior- viajar borra, aunque sea temporalmente, nuestra vanidad. Al lado del viaje y de lo que se abre ante nuestros ojos, la actitud más sensata y la que más nos ayudará a disfrutar es la humildad.

8) Que, al igual que es imposible encontrar la perfección pero, como seres humanos, estamos obligados a intentarlo, es inútil luchar contra la naturaleza, pero debemos poner todas nuestras energías y mejores propósitos en esa lucha, aun sabiendo que está perdida de antemano.

9) Que antes que proponernos desaforadamente conocer otros países deberíamos esforzarnos en conocer un poco más y mejor el nuestro. Nuestra tierra, la que nos vio nacer, crecer, aprender, amar y llorar; la tierra que nuestros pies han ido horadando con nuestra experiencia vital, enfoca mejor nuestra visión del mundo y de nosotros mismos y la posición que ocupamos en el planeta. Hay madrileños que conocen mejor San Petersburgo o Nueva York que Madrid. Desprecian lo suyo, pero a la vez lo ensalzan con atributos que nada tienen que ver con lo especial y auténtico del lugar en que viven. ¿Por qué no apreciar lo propio, lo cercano, para así poder conocer y apreciar más aún lo lejano?

10) Que siempre que regalemos una sonrisa vamos a recibir otra, que tratar bien a la gente significa que tarde o temprano lo tratarán bien a uno, y que por ello nuestra más importante misión y a la que debemos consagrar nuestra vida es estar con armonía con los demás, ser amable, preguntar si no sabemos y ayudar en cuanto esté en nuestra mano, y todo ello con el único arma con que cuentan el viajero y el perdedor: la sonrisa.

11) Que -y esta conclusión es repetida, pero conviene volver a ella- el viaje, el verdadero viaje, no es más que una tristeza verdadera tejida con los mejores hilos de nuestra personalidad, con todo nuestro cariño, nuestro amor y nuestros vagos deseos mal concretados. Uno se enamora, sí, con cierta frecuencia, no sabe si con más asiduidad de la deseable o no. La sepulvedana que uno encontró en el callejón quedó atrás, con su mirar tímido y sobrecogido; la trabajadora de ojos y pelo de miel que le indicó el camino hacia Navas de Oro, su pueblo, también quedó atrás; y el grupo de la plaza Mayor de Cuéllar, y todas las de Arévalo, el pueblo de mejores chicas que vieron estos ojos. Todas quedaron atrás, sí, pero uno con ellas.

Imagen de cabecera: rincón de Sepúlveda.

Próxima entrada: DE PASEO POR SEPÚLVEDA.

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