domingo, 31 de mayo de 2009

VERANO DEL 97 (Novena parte)

25 de julio
Faltan 37 días. ¡Qué doloroso puede llegar a ser echar la vista atrás! ¡En qué estado de melancolía es capaz de sumirnos un leve recuerdo, un fugaz pensamiento sobre algo ya pasado! Parece que cuando uno se entrega a tales ensoñaciones deja de vivir en el presente, desaparece del mundo actual y se adentra en las rendijas del tiempo. Es tiempo perdido, después del cual volvemos a la vida como el comatoso que despierta tras haber tenido un accidente, que es lo último que recuerda. Cuando abre los ojos no piensa si no que fue ayer mismo cuando se dio el porrazo, cuando en realidad pueden haber pasado días e incluso meses. Esa franja de tiempo que transcurre desde que pierde el conocimiento hasta que despierta es equivalente a los minutos que dura una ensoñación. Dejamos de pertenecer al presente, estamos físicamente en él, sí, pero como pueden estarlo un mueble o una piedra. Nuestra esencia como personas está en esos momentos ausente por los derroteros de la divagación, que es lo mismo que no estar en ningún sitio. Pero, a la vez, ¡qué aparentemente placentero puede resultar sumergirse en el pasado! Y digo aparentemente porque, si bien ciertas dosis de nostalgia son admisibles e incluso necesarias, abrevar constantemente en nuestro mundo anterior no conduce si no a la atonía más espantosa, que es la atonía del espíritu. Quien se acostumbra a vivir en el pasado deja de tener arrestos para enfrentarse al presente. Es así de claro. Mas qué difícil es sutraerse de la tentación que, en momentos de aburrimiento e inacción, es recordar.

Me doy miedo a mí mismo. Sé que en los días que vienen repasaré minuto a minuto lo que ocurrió un mes atrás. Parece como si toda mi existencia, todo mi ser, se hubieran concentrado en apenas doce o quince días, esos que van del 16 de junio al 3 de julio. Y, más concretamente, del 25 al 28 de junio. Y, si aplicáramos un microscopio, en el 28 de junio. Hoy ya he caído en la trampa de la ensoñación, pues desde que me he levantado no he hecho otra cosa que recrear en la mente casi cada instante del pasado 25 de junio, el día del festival de fin de curso. Lo curioso es que se trata de una fecha en la que no pasó prácticamente nada, y en realidad toda su magia se concentra en el instante del muro, cuando Cynthia, que vestía ese vestido azul que le queda tan bien, se sentó a mi lado mientras yo hablaba con mis amigos. Entonces no le di significado a tan nimio acontecimiento, que a pesar de su nimiedad fue enormemente especial para mí. Y no se lo di, evidentemente, porque no sabía que yo le gustaba. Mas, ¡qué feliz fui durante esos minutos! ¡Y qué terriblemente desdichado me siento ahora al recordarlos! ¿Por qué me ocurre eso si actualmente ella es mi novia y sé que le gusto? Hay una frase que algunos dicen a sus enemigos: "ojalá consigas lo que quieres". No soy capaz de darle un significado profundo a esas palabras, pero lo intuyo.

Hoy el día ha transcurrido lento y aburrido, y lo único que he hecho ha sido bajar a la piscina con Pepe y, por la tarde, ir a dar una vuelta por Tirma. Curiosamente hoy hemos pasado por delante del auditorio de La Vaguada, donde tuvo lugar el festival. Sus puertas estaban cerradas a cal y canto, parecía un edificio fantasma, y en mi cerebro esa quietud contrastaba fuertemente con el bullicio del día del festival. Somos muy pocos los que quedamos en Madrid, sólo Pepe, R. J. J. R. y A. F. Son las doce de la noche, me voy a ir ya a acostar.

26 de julio
Faltan 36 días. Son las once y media, hace una noche tórrida y bochornosa. Hoy me he levantado a las diez y, como cada día, he visto varios capítulos de Bola de Dragón. Uno de ellos era en el que los dos guerreros del espacio, Vegeta y el calvo, emprendían su larga marcha a través del universo hacia la Tierra, cada uno en su pequeña nave esférica, dormitando y con los brazos cruzados. Luego he bajado a la piscina, y Pepe, que también ve la serie, ha comparado mi espera con el viaje sideral de los dos personajes. Nos hemos reído. De manera que cada vez que alguno de los dos haga el gesto de cruzar los brazos, cerrar los ojos y dejar caer la cabeza hacia delante, sabremos a qué se refiere. Después de comer he visto la última crono del Tour, en Eurodisney, que ha ganado Olano de forma espectacular montando una bici preciosa. Me entraron unas ganas terribles de montar en bici. Por la tarde hemos jugado al fútbol en Tirma contra unos desconocidos que eran bastante malos, y de los cuales uno era un guarro. J. R. casi se pega con él. Nada más ha ocurrido digno de mencionarse.

27 de julio
Faltan 35 días. Hoy se cumple un mes de la tarde en que Pepe se enteró de que yo le gustaba a Cynthia. Yo no estuve presente en la escena, pero, no sé por qué, me la represento con nitidez. Aquella tarde me quedé en casa, aburrido, maldiciendo a los que no me llamaban para dar una vuelta e imaginándome que ella estaría por allí, con ellos. Quizá si alguien me hubiera llamado y hubiese bajado, en mi presencia Ruth no hubiera desvelado que yo le gustaba a Cynthia, y nada de lo que ocurrió después habría sucedido. Mas es inútil hacer este tipo de elucubraciones. Lo que ocurrió, ocurrió, y no se puede cambiar. Ha pasado una semana desde la última vez que me hablé con ella, así es que he decidido llamarla. Lo he hecho sobre la una de la tarde y me lo ha cogido su madre, que me ha dicho que estaba en el río. Siempre está en el río. ¿Qué se cocerá allí que es tan interesante? La verdad es que prefiero no saberlo. No paro de imaginarme dolorosas estampas de sus vacaciones en el pueblo, que tan poco tienen que ver conmigo. Nada de lo que allí sucede me atañe. ¿Pensará siquiera en mí? ¿Por qué no me llama nunca? ¿Por qué siento un mordisco en el corazón cada vez que pienso en lo bien que seguramente se lo está pasando mientras yo aquí cuento los días, las horas, los minutos que faltan para el reencuentro? ¿Tan egoísta soy? Sí, tan egoísta soy. Y lo siento de corazón. Ella está disfrutando, así que lo suyo es que yo esté feliz por ella.

Mas esta sensación es momentánea y artificial, y rápidamente vuelvo a ver ese río flanqueado por tupida vegetación en la que, probablemente, se abre un pequeño claro donde ella y sus amigos se tumban a la sombra y ven apagarse, sin prisa, sin nervios, sin sufrimientos, el atardecido sol de verano. Intento imaginarme a sus amigos e, inevitablemente, veo algún chico. Pero eso es normal. Además, ella me quiere y en ese sentido no hay ningún peligro.

Por lo demás, he bajado a la piscina y he visto la última etapa del Tour. Ullrich se ha coronado en París. Es un duro golpe que acabe, me ha acompañado fielmente durante tres semanas. Lo voy a echar de menos.

28 de julio
Faltan 34 días. Es un duro contraste el que ofrece el caluroso y limpio cielo de hoy con el plomizo y gris de hace exactamente un mes. Y qué doloroso contraste es el que siento en mi interior respecto a aquel día. Lo primero que he hecho nada más despertarme ha sido coger el diario, abrirlo por la página del 28 de junio y comenzar a leerlo: "Son casi las doce de la noche. Hoy me va a costar mucho dormir, todavía estoy nervioso..." De repente he sentido una fuerte presión en la garganta, como si una de esas serpientes gordas me la estuviera apretando, y al poco lo he cerrado. "No, no puedo empezar nada más despertarme a vivir en aquella fecha, porque sería como quedarse allí", pensé. Así que me he levantado, he desayunado, he visto Bola de Dragón y he vuelto a llamarla. Lejos de ser un acto ya rutinario, llamarla por teléfono sigue siendo para mí todo un acontecimiento. Y eso es mala señal, porque quiere decir que, mal que me pese, nuestra relación carece aún de la confianza que sería deseable. Sin embargo eso no es lo peor. Lo peor es que no me llama. Supongo que ayer su madre le dijo que la había llamado, y ni aún así ha sido capaz de agarrar el teléfono y marcar mi número. Esta vez me lo ha cogido ella. "Me has pillado de milagro, me iba a ir ya al río", me dijo. Se la notaba con prisa por marcharse, así es que tampoco he querido atarla durante mucho tiempo al teléfono, aunque me hubiera estado horas y horas hablando. Ni siquiera sé de qué hemos charlado porque dentro de mí sonaba una voz lejana que decía: "pregúntale si sabe qué día es hoy, pregúntaselo". Y en algún momento he estado a punto de hacerlo. Mas, esperando quizá a que, en una vana esperanza, esa frase saliera de sus labios, he callado. Luego he bajado a la piscina con Pepe y he estado distraído y meditabundo. He subido a casa y he comido. Cuando han dado las cuatro de la tarde mi pecho se ha sobrecogido, y el teléfono y el reloj y la casa entera. A esa hora, un mes atrás, recibí la llamada de Pepe por la que me enteré de todo. Luego bajé a la piscina de nuevo. En un momento dado, mientras Pepe y yo hablábamos aburridamente con los pies sumergidos en el agua, he sentido que el aire se impregnaba de su perfume e instintivamente he mirado a los lados, buscando algo, buscándola a ella. Qué poder de evocación tienen los aromas. Parece como si el olor de cada persona no fuera otra cosa que el alma que no podemos ver ni tocar, pero que podemos oler. ¿Puede olerse el alma? ¿Es nuestro olor lo más fijo y perdurable que queda de nosotros cuando nos morimos? Cuando entramos en la casa de un anciano recién fallecido todo lo que él era ha desaparecido. Todo menos su olor. Lo mismo ocurre con una persona que está lejos de nosotros. Esos segundos en que he sentido su aroma han sido cuando más cerca he estado de ella. Ella, sí, se ha materializado de repente, quizás haya querido decirme desde el pueblo que se acuerda de mí. Sobre las ocho he subido a casa y he pasado la noche entera sumido en los recuerdos, como un vegetal. Mis intentos de no instalarme en el pasado han sido en vano, y sólo me he distraído, justo antes de cenar, jugando con Dani al fútbol en el salón con la pelotita. Son las doce, me voy a ir ya a dormir.

29 de julio
Faltan 33 días. Hoy nada más levantarme he mirado el calendario y, como si de un extraordinario descubrimiento se tratara, he comprobado que es día 29 y que agosto está a tres días vista. El ecuador de la espera se acerca, han pasado ya 26 días desde que se fue y dentro de poco lo que queda por delante será menos que lo que he dejado atrás. Seguro que en ese momento mi percepción de esta espera cambia y será como una apacible cuesta abajo, viendo cómo los días van pasando irremisiblemente, para mi regocijo. Haciendo los pertinentes cálculos, teniendo en cuenta cuándo se fue —el 3 de julio— y cuándo volverá —el 1 de septiembre—, he comprobado que el 2 de agosto restarán menos días para que regrese que los que han pasado desde que se fue. ¡2 de agosto! Sí, ese es el día en que corono la cima de este larguísimo puerto de montaña de primera categoría. Lo más duro habrá pasado ya y podré meter el plato grande y el piñón pequeño para poder avanzar más por cada pedalada que dé, por cada minuto que pase. Y, cuando resten quince o diez kilómetros, quince o diez días, y allá a lo lejos vislumbre la meta, a buen seguro que imprimiré nuevas fuerzas a mi pedalada y la recta final se pasará aún más rápido.

Hoy he bajado a la piscina con Pepe por última vez en mucho tiempo, pues mañana Dani y yo nos vamos a Coslada por el cumpleaños de Berto y él el día 1 se va de vacaciones a la playa. Es un duro golpe, pues esas largas mañanas y tardes en la piscina con él me han ayudado a soportar el lento transcurrir de los días, las horas, los minutos. Mañana dormiremos en Coslada y no sé si regresaremos el jueves o el viernes. De todos modos me llevaré una libretita y un boli para poder seguir escribiendo en el diario.

30 de julio
Faltan 32 días. Estoy en Coslada, son las tres de la mañana y aprovecho este momento libre en la quietud de la noche para, sin que nadie se entere, poder escribir en mi diario. Hemos llegado a Coslada sobre las doce de la mañana y Berto aún dormía. No sabía que veníamos, así que su sorpresa y alegría han sido grandes a vernos entrar por la puerta de su habitación. Después de que él se desperezase y de preparar las cosas hemos ido a la piscina municipal, enorme y absolutamente atestada de público. Nos hemos bañado, pero sobre todo hemos jugado al fútbol con una pelotita que Berto metió en la bolsa. Hemos comido allí unos bocadillos que nos preparó Isidora. Un rato después de comer regresamos a casa, pues Berto había quedado con Pableras, Sojo y Zoraida para celebrar el cumpleaños en el Telepizza. Pedimos dos días pizzas familiares y cenamos. Mientras cenábamos le enseñé a Pableras la foto de carnet de Cynthia, henchido de orgullo. "Mira, es mi novia. ¿A que está buena?", le dije, y volví a meter la foto en la cartera. Después de cenar estuvimos dando una vuelta por Coslada, hasta que anocheció, y volvimos a casa. Hasta hace poco no hemos hecho otra cosa que jugar al Eurocopa 96 de ordenador. Yo me he pedido Alemania, y he llegado hasta semifinales, donde me ha eliminado Francia. Un día menos. Me voy a acostar.

31 de julio
Faltan 31 días. Son las once y media de la noche, estoy ya en casa. Esta mañana nos hemos levantado muy tarde, creo que sobre la una, y porque Isidora nos ha despertado. En seguida hemos metido en la bolsa bañadores, toallas y cremas de protección y hemos puesto rumbo a la piscina. Hoy también han venido Pableras, Sojo y Zoraida. La piscina estaba aún más atiborrada que ayer, pero hemos logrado encontrar un rincón donde jugar con la pelotita a penaltis. Hemos proyectado una especie de Vuelta Ciclista a Madrigalejo que disputaríamos allá por finales de agosto y en la que participaríamos Berto, Dani, Pableras, yo y todo aquel del pueblo que quiera apuntarse. "Yo soy el favorito", le dije al oído a Berto. "¿Por qué?", me preguntó. "Porque dispongo de un arma secreta, que yo llamo hipermotivación", y le enseñé la foto de Cynthia. Me dirigió una sonrisa de complicidad. Al pensar en esa carrera, que como he dicho se disputaría a finales de agosto, o sea cuando Dani y yo fuéramos allí, he sentido un desmedido impulso de optimismo. Me imaginaba a mí mismo pedaleando en cabeza en el puerto de las Trebolosas, pensando en Cynthia y motivándome con su pensamiento. Mas sobre todo pensaba que por esas fechas ya quedará muy poco para que ella vuelva, me he transportado mentalmente a ese momento del futuro y me he sentido dichoso. Sin embargo, al poco tiempo he vuelto a la cruda realidad, a este 31 de julio, y esa dicha se ha esfumado como si jamás hubiera existido. Sobre las siete de la tarde abandonamos la piscina, tomamos un autobús y regresamos a casa. A las nueve y media han venido papá y mamá a recogernos, nos hemos despedido de Berto, Isidora y Vicente y sobre las diez y media ya estábamos en casa.

Al fin, al fin termina este mes de julio. ¿Habrá habido a lo largo de la historia de la Humanidad un mes más largo? Lo dudo. Va a ser una gozada arrancar esa hoja del calendario, testigo de mis desvelos y ensoñaciones, y que tantas y tantas veces he mirado con impotencia. Será como desprenderse de un problema que ha dado muchos sufrimientos, muchos quebraderos de cabeza, pero que sabemos nunca más volverá a mortificarnos.

1 de agosto
Faltan 30 días. Agosto tiene un cariz estático y tranquilo, un aire de monotonía y lentitud que no sé si, en el momento que estoy viviendo, me conforta o me deprime. Más bien diría que lo segundo. De un día para otro las calles y la piscina y los bares y los parques y los aparcamientos se han quedado vacíos. Es el mes del éxodo, de la separación de todo aquello a que has estado unido durante once meses. Las clases, los amigos, tu propia casa, tu televisión, tu cama, se te hacen de repente extraños a ti mismo. Incluso tu propia familia adopta unas maneras adquiridas, que no conocías, en el trato con gente —abuelos, tíos, primos, amigos del pueblo, quizá de la infancia— que hace tiempo no ven. O quizá es que sea ese carácter libre e inédito el auténtico, y el otro, el que se enseña durante el resto del año, el falso, oprimido por la rutina diaria. A mí no me apetece que empiece agosto, pero sé que es un tiempo de paso imprescindible para poder llegar al día —que no al lugar— del Tiempo Prometido. Como Pepe y todo el mundo se han ido de vacaciones he pasado el día entero encerrado en casa, viendo pasar las horas. Lo único que me ha sacado del letargo ha sido el comienzo de los Mundiales de atletismo que, como el Tour, serán de gran ayuda. Mamá y papá ya están de vacaciones, pero no tiene pinta de que vayamos a salir a ningún sitio.

2 de agosto
Faltan 29 días. 30 días han pasado desde que se fue y 29 son los que quedan para que vuelva. A pesar de todo, parece que sí, que el tiempo avanza, y si miro atrás veo más terreno recorrido que el que resta por delante. Llevaba tiempo esperando este día, creyendo que, como por arte de magia, mi estado de ánimo iba a cambiar a mejor, iba a ver el horizonte con una nueva e inusitada claridad. Gran decepción al comprobar que no es así en absoluto. Sólo espero que toda esta espera valga la pena. Bueno, aunque eso no debería ni decirlo. Por supuesto que valdrá la pena.

3 de agosto
Faltan 28 días. Si algo bueno tiene el aburrimiento es que en seguida puede dejar de ser aburrido. Hoy, sin ir más lejos, estaba aburriéndome en mi habitación, tumbado en la cama y mirando hacia el techo, sin saber qué hacer y sin querer hacer nada, cuando de repente tuve un pensamiento, me levanté, agarré una cuartilla y un lápiz, me senté en mi escritorio, saqué la foto de Cynthia de la cartera y me puse a copiarla. Con ello he estado toda la tarde, afanándome en cada detalle de su precioso rostro con la voluntad de que quedase lo más parecido a la realidad posible. Y creo que ha salido más o menos, estoy contento del resultado. A veces tenía que parar cuando papá, mamá o Dani entraban en mi habitación, y entonces tapaba el dibujo con un folio garabateado que tenía preparado para esta circunstancia. Lo guardaré en un lugar seguro para que nadie pueda verlo... excepto ella cuando vuelva, claro.

4 de agosto
Faltan 27 días. Sin duda que esta espera sería menos angustiosa si a ella le diera un día por agarrar el teléfono y marcar mi número. No digo que me llame todos los días — aunque, la verdad, sería lo deseable— pero sí que cada tres o cuatro tuviera a bien acordarse de mí. Supongo que se lo estará pasando muy bien y no tendrá tiempo, así que tampoco puedo culparla de nada. Ya habrá tiempo de hablar con ella todo lo que quiera cuando regrese, y de abrazarla, y de besarla, y de oler su perfume. Me tiemblan las piernas sólo de pensar en el momento del reencuentro.

5 de agosto
Faltan 26 días. Son las once y media de la noche. Cuando ya tenía la perspectiva inmutable de quedarme todo el verano en Madrid, viendo pasar el tiempo de forma lenta pero segura, sin sobresaltos, envuelto en la protectora burbuja de la rutina, de lo conocido, hoy he recibido una novedad que me trastorna: mañana nos vamos de vacaciones a Villafranca. Lo que de ordinario hubiera sido una noticia alentadora, en esta situación despierta en mí una inquietud. ¿Y si, por lo que fuera, a ella le diera por volver a Madrid en los días que yo esté en Villafranca? Y desde que mamá me lo ha dicho no he podido quitarme esa idea de la cabeza. Mas no hay vuelta de hoja. Mañana por la mañana temprano partimos. Creo que regresamos el 15. ¡El 15! Para entonces sólo quedarán dos semanas, la verdadera recta final. Por supuesto que pienso llevarme el diario a Villafranca y seguir escribiendo.

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