miércoles, 27 de mayo de 2009

VERANO DEL 97 (Octava parte)

16 de julio
Faltan 46 días. Hoy se cumple un mes del día en que empezó todo. Un mes ha pasado de aquel viaje mágico en el avión, de aquella maravillosa casualidad urdida sin duda por algo o alguien a quien no podemos comprender. Si no, ¿cómo se explica que mi billete concordara exactamente con el asiento al lado del suyo? Hay miles, millones de combinaciones posibles de cómo se podrían haber distribuido los alumnos en el avión aquel día. ¿Cómo es posible que justo me tocara a mí sentarme a su vera? ¿O es que estaba escrito que así ocurriera? Un mes ha pasado, y parece no sólo que haya ocurrido hace muchísimo tiempo, sino que es sólo una ensoñación, tan imposible de creer, tan novelesca, tan inesperada, que ahora mismo diría que nunca ocurrió. ¡Cuánto daría por volver en el tiempo al día de ese viaje! En vano intento retrotraerme mentalmente, y entonces se me representa la atmósfera blanquecina del interior del avión, el polo rojo que yo vestía, su chaqueta marrón, el pequeño cuadrado de cielo azul que se veía desde la ventanilla, a mi derecha, su franca sonrisa y sus alegres carcajadas cuando yo decía alguna de mis gracias. Todo eso lo veo nítidamente, pero a pesar de mis esfuerzos no consigo sentir su cercanía, el contacto físico cuando me levanté del asiento para ver el paisaje y ella no se apartó. Está demasiado lejos de mí para sentir todo eso. Y sobre todo no me acuerdo de su rostro. Sí soy capaz de representarme claramente la cara de cualquier otro, incluso de personas a las que hace mucho que no veo, pero no la de ella.

La verdad es que pensar en esos momentos, lejos de causarme placer como sería de suponer, me sume en una profunda tristeza. Hoy, desde que me he levantado, en mi cabeza se ha estado repitiendo constantemente la frase: "hace un mes..." "hace un mes..." ¿Estará ella igual? ¿Sabrá siquiera que fue el 16 de junio el día del viaje en avión? Imposible saberlo.

Cierro lo ojos y todo es luz. Luz atardecida, frondosos árboles, frescas palmeras, casitas blancas, caminitos serpenteantes, una piscina coqueta de agua apacible y espejeante, un vestido azul muy ligero y unos ojos oscuros, los suyos. Pero, ¿cómo es su rostro? ¿Por qué no me acuerdo? También siento el aroma de la atmósfera en aquel complejo de bungalows en Paguera, un olor dulzón a flores, no sé cuáles, a plantas, que lo impregna todo. Y la brisa marina, tibia y húmeda, que me acaricia la cara. La piel se me eriza en este mar de sensaciones, y un sable se me atraviesa en la garganta. ¿Por qué no estás aquí, conmigo? Mañana quedaríamos para dar una vuelta por el barrio, nos sentaríamos en un banco y... sí, nos besaríamos, claro que sí. Luego pasearíamos otro rato por el bulevar de la avenida de la Ilustración mientras el sol anaranjado se va acostando sobre la abrasada tierra y nos despediríamos en la esquina de mi calle, como siempre. Pero esta vez con un buen beso, ¿eh?, nada de picos. Ensoñaciones. Vivimos de ensoñaciones. ¿Es posible que se sientan más las ensoñaciones que las realidades? Puede ser. Lo único que sé es que es la única forma que conozco de estar con ella y de volver en el tiempo a aquellos cinco días de viaje de fin de curso.

Hoy el día ha sido bastante monótono, y ni siquiera he bajado a la piscina. He llamado a mamá para felicitarle por su santo. Después de comer he visto el Tour. Ullrich es una máquina y Olano se descuelga en la montaña. Por la tarde he estado jugando a la pelotita con Dani en el salón, he cenado y dentro de no mucho me iré a acostar.

17 de julio
Faltan 45 días. No me llama. ¿Por qué no me llama? Han pasado ya diez días desde la última vez que hablé con ella. No aguanto un minuto más sin escuchar su voz. Mañana la llamaré, estoy decidido. Pero me gustaría que lo hiciera ella. Hoy ha sido un día muy largo.

18 de julio
Faltan 44 días. Hoy ha sido el cumple de Dani, y he pasado el día mejor, más optimista y alegre que los anteriores. Entre las felicitaciones, la alegría general de la familia, los regalos, la comida especial y demás, la jornada ha pasado bastante más rápido que las anteriores. Los días van avanzando en el calendario, y ya he completado una cuarta parte de la espera. Ya estamos casi a día 20, el final del mes de julio se va acercando. Sí, la verdad es que estoy mucho más animado. Ni siquiera he necesitado llamarla. Esto marcha.

19 de julio
Faltan 43 días. ¿Cómo son posibles estas montañas rusas de emociones? Ayer me sentía vivaz y optimista, y hoy, que ha pasado un día más y que por tanto debería estar un poquito mejor, resulta que es todo lo contrario. Por la mañana he bajado a la piscina con Pepe, que me veía raro y me ha preguntado qué me pasaba. Yo no he querido decir la razón, aunque supongo que la sospechará. Después de comer he visto la crono del Tour, en Saint Etienne, en la que Ullrich ha arrasado. ¡Le ha sacado más de tres minutos al segundo! A lo Induráin. Parece que será su sucesor.

Esta espera es como una crono. Es una lucha contra el tiempo. Cuando hoy veía por la tele la cara de Ullrich desfigurada por el esfuerzo, la saliva espumeante desbordándose por las comisuras, el gesto fiero, los músculos de las brillantes piernas a punto de estallar, no podía menos que imaginarme a mí mismo, establecer un paralelismo con él, pero en vez de luchar contra un crono y una distancia, como él, mi batalla es contra el calendario. 55 kilómetros tenía la contrarreloj de hoy y 55 días es lo que separan el 7 de julio, fecha en que me dijo que regresaría un mes más tarde, y el 1 de septiembre, cuando volverá. Casualidades. Kilómetro a kilómetro él, día a día yo. 55 ambos. Los días difíciles son los repechos, y los más agradables, los de mejores pensamientos, las bajadas. Las jornadas de transición, de relativa calma interior, son los llanos. Me parece que esta crono va a ser un largo repecho, una cronoescalada ¿hacia el cielo? Me quedan 43 kilómetros, 43 días por recorrer. Aún no vislumbro la meta, está muy lejos. Pero pedalada a pedalada, minuto a minuto, se va acercando. Como Ullrich.

20 de julio
Faltan 42 días. Esta espera sería mucho menos amarga si ella me llamara. Suena crudo decirlo, pero desde que se fue, todavía no lo ha hecho. ¡Una llamada, una sola llamada bastaría para darme moral suficiente con que aguantar mil días más! Es inútil preguntarse por qué no lo hace, porque no tengo respuesta. Cada vez que suena el teléfono me sobresalto; es una ilusión que renace. Pero pronto esa ilusión es sepultada. Y así tantas y tantas veces. Hoy he hablado con ella. He tenido que ser yo quien llamara. Ha sido por la mañana, sobre las doce, y aún dormía. Su madre, que me ha cogido el teléfono —hoy no he puesto voz de chica— la ha despertado. Su voz delataba el brusco despertar, y aún podía sentir sus bostezos y verla incorporándose pesadamente sobre la cama mientras se quitaba las legañas con la mano libre. Su hilo de voz era casi imperceptible. Así las cosas, no ha sido una conversación fluida y amena. Le he preguntado cómo se llama el pueblo, a lo cual primero me ha respondido con un "¿qué?" que denotaba sorpresa. Luego me ha dicho el nombre, mas no lo he entendido. Piornal o Fiornal o algo así. Me ha contado un poco cómo es su día a día allí, y entonces me he sentido muy triste, porque esa rutina nada tiene que ver conmigo. La verdad es que parece que se lo está pasando muy bien entre bajar al río, fiestas y demás. No sé cuánto tiempo hemos hablado, diez minutos o así, tampoco mucho más. Nada más colgar he cogido un atlas de España y he buscado por los alrededores de Benavente un topónimo que concordara más o menos con lo que había entendido. No hay ningún Piornal o Fiornal, y lo más parecido es Barcial, Barcial del Barco. Luego están Mózar, Villanázar, Bretó... Ninguno concuerda. Hoy he bajado a la piscina con Pepe, y me ha preguntado qué tal estoy. Le he mentido, le he dicho que bien. Desde la piscina se ve su edificio. Procuro no mirar. He visto el Tour, Pantani ha ganado en Alpe d´Huez, pero Ullrich sigue líder sólido.

21 de julio
Faltan 41 días. ¿Cómo será su pueblo? Es inevitable hacerse una imagen mental de su habitación, de su casa, de su calle, de la plaza principal, de la iglesia, del río famoso a donde tanto va... Seguramente esa imagen no se parezca en nada a como es en realidad, entre otras cosas porque me lo imagino rodeado de montañas y la zona de Benavente es eminentemente llana, de cultivos. Pero da igual, aunque yo sepa que no hay montañas y que por allí pasa un miserable y sucio riachuelo, de mi cabeza no se moverán bravíos picos y un impetuoso río que baja, fresco y límpido, de las faldas de los montes entre una vegetación verde y espesa. Su calle me la represento ancha y en cuesta, cuando seguramente no exista desnivel alguno en aquella orografía, y su casa es poco menos que un palacio en mi imaginación. Seguramente nunca sepa cómo es en realidad, así que puedo decir que acabo de crear un paisaje ficticio. Y aunque lo visite algún día, ¿sustituiría la imagen real a la imaginada? La rutina hoy ha variado, pues aunque por la mañana he estado con Pepe en la piscina y después de comer he visto el Tour, por la tarde he bajado con J. R. y R. J. a dar una vuelta por Tirma. El nombre de Cynthia ha salido alguna vez, como no podía ser de otra manera, y no para bien. Siguen con la gracia de que me está poniendo los cuernos, en concreto "un cubano, grande, negro y zumbón". Yo paso, lo mejor es no hacer caso y tomarlo a broma.

22 de julio
Faltan 40 días. Es desesperante el enlagunamiento que experimenta el tiempo durante el verano. Días y días clónicos de ardiente sol y cielo límpido, en los que no parede que nada cambie, una sucesión de momentos idénticos a la misma hora y en el mismo lugar a los del día anterior. Uno se despierta pensando en ella y acalorado y asfixiado en su habitación cerrada, se levanta pesadamente después de haber remoloneado un poco en la cama y haberse desprendido de las telarañas del sueño, piensa en ella, desayuna un par de donuts, ve tres o cuatro episodios de Bola de Dragón en la tele, piensa en ella, lee el Marca, se entera de algún posible fichaje del Madrid, mira la tele mientras piensa en ella y se suceden los mismos anuncios todos los días, algunos de los cuales han quedado ya indisolublemente ligados a su imagen, como ese de los potitos, o el otro del disco del verano, o aquel de Larios con la canción La flaca de Jarabe de Palo de fondo; a eso de la una de la tarde uno baja a la piscina, se tuesta al sol, se baña si se tercia, habla con su mejor amigo mientras piensa en ella, sube a casa, come, piensa en ella, duda si llamarla, se desespera porque no llama, ve la etapa del Tour, se sobresalta cuando suena el teléfono, pero no es ella, piensa en ella, juega con su hermano a la pelotita en el salón, se baja otra vez a la piscina o bien va a dar una vuelta por Tirma, piensa en ella mientras atardece, juega un poco al fútbol en el polideportivo, habla con sus amigos sentados en unos bancos, piensa en ella, anochece, se despide de sus amigos y sube a casa, que huele a la cena que está preparando su madre, cena mientras piensa en ella, sus padres le preguntan qué le pasa porque lo ven raro, dice que nada, se levanta de la mesa y se pone a ver la tele mientras piensa en ella, juega a algo con su hermano, se encierra en su habitación a pensar en ella, canta por lo bajo la canción de Nek Laura no está —uno lo sustituye por Cynthia no está, naturalmente—, que está de moda y que seguramente sea la canción del verano, mira por la ventana y siente la cálida atmósfera madrileña de julio, detenida en el tiempo otra vez. Piensa en ella. Antes de acostarse saca el colgante de la cajita de madera y se lo cuelga para domir, y se queda dormido mientras —¿adivinan?— piensa en ella.

23 de julio
Faltan 39 días. Otro día más tachado del calendario, ya quedan menos de cuarenta, pero el ecuador aún está lejos. Sin embargo, empieza a vislumbrarse el final del mes de julio, que está a un una semana y un día. Después sólo quedará agosto, un mes, es decir, casi lo mismo que lo que he dejado atrás. Pero no adelantemos acontecimientos, no nos saltemos días en el calendario. Mi mente divaga una y otra vez haciendo estos cálculos, como si hubiera una forma de amputar el tiempo. No es más que una desesperada y patética manera de intentar avanzar más rápido hacia la meta. Mas es inútil. El universo tiene unas reglas y contra ellas no se puede hacer nada. Dicen los científicos que el tiempo es relativo, no absoluto, y creo que tienen razón. Pero no hacía falta que ellos lo dijeran, porque hasta un chico de 14 años como yo lo sabe perfectamente, sin necesidad de una ley física que lo demuestre. Estos veinte días que han pasado desde que ella se fue no son veinte días para mí. Bueno, sí lo son, pero no son días de 24 horas al uso. En mi percepción, el tiempo se ha estirado, y si para cualquier otra persona han pasado, en efecto, veinte días, para mí quizá hayan pasado el doble; o el triple. Así que el calendario miente. Así las cosas, no quedan 39 días, sino que a lo mejor restan 80 o 90. Lo que es seguro es que cuanto más pendiente se está del tiempo, tanto más despacio avanza. ¿Habrá alguna manera, pues, de pararlo completamente si dirigimos nuestros cinco sentidos y todas nuestras energías hacia él? ¿Habrán investigado eso los científicos? Aquí no se estudian cosas que merezcan la pena.

Por lo demás, el día ha deparado pocas novedades. Por la mañana, ¡cosa singular!, he bajado con Pepe a la piscina, después de comer he visto el Tour y por la tarde he bajado con Pepe, J. R., R. J. y A. F. a jugar al fútbol a Tirma. No es que me apeteciera demasiado, pero al menos me distraería. Y sí, quizá en algún momento, en algún segundo haya dejado de pensar en ella.

24 de julio
Faltan 38 días. Son las once y cuarto de la noche. Curioso juego al que hemos jugado hoy. He bajado con J. R. y R. J. a Tirma. Nos aburríamos, la tarde transcurría calurosa, monótona y plomiza. No sé cómo empezó la cosa, creo que R. J. empezó a tirar chinitas a J. R., en plan de broma y un poco para matar el aburrimiento. Éste respondió con unas piedrecillas más grandes, una de las cuales impactó en el cráneo de R. J. que, entre cabreado y juguetón, cogió del suelo un canto del tamaño de la circunferencia de una pelota de golf y lo lanzó de forma violenta contra J. R. No le dio de milagro. Pero se armó. No sé quién de los dos me lanzó otra piedra, que me impactó en el muslo, y claro, tuve que responder. Se trabó una guerra por entre el dédalo de caminitos de la urbanización. Usábamos los arbustos como parapetos desde donde poder lanzar los pedruscos, que por cada minuto que pasaba eran más grandes, y si se trataba de doblar una esquina había que mirar bien primero, pues a la vuelta podía estar cualquiera de los otros dos y, si no estabas prevenido, descerrajarte sin compasión un canto en el estómago, pues en la cabeza no estaba permitido. Increíble que nadie haya resultado herido, menuda salvajada. La peor que recuerdo es una en la que detrás de una esquina me aguardaba R. J. Me sorprendió, yo andaba sin munición, me tiré al suelo tapándome la cabeza y lanzó la piedra, que repercutió violentamente contra la pared detrás de mí, y que debía de ser del tamaño de una pelota de tenis.

Se acercan días de efemérides, por lo que sé que las próximas fechas serán duras. El simple hecho de pensar que hace un mes pasó esto y lo otro o yo estaba con ella en este sitio y demás hará que me entristezca aún más. No es bueno entregarse a esas divagaciones, pero no puedo evitarlo.

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