28 de junio
Son casi las doce de la noche. Hoy me va a costar mucho dormir, todavía estoy nervioso.
Haciendo un repaso a la historia de mi vida, puede afirmarse que los días nublados o con lluvia me han traído suerte. No sé por qué, pero es así. Será que me gusta el clima fresco y otoñal y que sufro bastante con el calor, y que un ente superior, conocedor de estas preferencias climáticas mías, así lo ha dispuesto, pero en mi recuerdo abundan las fechas históricas que tuvieron como escenario de fondo un cielo gris y, quizá para otras personas, desapacible. Hoy, a pesar de encontrarnos en pleno verano, es uno de esos días. No ha hecho calor, el viento tenía un sabor invernizo, el sol no se ha asomado en ningún momento e incluso ha lloviznado. Ahora mismo la ventana de mi habitación está cerrada y yo visto un chándal de invierno.
¿Cuál podría ser el titular para la portada de mañana en el diario imaginario de mi vida? "Un sueño", "Histórico", "Proeza"... Hay mil posibilidades, pero seguro que ninguno acertaría del todo con lo que siento ahora mismo. Ni en mis sueños podía imaginar que me ocurriera algo así. Dicen que la realidad siempre supera a la ficción, y si tomamos como ficción mis propios sueños hasta el día de hoy, seguro que es así. Lo que hoy ha pasado merece ser contado con detalle.
Por la mañana el día ha sido aburrido, con la única motivación de ver por la noche la final de Copa, que se disputa en el Bernabéu, entre el Barça y el Betis, porque seguramente nadie me llamaría para bajar. Después de comer la tarde transcurría lánguida. Eran sobre las cuatro cuando, rompiendo esa quietud, sonó el teléfono. Mi padre me dijo que era para mí. Al otro lado estaba Pepe. Me dijo que habían quedado a las cinco y media en Tirma, en el parque de al lado de Jauja, y que si me bajaba. Le dije que sí, y después soltó una frase que recordaré siempre: "tengo una sorpresa para tí que te va a gustar". No sé por qué, pero al momento pensé en ella, y se me cortó la respiración. "Le gustas a Cynthia", continuó él. Sentí una sacudida eléctrica por todo mi cuerpo y me quedé callado unos momentos, tras los cuales intenté articular alguna palabra. A duras penas dije que si era broma, que no me gustaban ese tipo de juegos. Pepe insistió en que era totalmente verdad, que lo había dicho ayer Ruth, que a Cynthia le gustaba Sebastian desde el día del viaje a Mallorca, y a su vez me dijo que él había revelado que a mí me gusta ella. Estaba de pie, y tuve que sentarme, porque empezaron a temblarme las piernas. No sé qué fue lo que dije después, lo que es seguro es que mi voz estaba entrecortada, pues mi corazón iba tan rápido y mis pulmones estaban tan colapsados por la sacudida que apenas podía respirar. "¿Qué pasa, hijo?", me dijo mi madre, que dormía la siesta en el sillón que está junto al teléfono. "Nada, nada", respondí. Pepe me preguntó algo parecido, y al fin salí un poco de mi nerviosismo y me despedí de él hasta dentro de un rato.
Después de colgar estuve un buen rato dando vueltas por mi habitación, con las pulsaciones a mil por hora. Daba vueltas a la cabeza pensando en si la vería esta misma tarde, y por un lado deseaba verla pero por otro prefería que se quedara en casa o que se hubiera ido de vacaciones. Pensaba también en lo que iba a sentir nada más verla, en cómo iba a ser la primera mirada después de que ambos sabemos que nos gustamos. También pensaba en la que seguro se iba a formar en el grupo, pues seguramente todos lo sabrían ya, y estas cosas siempre se dan a muchos comentarios en alto y a pequeñas burlas. Contra eso no se puede hacer nada. Elegí la ropa que me iba a poner y diez minutos antes de que llegara la hora me vestí con el chándal rojo y azul marino, el Nike. Fui a buscar a Pepe.
Llegamos al parque con quince minutos de retraso, y allí estaban ya todos. Durante el paseo hasta allí permanecí relativamente tranquilo, pero cuando vi cuánta gente se había bajado, sentí otra sacudida y una repentina debilidad de piernas. Los primeros comentarios no se hicieron esperar, y la verdad es que no fueron muy originales. "¡Cynthia! ¡Cynthia!", gritaron algunos. Yo me mantuve callado, intentando aparentar tranquilidad, pero estaba muy nervioso. Su grupo no estaba allí, pero alguien dijo que lo habían visto arriba, en el polideportivo, y que ella estaba. Y entonces ahí ya sí que la sacudida eléctrica fue general y permanente. Estuvimos hablando en el parque un rato y después dimos una vuelta por Tirma. Ella y su grupo no aparecían por ningún lado, pero yo ansiaba y a la vez temía que detrás de cada esquina nos lo íbamos a encontrar, y entonces ya sería inevitable. Luego fuimos a Kiko a comer unos perritos, y el Pollo se pidió un especial, ante las risas de Pepe, Javi y mía. Esto del perrito fue muy gracioso: "hey, Pollo, qué perrito te vas a pedir", le preguntamos con intención. "Un especial, por supuesto", dijo, y nos echamos a reír.
Volvimos a Tirma y nos dirigimos al parque de abajo. Desde arriba, mientras andábamos hacia allí, empezaron a oírse risas y gritos femeninos, provenientes seguramente de un grupo grande. ¿Serían ellas? Cuando bajábamos las escaleras los que iban delante de mí empezaron a girar la cabeza y a mirarme sonriendo, y al poco divisé a Cynthia, que, vestida con una sudadera blanca, hablaba con Estefanía. En ese momento pensé incluso en irme corriendo, y aún creo que lo intenté, porque Pepe me agarró del brazo como diciendo "tú no te escapas". Algunas chicas de su grupo empezaron a mirarme y a cuchichear, y yo me situé de espaldas a ellas, junto a Pepe, seguro que rojo como un tomate. Fueron momentos muy tensos. Al poco tiempo J. R., R. J. y alguno más empezaron a decirme en alto que allí estaba Cynthia, como si yo no lo supiera, y que la dijera algo. Aguanté quieto y callado un aluvión cada vez más intenso de frases de ese tipo, y al fin, no sé cómo, me di la vuelta hacia donde estaba ella, la agarré del brazo y salimos del parque. A nuestra espalda se oyeron estruendosos aplausos y gritos de "¡machote!" y "¡a por ella!", y nosotros dos, con la sonrisa en la boca y el rubor en las mejillas, nos alejamos de allí callados, sin saber qué decir.
Ahora mismo no recuerdo de qué hablamos en esos primeros momentos ni cuáles fueron la primeras frases que intercambiamos. Supongo que fue algo así como "adónde vamos" o "damos una vuelta por este sitio" o "compramos unas chucherías en Jauja". Lo que es seguro es que no hablamos absolutamente nada sobre lo nuestro, sobre el viaje en el avión o sobre lo que habían dicho ayer Ruth y Pepe. Yo estaba superado por los acontecimientos, con el corazón aún saltándome en el pecho, sin creerme en absoluto que estaba solo con ella, solos los dos, sabiendo además que yo le gustaba. Aún no lo había asimilado, y todavía ahora, mientras escribo, no acabo de creérmelo. Ella estaba visiblemente nerviosa, los brazos cruzados y la mirada para el suelo. Dimos una vuelta por el interior de Tirma y en un momento de silencio me propuso que intercambiáramos unas fotos y que nos diéramos los teléfonos, así que nos metimos en el Ibías, donde estaban dando ya la final de Copa. Para aliviar un poco mi tensión interior le pregunté al camarero cómo iban, y me dijo que 1-0, que acababa de marcar Alfonso. Le pedí un boli y apuntamos los números en unas servilletas de papel. El camarero nos dijo algo con una sonrisa pícara, y salimos. El cielo estaba sombrío y gris, nada que ver con la alegría que brillaba en mi alma, y empezaba a anochecer.
Poco a poco la conversación se fue animando, fue siendo más fluida, y me tranquilicé. Paseamos un rato y nos sentamos en un banco de la avenida de Ilustración. "¿Qué hacer?", pensaba. ¿Me acerco a ella? ¿Y cómo me acerco, con disimulo o de forma natural? ¿Debo besarla ya hoy? Parecía claro que ella no iba a ser la que iniciara el acercamiento físico, así que debía ser yo. Pero no lo hice, no sé muy bien por qué. Quizá así de primeras era un poco violento, y ella podría pensar no muy bien de mí, así que nos mantuvimos a cierta distancia. Pero yo lo estaba deseando, y supongo que ella también. Yo ya estaba contento con lo que me había pasado, con esa situación, con estar a solas con ella cuando el día anterior, si alguien me lo hubiera dicho, lo habría tomado por loco, y no esperaba absolutamente nada más de esta fecha, ya histórica de por sí, pasara lo que pasara después. Dimos otra vuelta por el barrio, hablando de las notas y demás zarandajas, y nos despedimos con un pico en la esquina de mi calle, y quedamos para mañana a las seis y media. Me propuso quedar en ese mismo sitio y yo, no sé por qué, le dije que prefería ir a buscarla a su casa. Bueno, sí que lo sé. Llevo mucho tiempo, cada vez que paso cerca de su edificio, mirando sus ventanas, preguntándome cuál sería la suya, y soñando con un día llamar a su telefonillo para que se bajara porque tenía una cita conmigo. Y ese día ha llegado, y es mañana.
Tras despedirnos y andar un poco calle arriba me detuve, miré hacia atrás y la ví a ella, con su sudadera blanca y su pelo liso y negrísimo hasta los hombros, y observé su delicada figura hasta que la perdí de vista. En casa he sido ya un poco consciente de lo que me había pasado, y he sentido cómo nacía dentro de mí un fuego de dicha infinita. Con mi madre me he mostrado más cariñoso que nunca, la he pedido perdón por llegar más tarde de lo normal y he aceptado sin enfadarme su orden de empezar a rellenar los papeles de la matrícula del instituto para el año que viene, lo cual he hecho mientras veía la prórroga del partido, que ha ganado el Barça 3-2 con un golazo de Figo. Lo veía todo con una felicidad tal que incluso me he alegrado de que ganara el Barça, porque al fin y al cabo tienen un buen equipo y son un digno rival, sin olvidar al Betis, que ha plantado cara, y una tarea tan monótona como rellenar unos papeles se me ha revelado como el mayor placer que se puede encontrar, porque cada letra que escribía, cada dato mío, cada número, el DNI, el Código Postal, la fecha de nacimiento, lugar de residencia, calle, número, puerta, cada nombre de asignatura, estaba barnizado con su presencia. Después del partido han echado Tómbola, donde estaba invitada Bárbara Rey, que contaba que estaba hundida por algo que le había pasado, y entonces me he preguntado cómo alguien en el mundo puede estar triste en este 28 de junio de 1997.
Acabo de sacar del bolsillo del pantalón de mi chandal Nike la servilleta con su número de teléfono. Está algo arrugada, pero los números se ven bien porque su escritura es redonda y clara, como la de casi todas las chicas. Ahora mismo lo voy a meter en la memoria de mi reloj, no se me vaya a perder. Es muy tarde ya, papá, mamá y Dani duermen desde hace un rato, así que me voy a ir a acostar. Sé que seguramente no dormiré, pero hoy da igual.
29 de junio
Nunca una noche de insomnio ha sido más dulce. Como preveía, no he podido dormir casi nada. Las emociones de ayer fueron tan inesperadas e intensas que hasta más de la cinco de la mañana el corazón estuvo tamborileando con fuerza dentro de mi pecho. Cuando cerraba los ojos se me representaba nítidamente su imagen, vestida unas veces con la sudadera blanca que llevaba ayer y otras con ese ligero vestido azul que tan bien le queda. Además de por la inquietud, creo que no he dormido también gracias a mi voluntad, pues me apetecía alargar lo más posible día tan histórico. Además, ¿quién me decía que de dormirme, al despertar después, todo hubiera sido un sueño? Cuando conseguía dormir un poco y me despertaba, rápidamente me levantaba de la cama, iba al cajón de la mesilla y comprobaba que la servilleta con su número de teléfono no había desaparecido, y cuando la tenía en mi mano me tranquilizaba porque sabía que todo había sido real. Entonces volvía a acostarme y cerraba los ojos, y de nuevo allí estaba ella...
Creo que ha sido la noche más feliz de mi vida. Bueno, creo no, estoy seguro. Pero ya pasó, y ante mí se extiende un horizonte tan llano y luminoso que parece imposible que algo salga mal. Empezando por esta misma tarde, pues dentro de apenas una hora, a las seis y media, he quedado con ella, en su casa, haciendo realidad la ensoñación que tantas y tantas veces he tenido todos estos meses, y que, de verdad, jamás creí que iba a hacerse realidad: ir a buscarla. En mi cabeza suena no sé qué música de prolegómenos, de algo grande que va a ocurrir, de cosa importante. Ya tengo la ropa que me voy a poner preparada encima de mi cama (son mis mejores galas), y ya sólo queda ducharme, concentrarme, disfrutar de tan mágico momento y vestirme.
Por lo demás el día no ha deparado muchas cosas más. Por la mañana, para aliviar un poco la tensión, he ido con Pepe a jugar al basket y le he contado lo de ayer, aunque sin entrar en detalles. Por la tarde, como papá trabaja, he estado jugando con Dani en el salón con la pelotita. Mamá se ha enfadado porque no la dejábamos dormir la siesta y porque hemos estado a punto de tirar el jarrón chino. También he seguido rellenando los papeles de la matrícula. ¿Hacen falta tantos datos y tantas fotos? Aunque lo hacía con placer, pues esos papelajos están ya para siempre relacionados con ella, y me deleitaba en cada letra y palabra que escribía, como si en lugar del número de un DNI le estuviera escribiendo un poema o una carta.
El momento que jamás pensé fuera a llegar está aquí, y es ahora. Allá voy.
Son casi las doce de la noche. Hoy me va a costar mucho dormir, todavía estoy nervioso.
Haciendo un repaso a la historia de mi vida, puede afirmarse que los días nublados o con lluvia me han traído suerte. No sé por qué, pero es así. Será que me gusta el clima fresco y otoñal y que sufro bastante con el calor, y que un ente superior, conocedor de estas preferencias climáticas mías, así lo ha dispuesto, pero en mi recuerdo abundan las fechas históricas que tuvieron como escenario de fondo un cielo gris y, quizá para otras personas, desapacible. Hoy, a pesar de encontrarnos en pleno verano, es uno de esos días. No ha hecho calor, el viento tenía un sabor invernizo, el sol no se ha asomado en ningún momento e incluso ha lloviznado. Ahora mismo la ventana de mi habitación está cerrada y yo visto un chándal de invierno.
¿Cuál podría ser el titular para la portada de mañana en el diario imaginario de mi vida? "Un sueño", "Histórico", "Proeza"... Hay mil posibilidades, pero seguro que ninguno acertaría del todo con lo que siento ahora mismo. Ni en mis sueños podía imaginar que me ocurriera algo así. Dicen que la realidad siempre supera a la ficción, y si tomamos como ficción mis propios sueños hasta el día de hoy, seguro que es así. Lo que hoy ha pasado merece ser contado con detalle.
Por la mañana el día ha sido aburrido, con la única motivación de ver por la noche la final de Copa, que se disputa en el Bernabéu, entre el Barça y el Betis, porque seguramente nadie me llamaría para bajar. Después de comer la tarde transcurría lánguida. Eran sobre las cuatro cuando, rompiendo esa quietud, sonó el teléfono. Mi padre me dijo que era para mí. Al otro lado estaba Pepe. Me dijo que habían quedado a las cinco y media en Tirma, en el parque de al lado de Jauja, y que si me bajaba. Le dije que sí, y después soltó una frase que recordaré siempre: "tengo una sorpresa para tí que te va a gustar". No sé por qué, pero al momento pensé en ella, y se me cortó la respiración. "Le gustas a Cynthia", continuó él. Sentí una sacudida eléctrica por todo mi cuerpo y me quedé callado unos momentos, tras los cuales intenté articular alguna palabra. A duras penas dije que si era broma, que no me gustaban ese tipo de juegos. Pepe insistió en que era totalmente verdad, que lo había dicho ayer Ruth, que a Cynthia le gustaba Sebastian desde el día del viaje a Mallorca, y a su vez me dijo que él había revelado que a mí me gusta ella. Estaba de pie, y tuve que sentarme, porque empezaron a temblarme las piernas. No sé qué fue lo que dije después, lo que es seguro es que mi voz estaba entrecortada, pues mi corazón iba tan rápido y mis pulmones estaban tan colapsados por la sacudida que apenas podía respirar. "¿Qué pasa, hijo?", me dijo mi madre, que dormía la siesta en el sillón que está junto al teléfono. "Nada, nada", respondí. Pepe me preguntó algo parecido, y al fin salí un poco de mi nerviosismo y me despedí de él hasta dentro de un rato.
Después de colgar estuve un buen rato dando vueltas por mi habitación, con las pulsaciones a mil por hora. Daba vueltas a la cabeza pensando en si la vería esta misma tarde, y por un lado deseaba verla pero por otro prefería que se quedara en casa o que se hubiera ido de vacaciones. Pensaba también en lo que iba a sentir nada más verla, en cómo iba a ser la primera mirada después de que ambos sabemos que nos gustamos. También pensaba en la que seguro se iba a formar en el grupo, pues seguramente todos lo sabrían ya, y estas cosas siempre se dan a muchos comentarios en alto y a pequeñas burlas. Contra eso no se puede hacer nada. Elegí la ropa que me iba a poner y diez minutos antes de que llegara la hora me vestí con el chándal rojo y azul marino, el Nike. Fui a buscar a Pepe.
Llegamos al parque con quince minutos de retraso, y allí estaban ya todos. Durante el paseo hasta allí permanecí relativamente tranquilo, pero cuando vi cuánta gente se había bajado, sentí otra sacudida y una repentina debilidad de piernas. Los primeros comentarios no se hicieron esperar, y la verdad es que no fueron muy originales. "¡Cynthia! ¡Cynthia!", gritaron algunos. Yo me mantuve callado, intentando aparentar tranquilidad, pero estaba muy nervioso. Su grupo no estaba allí, pero alguien dijo que lo habían visto arriba, en el polideportivo, y que ella estaba. Y entonces ahí ya sí que la sacudida eléctrica fue general y permanente. Estuvimos hablando en el parque un rato y después dimos una vuelta por Tirma. Ella y su grupo no aparecían por ningún lado, pero yo ansiaba y a la vez temía que detrás de cada esquina nos lo íbamos a encontrar, y entonces ya sería inevitable. Luego fuimos a Kiko a comer unos perritos, y el Pollo se pidió un especial, ante las risas de Pepe, Javi y mía. Esto del perrito fue muy gracioso: "hey, Pollo, qué perrito te vas a pedir", le preguntamos con intención. "Un especial, por supuesto", dijo, y nos echamos a reír.
Volvimos a Tirma y nos dirigimos al parque de abajo. Desde arriba, mientras andábamos hacia allí, empezaron a oírse risas y gritos femeninos, provenientes seguramente de un grupo grande. ¿Serían ellas? Cuando bajábamos las escaleras los que iban delante de mí empezaron a girar la cabeza y a mirarme sonriendo, y al poco divisé a Cynthia, que, vestida con una sudadera blanca, hablaba con Estefanía. En ese momento pensé incluso en irme corriendo, y aún creo que lo intenté, porque Pepe me agarró del brazo como diciendo "tú no te escapas". Algunas chicas de su grupo empezaron a mirarme y a cuchichear, y yo me situé de espaldas a ellas, junto a Pepe, seguro que rojo como un tomate. Fueron momentos muy tensos. Al poco tiempo J. R., R. J. y alguno más empezaron a decirme en alto que allí estaba Cynthia, como si yo no lo supiera, y que la dijera algo. Aguanté quieto y callado un aluvión cada vez más intenso de frases de ese tipo, y al fin, no sé cómo, me di la vuelta hacia donde estaba ella, la agarré del brazo y salimos del parque. A nuestra espalda se oyeron estruendosos aplausos y gritos de "¡machote!" y "¡a por ella!", y nosotros dos, con la sonrisa en la boca y el rubor en las mejillas, nos alejamos de allí callados, sin saber qué decir.
Ahora mismo no recuerdo de qué hablamos en esos primeros momentos ni cuáles fueron la primeras frases que intercambiamos. Supongo que fue algo así como "adónde vamos" o "damos una vuelta por este sitio" o "compramos unas chucherías en Jauja". Lo que es seguro es que no hablamos absolutamente nada sobre lo nuestro, sobre el viaje en el avión o sobre lo que habían dicho ayer Ruth y Pepe. Yo estaba superado por los acontecimientos, con el corazón aún saltándome en el pecho, sin creerme en absoluto que estaba solo con ella, solos los dos, sabiendo además que yo le gustaba. Aún no lo había asimilado, y todavía ahora, mientras escribo, no acabo de creérmelo. Ella estaba visiblemente nerviosa, los brazos cruzados y la mirada para el suelo. Dimos una vuelta por el interior de Tirma y en un momento de silencio me propuso que intercambiáramos unas fotos y que nos diéramos los teléfonos, así que nos metimos en el Ibías, donde estaban dando ya la final de Copa. Para aliviar un poco mi tensión interior le pregunté al camarero cómo iban, y me dijo que 1-0, que acababa de marcar Alfonso. Le pedí un boli y apuntamos los números en unas servilletas de papel. El camarero nos dijo algo con una sonrisa pícara, y salimos. El cielo estaba sombrío y gris, nada que ver con la alegría que brillaba en mi alma, y empezaba a anochecer.
Poco a poco la conversación se fue animando, fue siendo más fluida, y me tranquilicé. Paseamos un rato y nos sentamos en un banco de la avenida de Ilustración. "¿Qué hacer?", pensaba. ¿Me acerco a ella? ¿Y cómo me acerco, con disimulo o de forma natural? ¿Debo besarla ya hoy? Parecía claro que ella no iba a ser la que iniciara el acercamiento físico, así que debía ser yo. Pero no lo hice, no sé muy bien por qué. Quizá así de primeras era un poco violento, y ella podría pensar no muy bien de mí, así que nos mantuvimos a cierta distancia. Pero yo lo estaba deseando, y supongo que ella también. Yo ya estaba contento con lo que me había pasado, con esa situación, con estar a solas con ella cuando el día anterior, si alguien me lo hubiera dicho, lo habría tomado por loco, y no esperaba absolutamente nada más de esta fecha, ya histórica de por sí, pasara lo que pasara después. Dimos otra vuelta por el barrio, hablando de las notas y demás zarandajas, y nos despedimos con un pico en la esquina de mi calle, y quedamos para mañana a las seis y media. Me propuso quedar en ese mismo sitio y yo, no sé por qué, le dije que prefería ir a buscarla a su casa. Bueno, sí que lo sé. Llevo mucho tiempo, cada vez que paso cerca de su edificio, mirando sus ventanas, preguntándome cuál sería la suya, y soñando con un día llamar a su telefonillo para que se bajara porque tenía una cita conmigo. Y ese día ha llegado, y es mañana.
Tras despedirnos y andar un poco calle arriba me detuve, miré hacia atrás y la ví a ella, con su sudadera blanca y su pelo liso y negrísimo hasta los hombros, y observé su delicada figura hasta que la perdí de vista. En casa he sido ya un poco consciente de lo que me había pasado, y he sentido cómo nacía dentro de mí un fuego de dicha infinita. Con mi madre me he mostrado más cariñoso que nunca, la he pedido perdón por llegar más tarde de lo normal y he aceptado sin enfadarme su orden de empezar a rellenar los papeles de la matrícula del instituto para el año que viene, lo cual he hecho mientras veía la prórroga del partido, que ha ganado el Barça 3-2 con un golazo de Figo. Lo veía todo con una felicidad tal que incluso me he alegrado de que ganara el Barça, porque al fin y al cabo tienen un buen equipo y son un digno rival, sin olvidar al Betis, que ha plantado cara, y una tarea tan monótona como rellenar unos papeles se me ha revelado como el mayor placer que se puede encontrar, porque cada letra que escribía, cada dato mío, cada número, el DNI, el Código Postal, la fecha de nacimiento, lugar de residencia, calle, número, puerta, cada nombre de asignatura, estaba barnizado con su presencia. Después del partido han echado Tómbola, donde estaba invitada Bárbara Rey, que contaba que estaba hundida por algo que le había pasado, y entonces me he preguntado cómo alguien en el mundo puede estar triste en este 28 de junio de 1997.
Acabo de sacar del bolsillo del pantalón de mi chandal Nike la servilleta con su número de teléfono. Está algo arrugada, pero los números se ven bien porque su escritura es redonda y clara, como la de casi todas las chicas. Ahora mismo lo voy a meter en la memoria de mi reloj, no se me vaya a perder. Es muy tarde ya, papá, mamá y Dani duermen desde hace un rato, así que me voy a ir a acostar. Sé que seguramente no dormiré, pero hoy da igual.
29 de junio
Nunca una noche de insomnio ha sido más dulce. Como preveía, no he podido dormir casi nada. Las emociones de ayer fueron tan inesperadas e intensas que hasta más de la cinco de la mañana el corazón estuvo tamborileando con fuerza dentro de mi pecho. Cuando cerraba los ojos se me representaba nítidamente su imagen, vestida unas veces con la sudadera blanca que llevaba ayer y otras con ese ligero vestido azul que tan bien le queda. Además de por la inquietud, creo que no he dormido también gracias a mi voluntad, pues me apetecía alargar lo más posible día tan histórico. Además, ¿quién me decía que de dormirme, al despertar después, todo hubiera sido un sueño? Cuando conseguía dormir un poco y me despertaba, rápidamente me levantaba de la cama, iba al cajón de la mesilla y comprobaba que la servilleta con su número de teléfono no había desaparecido, y cuando la tenía en mi mano me tranquilizaba porque sabía que todo había sido real. Entonces volvía a acostarme y cerraba los ojos, y de nuevo allí estaba ella...
Creo que ha sido la noche más feliz de mi vida. Bueno, creo no, estoy seguro. Pero ya pasó, y ante mí se extiende un horizonte tan llano y luminoso que parece imposible que algo salga mal. Empezando por esta misma tarde, pues dentro de apenas una hora, a las seis y media, he quedado con ella, en su casa, haciendo realidad la ensoñación que tantas y tantas veces he tenido todos estos meses, y que, de verdad, jamás creí que iba a hacerse realidad: ir a buscarla. En mi cabeza suena no sé qué música de prolegómenos, de algo grande que va a ocurrir, de cosa importante. Ya tengo la ropa que me voy a poner preparada encima de mi cama (son mis mejores galas), y ya sólo queda ducharme, concentrarme, disfrutar de tan mágico momento y vestirme.
Por lo demás el día no ha deparado muchas cosas más. Por la mañana, para aliviar un poco la tensión, he ido con Pepe a jugar al basket y le he contado lo de ayer, aunque sin entrar en detalles. Por la tarde, como papá trabaja, he estado jugando con Dani en el salón con la pelotita. Mamá se ha enfadado porque no la dejábamos dormir la siesta y porque hemos estado a punto de tirar el jarrón chino. También he seguido rellenando los papeles de la matrícula. ¿Hacen falta tantos datos y tantas fotos? Aunque lo hacía con placer, pues esos papelajos están ya para siempre relacionados con ella, y me deleitaba en cada letra y palabra que escribía, como si en lugar del número de un DNI le estuviera escribiendo un poema o una carta.
El momento que jamás pensé fuera a llegar está aquí, y es ahora. Allá voy.
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