30 de junio
¿Puede haber en el amor un momento mejor que el de los prolegómenos a una cita? Alguno dirá que sí y no entenderá nada de lo que digo, pero yo creo que, sobre todo en los primeros tiempos de una relación, los preparativos, las dos o tres horas anteriores, el "momento de la anticipación" como decían en un capítulo de los Simpson, en ese pequeño espacio de tiempo está concentrada toda la magia del enamoramiento. Llego a pensar que en este mundo sólo existen dos tipos de hombres: los que tienen una cita y los que no. Recrear en la mente lo que va a ser la futura cita, los ambientes, los besos y los arrumacos, elegir la ropa, buscar las palabras y el tono adecuados para las primeras frases, imaginar cómo irá vestida ella, anticiparse al primer contacto visual, sentir las violentas palpitaciones dentro del pecho, y, lo mejor de todo, saber que ese mismo momento, en su casa, ella está sintiendo exactamente lo mismo que tú, ¿hay algo mejor en el mundo? Nada es lo mismo cuando se tiene una cita. Todo, los objetos, el aire, el sol, la naturaleza, la gente, la ciudad, todo adquiere otro cariz. Una cita es un mundo aparte. Es, por así decirlo, desentenderse del mundo, decirle en alta voz: ¡no me importas nada, y ya no estoy bajo tus designios!
Todo esto sentía yo ayer antes de la cita con Cynthia. Cinco minutos antes de la hora convenida salí de casa y me dirigí a su calle, y recuerdo cómo revoloteaban mariposas en mi estómago y cómo respiré profundamente justo antes de doblar la esquina. Pensaba llamarla al telefonillo, pero allí estaba ya ella, sentada aburridamente en un banco enfrente de su portal, los codos en las rodillas y la barbilla apoyada en las manos, vestida con unos pantalones beige de cuadros y una chaqueta marrón. Iba preciosa, y no podía creer que esa chica a la que me acercaba y que ya me miraba hubiera quedado conmigo. Nos dimos dos besos en las mejillas, a iniciativa mía. ¿Porqué hice eso? Hay veces que soy un enigma para mí mismo y no acierto a comprender mis propias acciones. Supongo que estaba nervioso y que no quería que pensara mal. Pero, ¿por qué iba a pensar mal? ¿No hubiera sido mejor iniciar la cosa de una manera más natural, con un pico? ¿Por qué no lo hice, si lo estaba deseando? Pensamos en dónde ir y dijimos que al cine, así que a La Vaguada que nos dirigimos. Durante el paseo pensaba en si debía cogerla la mano o no, pero claro, después de los dos besos en las mejillas, no venía a cuento, y fui poniéndome cada vez más nervioso, y no sabía de qué hablar, y ella tampoco, y se hizo un silencio denso e incómodo, hasta que ella sacó el tema de qué película podíamos ver. Entramos en La Vaguada y miramos la cartelera. Después de deliberar un buen rato nos decidimos por Scream 2, mala como ella sola, aunque al menos después había algo de que hablar. Salimos del cine, dimos un paseo hasta Tirma y nos sentamos en un banco del parque que está al lado del Ibías, ese tan pequeño y que está rodeado de vegetación. "Ahora sí que no puedo fallar", pensaba. "Estamos aquí los dos solos, en un parque cerrado, donde no pasa casi gente. Tengo que lanzarme". Pero, como el día anterior, no lo hice, y nos mantuvimos a una distancia prudencial, demasiado prudencial... Dije estupideces y no actué de manera natural. ¿Qué pensaría ella? No lo sé, pero está claro que se la veía aburrida. Al rato nos levantamos y dimos una vuelta por el barrio. Nos despedimos en el mismo lugar que ayer, en la esquina de mi calle, con otros dos besos en las mejillas. Me dijo que hoy no iba a poder quedar y que me llamaría.
Cuando llegué a casa no sabía si estaba contento o decepcionado. Quizás las dos cosas. Contento, por un lado, porque al fin y al cabo había estado con ella y era un comienzo, y por algo hay que empezar y ya habrá tiempo de que las cosas vayan más fluidas. Y decepcionado porque la cita no había salido como esperaba. Todo lo que me había prefigurado en la cabeza falló. No hubo besos ni arrumacos y ella seguramente se aburrió. No sé, creo que aún no me creo lo que me ha pasado y estoy como paralizado. No me ha dado tiempo a reaccionar. Pero lo haré, es mía, está conmigo y la próxima vez todo saldrá mejor.
1 de julio
Estoy intranquilo y tenso pero a la vez ilusionado y expectante ante una próxima cita, en la que seguro que no cometeré los fallos del otro día. Estoy convencido de ello. Me dijo que me llamaría. ¿Lo hará hoy? Tengo el pálpito de que sí, y de que quedaremos. No debo estar nervioso, sino disfrutar de lo que me está pasando. Todo ha ocurrido demasiado deprisa, pero ya me voy ubicando. Estoy feliz, con una ilusión desbordante, porque yo, Sebastian, estoy con la chica que me gusta, que es la más guapa del mundo. ¿Alguien puede dudar de que es la chica más guapa del mundo? ¡Pobre iluso aquel que lo niegue!
Esta mañana he ido al instituto a entregar la documentación de la matrícula para el año que viene. Había una cola tremenda, y he estado esperando casi una hora a que me atendieran, y cuando al fin he entrado en esa calurosa y malholiente sala y me he sentado delante de la mesa tras la que había una señora muy fea y antipática, ésta, tras revisar rápidamente y con el ceño fruncido mis papeles, me ha dicho que me faltaban dos fotos de carnet. Le pregunté que si eran muy necesarias y me dijó que sí, y que cerraban en una hora. Así que salí de allí, vine corriendo a casa, cogí dinero, me hice unas fotos en el fotomatón y, siempre corriendo, volví al instituto y me coloqué de nuevo en la cola. Otra hora más de espera, que se hizo más amena porque me encontré con J. C., que también había tenido un problema, lo cual me tranquilizó. Entregué toda la documentación, que ahora sí estaba en regla, esperé a J. C. y volví a casa.
2 de julio
Si ayer me encontraba optimista y alegre por el porvenir, hoy no puedo decir lo mismo. Ayer no me llamó, y hoy ya son las siete de la tarde y tampoco ha sonado el teléfono. ¿Por qué no me llama? ¿Debería hacerlo yo? No, porque me dijo que me llamaría, y eso es lo que quiero, que me llame, coger el teléfono y escuchar al otro lado su dulce voz proponiéndome quedar. No puedo esperar más a quedar con ella y abrazarla y besarla. Porque la próxima vez, sí, voy a besarla hasta que se quede sin aliento. Hoy han liberado a los secuestrados por ETA. Uno de ellos, creo que Ortega Lara, estaba flaco y pálido y lucía una espesa barba. Lo metían en un coche, la gente le aplaudía, y en sus ojos no sé si había alegría o una angustia infinita. Han dicho que ha estado más de 500 días secuestrado. Han estado todo el día con ello en los telediarios.
Atención, está sonando el teléfono... es para mí...
3 de julio
No, ayer esa llamada era para mí pero no era ella, sino Pepe, que me decía de quedar. Estuvimos él y yo solos jugando al fútbol en las canchas del colegio hasta que anocheció. Al llegar a casa pregunté a mamá si alguien me había llamado, y me dijo que no, así que me fui a la cama triste y extrañamente desesperanzado. El 28 de junio me pareció de pronto un día lejanísimo e irreal, producto de mi imaginación, un bello recuerdo de algo remoto, un efímero amor de verano visto en alguna película o leído en algún libro, algo que pudo ocurrirle a cualquiera menos a mí. Esta mañana me he despertado casi indiferente, como dándolo todo por perdido, con esa resignación del que lleva muchos desengaños a sus espaldas y que ya no se sorprende de otra decepción más porque tiene el espíritu anestesiado. Y así he pasado el día, tirado en el sofá mirando la tele como un zombie, hasta que sobre las cuatro de la tarde ha sonado el teléfono. Al instante, casi por costumbre, he pensado que podía ser ella, pero a los pocos segundos me he reído de mi ingenuidad. "Sebastian, ponte", me dijo mamá. "Será Pepe o J. C. para bajarnos a dar una vuelta por Tirma", pensé. Cogí el teléfono y, al otro lado, como venida de los lugares más recónditos de mi alma, desde el lugar de los deseos, habló una voz femenina y delicada. Un chispazo de ilusión prendió en mi interior y de repente la vida adquirió otro color. ¡No podía ser otra, era ella! Yo creo que debió de notar mis sucesivos estados de sorpresa, alegría y nerviosismo, aunque yo intenté darle a la voz un tono de despreocupación. No duró mucho la conversación, y en suma me dijo que quedábamos a las siete y media en la esquina de mi calle, un poco más tarde que el otro día porque antes quería ver a sus amigas. Colgué el teléfono y me puse a dar saltos. Nunca hay que dar las cosas por perdidas hasta que realmente se está muerto, y esto no hace más que darme una descomunal inyección de fuerzas. Ahora sí que no voy a cometer los mismos errores, va a salir todo a pedir de boca, y se presenta un verano como jamás había soñado...
¿Puede haber en el amor un momento mejor que el de los prolegómenos a una cita? Alguno dirá que sí y no entenderá nada de lo que digo, pero yo creo que, sobre todo en los primeros tiempos de una relación, los preparativos, las dos o tres horas anteriores, el "momento de la anticipación" como decían en un capítulo de los Simpson, en ese pequeño espacio de tiempo está concentrada toda la magia del enamoramiento. Llego a pensar que en este mundo sólo existen dos tipos de hombres: los que tienen una cita y los que no. Recrear en la mente lo que va a ser la futura cita, los ambientes, los besos y los arrumacos, elegir la ropa, buscar las palabras y el tono adecuados para las primeras frases, imaginar cómo irá vestida ella, anticiparse al primer contacto visual, sentir las violentas palpitaciones dentro del pecho, y, lo mejor de todo, saber que ese mismo momento, en su casa, ella está sintiendo exactamente lo mismo que tú, ¿hay algo mejor en el mundo? Nada es lo mismo cuando se tiene una cita. Todo, los objetos, el aire, el sol, la naturaleza, la gente, la ciudad, todo adquiere otro cariz. Una cita es un mundo aparte. Es, por así decirlo, desentenderse del mundo, decirle en alta voz: ¡no me importas nada, y ya no estoy bajo tus designios!
Todo esto sentía yo ayer antes de la cita con Cynthia. Cinco minutos antes de la hora convenida salí de casa y me dirigí a su calle, y recuerdo cómo revoloteaban mariposas en mi estómago y cómo respiré profundamente justo antes de doblar la esquina. Pensaba llamarla al telefonillo, pero allí estaba ya ella, sentada aburridamente en un banco enfrente de su portal, los codos en las rodillas y la barbilla apoyada en las manos, vestida con unos pantalones beige de cuadros y una chaqueta marrón. Iba preciosa, y no podía creer que esa chica a la que me acercaba y que ya me miraba hubiera quedado conmigo. Nos dimos dos besos en las mejillas, a iniciativa mía. ¿Porqué hice eso? Hay veces que soy un enigma para mí mismo y no acierto a comprender mis propias acciones. Supongo que estaba nervioso y que no quería que pensara mal. Pero, ¿por qué iba a pensar mal? ¿No hubiera sido mejor iniciar la cosa de una manera más natural, con un pico? ¿Por qué no lo hice, si lo estaba deseando? Pensamos en dónde ir y dijimos que al cine, así que a La Vaguada que nos dirigimos. Durante el paseo pensaba en si debía cogerla la mano o no, pero claro, después de los dos besos en las mejillas, no venía a cuento, y fui poniéndome cada vez más nervioso, y no sabía de qué hablar, y ella tampoco, y se hizo un silencio denso e incómodo, hasta que ella sacó el tema de qué película podíamos ver. Entramos en La Vaguada y miramos la cartelera. Después de deliberar un buen rato nos decidimos por Scream 2, mala como ella sola, aunque al menos después había algo de que hablar. Salimos del cine, dimos un paseo hasta Tirma y nos sentamos en un banco del parque que está al lado del Ibías, ese tan pequeño y que está rodeado de vegetación. "Ahora sí que no puedo fallar", pensaba. "Estamos aquí los dos solos, en un parque cerrado, donde no pasa casi gente. Tengo que lanzarme". Pero, como el día anterior, no lo hice, y nos mantuvimos a una distancia prudencial, demasiado prudencial... Dije estupideces y no actué de manera natural. ¿Qué pensaría ella? No lo sé, pero está claro que se la veía aburrida. Al rato nos levantamos y dimos una vuelta por el barrio. Nos despedimos en el mismo lugar que ayer, en la esquina de mi calle, con otros dos besos en las mejillas. Me dijo que hoy no iba a poder quedar y que me llamaría.
Cuando llegué a casa no sabía si estaba contento o decepcionado. Quizás las dos cosas. Contento, por un lado, porque al fin y al cabo había estado con ella y era un comienzo, y por algo hay que empezar y ya habrá tiempo de que las cosas vayan más fluidas. Y decepcionado porque la cita no había salido como esperaba. Todo lo que me había prefigurado en la cabeza falló. No hubo besos ni arrumacos y ella seguramente se aburrió. No sé, creo que aún no me creo lo que me ha pasado y estoy como paralizado. No me ha dado tiempo a reaccionar. Pero lo haré, es mía, está conmigo y la próxima vez todo saldrá mejor.
1 de julio
Estoy intranquilo y tenso pero a la vez ilusionado y expectante ante una próxima cita, en la que seguro que no cometeré los fallos del otro día. Estoy convencido de ello. Me dijo que me llamaría. ¿Lo hará hoy? Tengo el pálpito de que sí, y de que quedaremos. No debo estar nervioso, sino disfrutar de lo que me está pasando. Todo ha ocurrido demasiado deprisa, pero ya me voy ubicando. Estoy feliz, con una ilusión desbordante, porque yo, Sebastian, estoy con la chica que me gusta, que es la más guapa del mundo. ¿Alguien puede dudar de que es la chica más guapa del mundo? ¡Pobre iluso aquel que lo niegue!
Esta mañana he ido al instituto a entregar la documentación de la matrícula para el año que viene. Había una cola tremenda, y he estado esperando casi una hora a que me atendieran, y cuando al fin he entrado en esa calurosa y malholiente sala y me he sentado delante de la mesa tras la que había una señora muy fea y antipática, ésta, tras revisar rápidamente y con el ceño fruncido mis papeles, me ha dicho que me faltaban dos fotos de carnet. Le pregunté que si eran muy necesarias y me dijó que sí, y que cerraban en una hora. Así que salí de allí, vine corriendo a casa, cogí dinero, me hice unas fotos en el fotomatón y, siempre corriendo, volví al instituto y me coloqué de nuevo en la cola. Otra hora más de espera, que se hizo más amena porque me encontré con J. C., que también había tenido un problema, lo cual me tranquilizó. Entregué toda la documentación, que ahora sí estaba en regla, esperé a J. C. y volví a casa.
2 de julio
Si ayer me encontraba optimista y alegre por el porvenir, hoy no puedo decir lo mismo. Ayer no me llamó, y hoy ya son las siete de la tarde y tampoco ha sonado el teléfono. ¿Por qué no me llama? ¿Debería hacerlo yo? No, porque me dijo que me llamaría, y eso es lo que quiero, que me llame, coger el teléfono y escuchar al otro lado su dulce voz proponiéndome quedar. No puedo esperar más a quedar con ella y abrazarla y besarla. Porque la próxima vez, sí, voy a besarla hasta que se quede sin aliento. Hoy han liberado a los secuestrados por ETA. Uno de ellos, creo que Ortega Lara, estaba flaco y pálido y lucía una espesa barba. Lo metían en un coche, la gente le aplaudía, y en sus ojos no sé si había alegría o una angustia infinita. Han dicho que ha estado más de 500 días secuestrado. Han estado todo el día con ello en los telediarios.
Atención, está sonando el teléfono... es para mí...
3 de julio
No, ayer esa llamada era para mí pero no era ella, sino Pepe, que me decía de quedar. Estuvimos él y yo solos jugando al fútbol en las canchas del colegio hasta que anocheció. Al llegar a casa pregunté a mamá si alguien me había llamado, y me dijo que no, así que me fui a la cama triste y extrañamente desesperanzado. El 28 de junio me pareció de pronto un día lejanísimo e irreal, producto de mi imaginación, un bello recuerdo de algo remoto, un efímero amor de verano visto en alguna película o leído en algún libro, algo que pudo ocurrirle a cualquiera menos a mí. Esta mañana me he despertado casi indiferente, como dándolo todo por perdido, con esa resignación del que lleva muchos desengaños a sus espaldas y que ya no se sorprende de otra decepción más porque tiene el espíritu anestesiado. Y así he pasado el día, tirado en el sofá mirando la tele como un zombie, hasta que sobre las cuatro de la tarde ha sonado el teléfono. Al instante, casi por costumbre, he pensado que podía ser ella, pero a los pocos segundos me he reído de mi ingenuidad. "Sebastian, ponte", me dijo mamá. "Será Pepe o J. C. para bajarnos a dar una vuelta por Tirma", pensé. Cogí el teléfono y, al otro lado, como venida de los lugares más recónditos de mi alma, desde el lugar de los deseos, habló una voz femenina y delicada. Un chispazo de ilusión prendió en mi interior y de repente la vida adquirió otro color. ¡No podía ser otra, era ella! Yo creo que debió de notar mis sucesivos estados de sorpresa, alegría y nerviosismo, aunque yo intenté darle a la voz un tono de despreocupación. No duró mucho la conversación, y en suma me dijo que quedábamos a las siete y media en la esquina de mi calle, un poco más tarde que el otro día porque antes quería ver a sus amigas. Colgué el teléfono y me puse a dar saltos. Nunca hay que dar las cosas por perdidas hasta que realmente se está muerto, y esto no hace más que darme una descomunal inyección de fuerzas. Ahora sí que no voy a cometer los mismos errores, va a salir todo a pedir de boca, y se presenta un verano como jamás había soñado...
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