sábado, 9 de mayo de 2009

VERANO DEL 97 (Segunda parte)

TRANSCRIPCIÓN LITERAL DEL DIARIO MANUSCRITO
13 de junio
Acabo de llegar a casa. Hoy ha acabado el curso, y en condiciones normales estaría triste porque seguramente no la volvería a ver en mucho tiempo. Pero afortunadamente la semana que viene es el viaje de fin de curso, y aunque no haga nada por acercarme, con seguir viéndola aunque sea unos días más me conformo. Es curioso, tenía ganas de que terminaran las clases, pero al sonar la última campana, no sé por qué, se me ha hecho un nudo en la garganta. De repente pensé en que eran los últimos momentos de mi vida en este colegio, en el que llevo desde que entré en Preescolar, o sea diez años. Salí el último de clase, y sin que mis amigos se dieran cuenta eché un último vistazo al aula. Estaba bastante emocionado, es el final de una era. El año que viene comenzamos ya el instituto, y tendremos que ir a ese edificio enorme que hay encima del colegio. Pero para ello aún queda un largo verano por delante.

Hoy la he visto un par de veces. ¡Qué mala suerte no haber coincidido en clase nunca con ella! Desde que me gusta "oficialmente" apenas habremos cruzado dos frases. Dos frases en siete meses. Así es muy difícil, pero nunca se sabe. La última vez que la he visto hoy ha sido en el portal de Pepe, y ella bajaba la calle para ir a su casa, acompañada de Lorena. Nos ha saludado. ¡Cómo cambia todo cuando ella está cerca!

14 de junio
¡Campeones! El Madrid ha ganado la Liga. Le hemos ganado al Atleti 3-1. Golazos de Raúl, el primero, y Hierro de falta el segundo. El tercero lo ha marcado Mijatovic. Lo he visto con papá y Dani, y nos hemos puesto muy contentos. Antes del partido estaba muy nervioso. Suenan muchas bocinas y gritos desde la calle, y ahora estoy viendo por la tele la celebración en la Cibeles. Durante el partido no hacía más que pensar en ella, y me imaginaba que cada gol nuestro era marcado en mi "partido" imaginario para ganarla. Ojalá fuera así.

15 de junio
Anoche no dormí casi nada gracias a las bocinas y los gritos, que no pararon un poco hasta las cuatro de mañana. Además estaba nervioso, porque mañana es el viaje y hoy había que prepararlo todo. Pero no estaba nervioso por eso, sino por separarme de mi casa y de mis padres. Pero bueno, ya está pagado y hay que ir. Espero al menos pasarlo bien, y tener algún acercamiento con ella, porque no habrá más oportunidades hasta el año que viene, o a lo mejor, quién sabe, se cambia de instituto. Eso no quiero ni pensarlo. ¿Quién le gustará? Mira que he intentado sonsacárselo indirectamente a D. D., que la conoce más, pero nada. Ya está todo preparado para mañana. Es la primera vez que viajaré en avión. Estoy nervioso, no sé si podré dormir.
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20 de junio
Hoy hemos llegado de Mallorca. Ha sido una semana para recordar, y el lunes 16, el día del viaje, fue un día simplemente glorioso. ¡Por una vez la suerte me ha sonreído! ¡Y de qué manera! Fue como un milagro. Al recordar ahora aquellos momentos me siento muy triste, porque ahora sí que ha acabado todo. Ahora intentar acercarse a ella va a ser casi imposible, por el simple hecho de que ya no habrá cinco días entre semana en que poder verla. Hemos venido desde el aeropuerto en autobús, que nos ha dejado a la puerta del colegio. Había algunos padres esperando, y entre ellos estaban los de Cynthia. ¡Si ellos supieran lo que siento por su hija! Es una lástima que no sean amigos de los míos. Yo me he vuelto a casa con Pepe y J. C., y no he podido evitar mirar atrás, hacia el lugar, junto al autobús, donde se reunía la gente. La buscaba con la mirada, pero no acerté a verla entre la multitud, y seguí andando hasta casa, triste y resignado. Pero hay que contar lo que pasó el lunes 16. ¡Qué momentos más felices!

Ese día me levanté muy temprano para ir al colegio, desde donde un autobús nos llevaría al aeropuerto. El pobre D. D. lloraba al despedirse de su madre. Yo sentía cierta tristeza, pero por nada del mundo habría llorado. En Barajas nos dieron a cada uno nuestro billete y esperamos un rato bastante largo hasta que pasamos al avión. Estaba emocionado. Una vez dentro busqué dónde me correspondía, aunque en realidad cada uno se ponía donde le daba la gana. Pero eso lo supe luego. Al fin encontré el sitio que concordaba con mi billete, y cuando vi quién estaba sentado junto a ese asiento, antes de pensar nada, me senté rápidamente, temiendo que alguien me lo quitara. ¡Me había tocado al lado de Cynthia! No lo podía creer, para que luego digan que las casualidades no existen. Sí que existen, y en esta ocasión me han favorecido como nunca podía esperar. El viaje apenas duró una hora, pero fue la hora más maravillosa de mi vida, eso seguro. Al principio me puse muy nervioso, estaba como atontado, ante la oportunidad que se me brindaba. Luego me tranquilicé y actué de manera alegre. Dije muchas gracietas y tonterías, y se rió mucho conmigo. Estaba sembrado. Cuando la azafata nos explicó lo de los salvavidas, yo imitaba sus gestos e intentaba explorar su funcionamiento, haciéndome el torpe, y entonces ella se reía a carcajada suelta. No recuerdo de qué hablamos, y no creo que importe mucho. Jugué con la mesita desplegable del asiento delantero, dándole mil disparatados usos y haciéndola reír, y recuerdo que, poco antes de llegar, me levanté un poco para mirar el paisaje por la ventanilla, incorporándome hacia donde estaba ella, y entonces nos tocamos un poco. No se apartó, así que permanecí unos instantes en esa posición. ¡Cuánto hubiera dado por que ese viaje se alargara dos, tres, cuatro, veinte horas! Pero acabó, y cuando el avión aterrizó, nos despedimos y nos bajamos, sentí que había desperdiciado una oportunidad inmejorable, que seguramente nunca más iba a darse. Al menos, pensaba, este viaje podía servir como lugar común para ambos, algo que recordar, que era sólo nuestro y que podíamos compartir en un futuro.

Durante los cinco días de viaje apenas hemos tenido contacto, aunque yo la buscaba siempre, ya fuera con la mirada o intentando acercarme físicamente, con cualquier pretexto. Pero nuestros respectivos grupos están demasiado alejados. Que recuerde, lo más cerca que estuve de ella fue en un viaje en autobús, cuando volvíamos de las Cuevas del Drac. Ella se sentó justo en el asiento de delante, pero yo no me atreví a iniciar una conversación, y sólo se me ocurrió presionar muy fuerte con las rodillas sobre su asiento, a ver si se sentía incómoda y miraba para atrás. Yo notaba que se movía y cambiaba de postura, pero no se dio la vuelta.

Por lo demás no hay sucesos relacionados con ella dignos de mencionarse, lo que quiere decir que no hubo absolutamente ningún suceso, pues cualquier tontería, cualquier incidente por pequeño que hubiera sido, cualquier cruce de palabras, hubiera supuesto para mí el mayor de los acontecimientos. Sólo decir que todos los días esperaba ansioso a que anocheciera, deseando verla, pues sobre esa hora quedábamos todos, ya arreglados, donde nos decían los profesores, dispuestos a ir a Paguera para salir. Recuerdo que una noche se presentó con un vestido azul, muy ligero y veraniego, que le quedaba de cine. ¡Cuántas veces la he buscado con la mirada durante todos estos días! Pero no me hacía caso, y sólo recuerdo una mirada suya, concretamente la noche que fuimos a la discoteca. Ahí la sorprendí. La noche que fuimos a la playa ella se sentó en la arena muy cerca de mí, y yo aproveché la oscuridad para mirarla mucho, pero no llegamos a hablar.

Esperaba algo más de este viaje, la verdad. No ha estado mal, pero estos viajes están para divertirse, creo yo, y todas esas visitas tan largas y aburridas mataban la diversión. La peor fue una que hicimos a una fábrica de vidrios o algo así, de la que recuerdo un líquido rojo y viscoso inflarse como un globo. Lo peor para mí eran las noches, pues la gente se empeñaba en no dormir y a los que queríamos dormir un poco nos hacían putadas, como echarnos agua en la cara. A más de uno le hubiera soltado una buena hostia. Yo compartí habitación con Pepe, J. R. y B. G. De lo mejor ha sido la piscina y el buffet. Un día desayuné siete donuts, y en las comidas nos inflábamos a salchicas y hamburguesas. La verdad es que el hotel, o lo que fuera aquello, estaba muy bien, era muy grande y tenía pistas de tenis y fútbol. Nos alojábamos en grupos de cuatro, y por cada dos grupos había una casita pequeña de dos pisos. Nuestra habitación estaba en el piso de arriba. Era como un pueblecito, con sus calles y caminitos y sus casitas blancas. Nos hemos recorrido la isla de punta a punta en autobús, incluida Palma de Mallorca, con su castillo, que visitamos, y las Cuevas del Drac. Lástima que no llevara cámara de fotos (creo que fui el único) así que todas las imágenes del viaje tendrán que quedar inmortalizadas sólo en mi cerebro. Quizá sea mejor así.

Pero se acabó todo, y a partir de ahora verla va a ser muy difícil. Lo que es seguro es que los nombres de Mallorca y Paguera quedarán, en mi cabeza, ya para siempre relacionados con el de Cynthia. Y esa hora en el avión es, sin duda, una de las más felices de mi vida, sino la que más. ¡Por qué no la aproveché más!

Ahora caigo en que el martes es la recogida de notas y el miércoles el festival de fin de curso. ¿Tendré la suerte de coincidir con ella el martes? ¿Irá al festival? Rezaré porque así sea.

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