lunes, 29 de noviembre de 2010

BARÇA-MADRID O LA VIDA A TRAVÉS DE UN PARTIDO DE FÚTBOL

Hoy, lunes, día extraño para tan egregio acontecimiento, se disputa el Clásico que lo llaman ahora, no sé si lo llamarían así hace décadas pero de lo que estoy seguro es de que no lo llamaban así cuando yo era pequeño y adolescente, que es cuando se fraguó en mí la difícil pasión de ver, sentir y vivir este partido, único en el mundo digan lo que digan los de Milán, Buenos Aires, Manchester o Liverpool. Ninguno de esos Clásicos alcanza las cotas mundiales que el nuestro -que a veces uno no quisiera que fuese suyo, tan nervioso se pone-, ninguno congrega tal cantidad de ingredientes picantes, ninguno es tan planetario. Y aquí está lo decisivo. Donde más miradas recaen, mayor es la presión para los contendientes. No es lo mismo caer bajo el paragüas de la soledad, donde siempre nos quedará el consuelo de la propia soledad, que ante la vista de todos. Para Barça y Madrid la presión es mucho mayor ahora que hace quince o veinte años, cuando aún no se aplicaba el sobrenombre de Partido del Siglo, cuando todavía el mundo no giraba la cabeza para posar en ellos su mirada expectante y alucinada. Luego cada Clásico posterior era también partido del siglo, con lo que terminamos por quedarnos sin partido del siglo. Los periodistas, conscientes de esta saturación que podría ir en contra de sus propios intereses, lo han terminado por bautizar en los últimos años como Clásico. Una fórmula natural y que contenta a todos: a los más viejos del lugar por supuesto, que llevan viendo este partido toda la vida; a los jóvenes, que ya que no leen a los clásicos de verdad tienen una oportunidad de inscribirse en una tradición -menos es nada-; y, por supuesto, parece que a Luis Aragonés y tal, al que aquello de derby no le terminaba de sonar bien porque “derby es lo de los caballos”.
El Barça-Madrid es algo más, qué duda cabe. No hay en Europa ningún país en que la segunda ciudad esté tan cerca en términos de población a como lo está Barcelona de Madrid. Económica y culturalmente están a la par, sin duda. Barcelona es por derecho propio toda una capital nodriza. Y eso, claro, se nota en el terreno de juego. Sobre el tapete verdísimo y gigantesco -qué grande es el césped del Camp Nou, Dios mío- se dirimen las luchas y rivalidades de la calle y de la Historia. No es mala cosa, por otra parte. Mejor así que no de otra forma.
Uno ha crecido sufriendo las visitas del Real Madrid al Camp Nou. El primer partido del que tiene recuerdo de ver por televisión en campo barcelonista se saldó con 5-0 (93-94). Fue el de la cola de vaca de Romario a Alkorta. Mal empezaron, pero peor continuaron después las cosas. Tuvo uno que esperar seis años para ver marcar un gol a su equipo en ese campo (2-2 en la 99-00), y cuatro más para verlo ganar (1-2 en la 03-04). Casi diez años de sufrimiento y goleadas que se han convertido en un engrama cerebral. Ir al Camp Nou no es grato, ni siquiera cuando se gana porque nos hace tomar conciencia de la fugacidad del triunfo, de cualquier triunfo. Si es que el triunfo existe, pero eso es otra historia. Para algunos, para la mayoría, parece que sí, y no vamos a caer en la presunción de decir aquí lo contrario. Otra cosa es que lo pensemos.
Ha visto uno últimamente por televisión reportajes históricos que resumen los últimos años de Clásicos en el Camp Nou. A uno le gusta ver, sobre todo, las imágenes de aquellos primeros años de que tiene recuerdo, aunque su equipo hubiera perdido, más que las recientes, pese a que el resultado le fuera favorable. Cosas de la nostalgia, de la indómita nostalgia, ese velo que nos impide ver la realidad tal como fue. Quizá es que la realidad nos importa poco y nos interesa más en tanto sea moneda acuñable en recuerdo. Ver a Romario, Nadal, Stoichkov, Kodro, Ronaldo, Figo, Rivaldo, Xavi o Eto´o perforar la meta madridista tiene un punto de placer masoquístico. Es un documento de época, de una época de nuestra vida, de nuestra época. Es una magdalena de Proust con forma de balón de fútbol. En el fondo, lo que hizo Proust no es nada original, es lo que hacemos todos -aunque sea mentalmente y de forma inconsciente- a cada momento. Sólo que él lo hizo a lo bestia. La narración lírica, la única que cuenta e interesa. El que el movimiento de una red de la portería cuando la toca el balón nos abra un mundo pasado, porque cada año las redes de las porterías eran distintas, y eso lo sabe cualquier aficionado al fútbol. Ver un resumen de un Barça-Madrid jugado en mayo de 1997, por ejemplo, es ver nuestro mayo de 1997, es ver una parte de la vida de uno a través de una cerradura. Bonito regalo.
Así pues, hoy toca noche de sufrimiento. Tiene que ser así. Podría contar uno alguna anécdota acerca de lo que los nervios pueden influir en una conducta y en una naturaleza. No lo hará, no quiere parecer demasiado bicho raro. Uno, por si acaso, se ha curado en salud, pues verá el partido bien acompañado. Si gana el Madrid, bien. Si pierde, quedará el abrigo cálido de la compañía. Además dicen que va a nevar en Madrid, así que hará falta. Visto así, igual prefiere uno que pierda el Madrid, con tal de verse consolado por esas dulces manos...

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