miércoles, 24 de noviembre de 2010

ALFONSO

Alfonso nos ha dejado. Un fulminante cáncer de huesos se lo ha llevado casi sin que nos diéramos cuenta. Rebasaba los setenta, era alto, desgalichado, gastaba ojos miopes, finas gafas de montura de metal, calva bien llevada y cierto descreimiento de todo que lo hacía distante y enormemente tierno a la vez. Alfonso nos recuerda un poco a aquel don Sandalio de Unamuno, el jugador de ajedrez, del que en el pueblo sólo se sabía que iba a la taberna todas las tardes a la misma hora a jugar su partida con un amigo que después se le murió. A pesar de tan importante contratiempo, don Sandalio seguía sentándose día tras día delante del tablero, a solas, esperando pacientemente la venida de su amigo muerto, que él no sabemos si sabía si estaba muerto, hasta que el que se murió fue él.
Alfonso era siempre el último que llegaba al bar de la piscina para ver los partidos de la liga de fútbol y el primero que se iba. Jamás veía ni los primeros ni los últimos minutos, pero no fallaba nunca. Durante años, lustros, quién sabe si décadas, Alfonso se presentaba en el atestado bar, contagiando un reguero de sonrisa, de vaga esperanza, a sus contertulios de coñac -que era lo que bebía- y puro. Un servidor pudo disfrutar de los últimos años de tan deleitosa costumbre, el partido del domingo, de la compañía de Alfonso.
Durante mucho tiempo no hubo seguridad absoluta acerca de las simpatías de Alfonso por algún equipo en concreto. Últimamente nuestras laboriosas pesquisas nos han permitido saber que probablemente era del Atlético de Madrid. Su aire resignado cuando veía el partido y bebía su coñac le delataban. Era como si las malandanzas de su equipo del alma -nunca reconocido- se hubieran entreverado en esos huesos que en su final tan mal sufrieron y que tan pronto, tan rápido, se lo llevaron. En realidad, no nos importa demasiado de qué equipo era. Lo importante y por lo que le traemos a esta glosa es que Alfonso nunca faltaba a su cita vespertina o nocturna del domingo, jugase quien jugase, y veía con idéntico semblante y los mismos comentarios al Real Madrid, al Barcelona o al Athletic de Bilbao.
En realidad, a Alfonso el partido no le importaba gran cosa. Lo que le gustaba, aunque no lo pareciera, era entrar por la puerta, con aire de llevar prisa, saludar a los ancestrales compañeros de bar, entre los que se encontraba uno, su padre y alguno más que conformaba el núcleo duro de la tertulia, pedir su copa y su puro y sentarse en su silla, que siempre estaba vacía como esperándole, cruzar las piernas y mirar para la televisión. Todo un ritual, compendio de la tradición española, madrileña, castiza, que el tiempo y los años no terminan de cercenar ni, nos atreveríamos a decir, desgastar. Al revés. El partido del domingo con copa de vino o cerveza y pincho de salchicha gana adeptos en la misma medida en que España y Madrid ganan habitantes año tras año.
Ahora, con la muerte de Alfonso, el bar de la piscina ha quedado algo mustio. Cuando nos enteramos de la noticia, nos miramos unos a otros y todos pensamos lo mismo: “¿qué será del partido del domingo?” Pero el partido del domingo sigue ahí. El Real Madrid está que se sale, es líder, ayer le ganó 0-4 al Ajax y el lunes que viene -herejía- juega un partidazo contra el Barcelona. No hay nada que pueda contra esa actualidad, contra ese arrollador devenir de la pelota de fútbol, ni siquiera la muerte. Aunque sea una muerte tan dolorosa, tierna y repentina como la de Alfonso.
Viene el invierno y uno, mientras ve su partido de domingo en el bar, no puede evitar volver la cabeza y echar una mirada a la piscina. Qué imagen la de la una piscina en invierno, con sus aguas verdes reflejando la luna temprana y helada, su césped alto no cuidado trufado de hojas secas, el viento frío meciendo los árboles desnudos. Qué claudicación, qué metáfora de las estaciones, de la vida, del verano que ya no está y no sabemos si volverá para todos, del invierno, de la muerte. Una piscina en invierno es una cruel lucha contra el tiempo, puede que una imagen de la desolación, vana imagen o desconsoladora realidad que allí existía, que dijo aquel. Como lo es el bar de la piscina sin Alfonso, del que cuesta imaginar que, simplemente, ya no está. Pero quizá sea verdad aquello de que no existe la muerte, sino sólo el olvido. Ayer, Alfonso, Cristiano Ronaldo metió dos goles y va lanzado hacia el Clásico. ¿Dónde lo vas a ver?

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