martes, 27 de septiembre de 2011

LA ISLA (XI)

Sábado, 25 de septiembre
Creo que es hora de ir economizando palabras y papel. Al ritmo de escritura que llevaba, no duraría mucho. No sé cuánto, no quiero saberlo. Pienso en Dostoievski, a quien salvaron sobre la bocina cuando lo iban a ejecutar. Me enorgullece sentir lo mismo que una vez sintió aquel gran hombre. Todos, los grandes y los pequeños, estamos hechos de lo mismo y por lo mismo luchamos. Es inútil negar esta realidad que tan clara se ve en la playa de la isla Inmaculada.

Martes, 28 de septiembre
El día ha sido excelente, sin una nube. Creo que he tenido suerte con el tiempo. En tres meses, apenas un par de tormentas, una de ellas muy fuerte, eso sí. De estos últimos días sin escribir sólo podría -y debería- decir una cosa: el viento susurraba por mi alma. Estoy seguro.

Jueves, 30 de septiembre
Sol. Calor húmedo. El cuerpo en carne viva por los mosquitos. Un recuerdo me asalta: los inviernos de Madrid, su azul y su gris y la hilera de árboles esqueléticos de la Castellana, y los veranos de Pastrana, con el sol cayendo por detrás del Monte del Calvario coronado por la cruz de hierro. Y sus fiestas en la plaza de la Hora, y los calimochos que después de cenar nos tomábamos junto al Arlés, y los hombros morenos al aire de las chicas... Me queda muy poco para llorar, pero creo que en fondo soy feliz.

Viernes, 1º de octubre
Si un día escribí sobre la conciencia de la lluvia, hoy tendría que hacerlo sobre la conciencia del sol, que, más que nada, nos nubla la conciencia. O, más que nublárnosla, nos la impone.

Sábado, 2 de octubre
Una de las cosas de las que más orgulloso estoy es de haber llevado, sin posibilidad de error, la cuenta de los días. Es lo que me ha otorgado fuerzas y ánimo para seguir escribiendo aquí, para seguir viviendo mientras, paradójicamente, me iba dejando la vida, las fuerzas y los ánimos. Sé que desde su posición es difícil de comprender, pero tampoco le pido que lo haga, sólo que crea mi palabra y que no piense que nada de lo que escribo aquí pueda ser falso o exagerado, o que haya yo hecho un esfuerzo por novelar mis vivencias -que, como usted podrá haber visto si ha tenido la paciencia de llegar hasta este punto, han sido más bien pocas-, o que mi única pretensión sea la de pasar a la posteridad por este fajo de ajadas cuartillas encuadernadas que, bien lo sé, poco valen. De cualquier modo, soy consciente de que la posteridad vale de muy poco allá donde yo me encontraré dentro de escasos días, y que vale más, sin duda mucho más, la finísima textura de la playa de la isla Inmaculada o el sabor salino de mi piel que todas las posteridades del mundo. Y no digamos ya unos labios en flor, o un trayecto en tren con el sol escondiéndose como una comadreja por detrás del horizonte. El saber que hoy es sábado 2 de octubre me coloca en un contexto vital, del que jamás he llegado a salir durante todo este tiempo como náufrago. Y, si aguanto un poco más, y ya llegado hasta aquí estoy casi obligado a ello, me marcharé sin haberme despegado del mundo, del mundo en que usted y papá y mamá y Nuria e Inma viven y seguirán viviendo. Sí, hoy es sábado 2 de octubre, ayer fue viernes 1 -un día que ya por derecho propio me pertenece y que nadie, excepto la mala sombra de que nadie lea esto que escribo, podrá arrebatarme- y mañana será domingo 3, y no sabe cómo me alegra ser consciente de ello, y pensar que, por allá, quizá haya llegado ya la primera borrasca otoñal. En fin, tampoco es cuestión de insistir más sobre ello.

Domingo, 3 de octubre
EL PRIMER JERSEY
Estamos ya en octubre, y probablemente Inma se haya puesto ya el primer jersey tras los largos meses de verano. ¡El primer jersey! ¿Se da usted cuenta? ¿Se ha puesto usted a pensar alguna vez sobre el inmenso encanto que tiene el primer jersey de la temporada? Mis amigos suelen decir que cuando más guapas están las mujeres es en verano, y es comprensible que lo piensen -yo a veces también caigo en la tentación de pensarlo-, pero yo creo que no es así. Cuando más guapas están es cuando se ponen el primer jersey y el pelo suelto les cae por la espalda y cruzan los brazos cuando tienen un poco de frío y tienen la mirada vagamente triste porque el verano se fue y, si uno tiene suerte, acuden a él como un gato que ronronea para que les dé un calor y un cariño que en realidad los necesita uno mucho más que ellas. Y sentir el roce del primer jersey, que huele a ella más que su propia piel y nos otorga su sabor casi con la misma fidelidad con que lo hacen sus labios, es quizá el mejor momento del año, por encima de un aumento de sueldo o haber aprobado un examen importante o comprarse un Audi TT (por ejemplo) o ser elegido director de sucursal o cualquiera de esas memeces. El primer jersey, tejido adensado de las nuevas nubes, es lo único que vale y de lo único que me acuerdo aquí en la isla.

Jueves, 7 de octubre
Diez kilómetros cuadrados de tierra -no más tendrá la isla Inmaculada- le son suficientes al hombre para tener todo lo que necesita, y aún más. Y -¿me atreveré a decirlo?- casi para ser feliz.

Sábado, 9 de octubre
Ahora sí que me voy deshaciendo. Esto se acaba, ¡blanco! -¿se acuerda de aquel primer día?-, el blanco expira, y yo con él.

Jueves, 14 de octubre
Sin escribir, como usted podrá ver. Han sido los cinco días más insoportables desde que estoy en la isla. Por momentos creí morir sin terminar este cuaderno, y el simple hecho de anotar la fecha de hoy me infunde fuerzas renovadas para continuar, si pudiera, dos, tres, cuatro meses más, un año, dos años, tres... ¡Desperdicié demasiado papel! Y ya no hay vuelta de hoja, y nunca mejor dicho.

Lunes, 18 de octubre
Llovió todo el día. Pensé mucho en todos. Empiezo a sentir nostalgia de esta isla.

Viernes, 22 de octubre
Llevo dos días sin comer. No tengo ni fuerzas, ni ganas, ni hambre siquiera.

Lunes, 25 de octubre
Encontré al fondo de la cueva, en un rincón, la lata de foie-gras que logré rescatar junto a este cuaderno, ¿se acuerda? El latón estaba medio oxidado, pero al abrirla me di cuenta de que el paté estaba en perfectas condiciones. Y me lo comí con el dedo, con lentitud y delectación, como si de un ritual por mi propia carne se tratara, saboreando esa grasa que en seguida empezó a formar parte de mí, y me noté engordar apenas un segundo después de haberlo tragado. ¡Lástima que todo acabe ahora, lástima!

Martes, 26 de octubre
Vi un avión, pero ni siquiera grité ni me levanté para que me vieran.

Miércoles, 27 de octubre
Tal día como hoy de hace dos años oficialicé mi enamoramiento. Fue observándola de espaldas, mientras se preparaba un café en la oficina. Llevaba unos vaqueros azul marino muy ceñidos y una rebeca marrón que le quedaba grande, muy grande, tanto que las mangas le cubrían las manos. Y, a pesar de que evidentemente la rebeca no era de su talla, juraría que era exactamente de su talla. La cabellera rubia le caía indolente por la espalda, casi hasta las lumbares, y demoró tanto la preparación de la bebida, lo hizo con tanto cuidado, cariño y comprensión de todo, que de repente fui consciente de que estaba totalmente loco por ella. Luego dio el primer trago, se dio la vuelta hacia donde estaba yo, me miró sonriendo y me dijo: “¿qué miras?”. Yo, claro, no pude responder nada. Absolutamente nada.

Jueves, 28 de octubre
“¿Qué miras?” dijo el mar, con su paisaje de franjas verdes en la costa y azules rayando el horizonte. “Pues miro -le respondí yo- nada más que a ti, miro un sol rojo y cobarde escondiéndose en tu regazo, miro la tranquilidad del aire húmedo y violeta, miro los restos del avión, junto a las rocas, miro las tumbas de mis compañeros caídos, con sus cruces de palo, miro los pájaros recortando sus sombras en el tapiz muriente del cielo, miro la arena, miro la espuma tibia y susurrante que tú depositas en la playa para que me acaricie los pies”.

Viernes, 29 de octubre
Apenas comí una lagartija y bebí un cuenco de agua. Me siento paralizado, como si de repente las fuerzas me hubieran abandonado. Avance hasta el final de este cuaderno -no tardará mucho-, y comprenderá por qué.

Sábado, 30 de octubre
La vena de la tinta del bolígrafo está casi vacía de su sangre azul. Las muertes corren paralelas, siempre.

Viernes, 30 de octubre
Ayer el atardecer fue sospechosamente gris. Si todo va como presiento, hoy será más claro, y mañana más, y pasado más aún, y… Me siento desfallecer. Llevo cuatro días sin moverme de la entrada de la cueva, cuatro días sin ver más paisaje que el de la explanada de la cima de la isla, en cuyo centro yacen los restos agonizantes de la última pira de humo blanco. Tengo que apretar condenadamente el bolígrafo para poder decir lo que estoy diciendo y lo que de ningún modo puedo dejar de decir.

Domingo, 31 de octubre
Tengo fiebre. Escribir me cuesta un esfuerzo sobrehumano. El bolígrafo se me escapa de las manos como una culebrilla. Calambres en los músculos de los antebrazos. Hace frío -el frío está en mi cuerpo- y tengo ganas de vomitar, aun sin haber comido nada en días. Como presentía, ayer el atardecer fue tenebrosamente blanco…

No hay comentarios:

Publicar un comentario