viernes, 18 de febrero de 2011

LUZ DE VÍSPERAS


(Artículo publicado en Zona Dos Tres el 22 de enero de 2011)

Vaya por delante que esta no será una previa al uso, cargada de datos estadísticos, declaraciones de entrenadores y jugadores, parte de altas y bajas y precedentes históricos. Si el lector tiene interés en tales cuestiones, le remitimos a la página web de la ACB, donde tendrá cumplida y completísima información sobre todo ello. Lo que nosotros queremos hacer con el Real Madrid-Asefa Estudiantes que se juega esta tarde (18:00, Teledeporte) en la Caja Mágica es otra cosa: mostrar el significado de lo que es la previa más que hacer una previa en sí. Pulsar el calor palpitante de un evento, de todo un derbi, en el que las calidades de las plantillas y presupuestos sí valen -como siempre- pero en el que, afortunadamente, el factor emocional tiene una mayor cuota de protagonismo que habitualmente.
Quien haya estado en un pabellón para ver un partido importante lo sabe perfectamente. Los jugadores aparecen en la pista para calentar, van haciendo ejercicios de intensidad progresiva con el fin de ponerse a punto, y, mientras, la grada va tomando cuerpo, color y casi diríamos que olor. La música, si está bien elegida, llena el recinto de una vaga destilación trascendente y que va aumentando puntos según queda menos para el comienzo del partido. Los rostros de los jugadores están más serios que de costumbre. Hacen una rueda, dos, tres. Alguno intercambia una mirada fugaz con un rival. Todo va tomando velocidad. De pronto, unos seis minutos antes de que se lance el balón al aire, habla el locutor. Saluda a los circunstantes, presenta el evento y a los contendientes con número, nombres y apellidos mientras el público silba o aplaude. Hecho esto, protocolo decisivo para que el público entre definitivamente en calor, las luces cambian de tono y se vuelven apocalípticas. Nada de lo que ocurrirá después del partido importa; el partido es para todos una frontera, y nadie -ni jugadores ni entrenadores ni cuerpos técnicos ni público- piensa en el después, sino en lo que está a punto de pasar, de pasarle. Es el momento mágico. Una última rueda de calentamiento, la más rápida de todas, la música que enloquece y el árbitro que pita elevando al aire tres dedos, tres minutos. La grada está casi llena -¡pobre del que se ha perdido los prolegómenos porque ha llegado tarde o porque, en su ignorancia, cree que sólo importa el partido!-. A un minuto del inicio, el árbitro -un dedo al aire- vuelve a pitar, y los jugadores se dirigen al banquillo con paso diríamos que vacilante. Miran para el suelo y resoplan. Los titulares se quitan el chándal y quedan, al fin, con la ropa de juego. La música se apaga, sólo se oye el crepitante rumor de la grada. Los protagonistas saltan al ruedo mientras se meten la camiseta por dentro del pantalón y estrechan la mano a árbitros y rivales. Primeros cánticos de apoyo desde uno de los fondos, primeros acordes de palmas. Los dos pívots rivales, los más altos de cada equipo, se enfrentan en el círculo central. El árbitro echa el balón al aire. Y se acabó, porque empieza; empieza, porque acaba…
Tiene uno para sí que la víspera, los prolegómenos, el momento de la anticipación, es para el ser humano el estado más puro y primitivo, en el que se resumen y aglomeran todas sus ilusiones. La ilusión, ese motor del hombre que, a la vez, es todo un evento dramático por su indefectible fugacidad, tiene en la víspera su más clara manifestación. La víspera, en suma, no es otra cosa que ilusión en su más alto rango. Podríamos definir a la víspera como un estado casi perfecto del hombre en el cual aún no se ha conseguido lo deseado pero se ve tan cerca que, efectivamente, parece ya de uno aún no siendo todavía de nadie o, si se quiere, siendo de todos. La víspera, en otras palabras, es una perfecta mezcla entre imaginación, deseo y realidad, esa tríada casi imposible de conciliar en la vida humana.
Todo es víspera de todo, pero hay veces en que tomamos conciencia de la víspera en tanto el acontecimiento que tenemos por delante nos ilusiona especialmente. Nos pasa antes de un examen importante y, sobre todo, con la primera cita con la persona que nos gusta. Y nos pasa, por supuesto, en la expectación de un buen partido de baloncesto, sobre todo si es decisivo o, como el de esta tarde, tiene una carga de rivalidad, una historia.
Lo mejor del amor puede que sea la víspera, más que su mero discurso. Lo importante viene luego, es verdad. Como en el baloncesto. La víspera es lo más bonito, pero sin partido no hay víspera de nada, igual que sin contacto entre los dos seres amados no puede haber ocasión de amor. Amamos el baloncesto, que es la vida. Sin amor, no hay baloncesto, no hay vida, no hay nada. Todo es lo mismo.
Bien. La invicta Caja Mágica; Messina y Casimiro; Suárez, Sergio Rodríguez, Felipe Reyes y Pancho Jasen, Albert Oliver y Germán Gabriel; Llull y Caner-Medley; Tucker y Ellis; Mirotic y Clark; Martín, Murgui y Soto; los Bersekers y la Demencia… todos esperan.

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