jueves, 8 de diciembre de 2011

LA LEY DE HUBBLE


Son las once y media de la mañana, y falta una hora para que empiece el partido. Escribo estas líneas en el Palacio de los Deportes, todavía vacío, en una mañana triste que tiene algo de resignada felicidad, como de borrón y cuenta nueva sabiendo que no llevará a nada.

Yo no sé si tiene sentido escribir aquí sobre estas cosas, pero tampoco sé si lo tiene callárselo, y por otra parte uno siente la necesidad de plasmarlo en alguna parte, no para que no se olvide, sino precisamente para todo lo contrario, para purgarse uno, para ver si de la cabeza y a través de la mano derecha pasa al papel y ahí -aquí, exactamente donde uno está mirando, donde está escribiendo, donde está leyendo- se queda para siempre.

La verdad es que el día de ayer, sábado, empezó luminoso, trufado de buenos propósitos y presidido por el buen humor y la energía de vivir, y acabó como el rosario de la aurora, pero así es la vida.

Me sorprendo a mí mismo escribiendo párrafos cortos y poco elaborados, todo lo contrario a lo que es mi estilo habitual, pero hay veces en que uno no está ni para escribir ni para nada -sintiendo paradojalmente una irreprimible necesidad de emborronar papel-, y prefiere deshacerse de veleidades literarias y decir las cosas un poco a uña de caballo, sin rodeos, lo más alejado posible de cualquier lirismo y pretenciosidad, precisamente para que quede puramente literario.

Ayer ocurrieron dos cosas, la primera en el trabajo, un incidente con un cliente en el que fui culpable, y, después, la probable culminación sin posible retorno de un largo desencuentro.

No quiero entrar en detalles, y procuraré darle a ambos sucesos un tono de aserto, de algo general, saltándome el proceso, los recovecos, y pasando directamente a la conclusión final, por si alguien puede adaptarlo a su vida.

Respecto a lo primero, nada más diré una cosa: los daños jamás se reparan, y tiene algo de absurdo intentar demostrar el arrepentimiento de forma muy exagerada, y cuando más exagerada sea, es probable que menos nos creerá el agraviado.

En cuanto a lo segundo: él tiene las ideas más claras y por tanto las sabe expresar mejor. Por otra parte, su tesis, más simple, más rotunda, más comúnmente aceptada, es poco proclive a las contradicciones y la confusión. La mía, como contradictoria y confusa que es, no puede ser razonada de forma convincente, y menos para alguien que no cree en ella en absoluto. No sé si estaré equivocado, pero en caso de estarlo uno quiere seguir en su equivocación, porque quizá no sabe hacer otra cosa en esta vida que equivocarse y cada cual debe dedicarse a lo suyo. ¿Qué es la literatura sino una inmensa equivocación con el objeto de que unos pocos nos encontremos?

Pero, sobre todo, jamás debí decirle aquello. Es increíble la resonancia, el horrible eco, que le producen a uno dentro de la cabeza ciertas frases que uno mismo dijo. No, los daños jamás se reparan.

***

Algunas amistades se corren al rojo. Repasemos lo que nos dice la ley de Hubble, porque me parece que viene muy al caso. A saber, a grandes rasgos y sin meternos en jergas astrofísicas y cosmológicas: que el universo se está expandiendo, que las galaxias se están alejando de nosotros a una velocidad cada vez mayor y que cuanto más lejos están más rápidamente se alejan. ¿No es esto exactamente lo que ocurre con las amistades quebradas? ¿No estaría pensando Hubble en un ex amigo cuando formuló su teoría? Pero aún hay más preguntas: ¿qué habrá después? ¿Alejamiento perpetuo hasta llegar a un universo extremadamente frío y oscuro? ¿O por el contrario en algún momento se iniciará la contracción y todo volverá a su lugar, a colapsarse en un punto de densidad infinita y volumen cero? Uno, cada vez que ha leído en libros de divulgación estos dos posibles destinos del cosmos, siempre, sin saber por qué, sin atesorar cualquier conocimiento mínimo, se ha inclinado por el primero. El segundo le parece a uno una convención de los científicos para ofrecer al gran público la otra cara de la moneda, sabiendo perfectamente como saben que no será así, que todo avanza inexorablemente hacia la cuasi desaparición. No es pesimismo, no, bien lo sé. Es simplemente un acomodarse a lo que es, una intuición fatal y, a la vez, perfectamente indiferente.

***

Qué cantidad de excelentes títulos para una novela nos depara la ciencia: Principio de incertidumbre, El efecto Doppler -que ya existe, es de Jesús Ferrero, y es excelente-, Horizonte de sucesos, Corrimiento al rojo, Radiación de fondo, Los años luz, La materia oscura, La energía oscura. Y muchos más que ahora mismo se me olvidan o que podrían ocurrírseme. ¿Quién, al ver en la librería la portada de alguna de esas novelas, podría resistirse a comprarla? Le entran a uno ganas de dejar estas manoseadas y vulgares cuartillas cibernéticas, abrir un documento nuevo de Word y ponerse a escribir de un tirón una novela que se adaptara a alguno de esos títulos, y no que el título se adaptara a la novela, como suele ocurrir.

***

“No sé cómo la vida le impulsa a uno a tener ciertas cosas, y cuando las tiene, empieza a sentir una nostalgia de cuando no las tenía” (Trapiello).

No hay comentarios:

Publicar un comentario