De momento voy cumpliendo. Es el tercer día consecutivo en que me siento delante del ordenador para escribir lo que he soñado. Veremos a ver lo que dura, pero de momento me encuentro con ganas de continuar este diario de sueños que, si bien no es una idea demasiado original, es una manera no sólo de obligarme a escribir, sino también de hacer algo que seguramente no haría de no mediar este blog. De vez en cuando apunto algún sueño en mi diario personal, pero sólo si el sueño ha sido muy agradable. De las pesadillas, no demasiado frecuentes, y los sueños mediocres o que aparentemente no tienen mucho contenido, no doy cuenta, lo cual no deja de ser un error.
Me he dado cuenta de que los sueños que recuerdo suelen darse en el lapso de tiempo que transcurre entre la primera alarma y cuando me levanto, que suele ser de una hora. De los que he tenido anteriormente, si es que he tenido alguno, que yo creo que sí, no recuerdo absolutamente nada. Quizá si después de esa primera alarma no volviera a dormir podría acordarme, pero se ve que los sueños que vienen después, los que sí han quedado en mi memoria, borran los que haya podido tener antes.
El de hoy ha sido extraño, difuso y aparentemente sin demasiada coherencia. Se compone de distintas imágenes, como fotografías, sin demasiada conexión entre sí, por lo que será difícil plasmarlo por escrito. Antes de ir con ello creo que es necesario poner al lector un poco en situación. Esto de contar los sueños, además de ser interesante para mí por el mero placer que me produce hacerlo, es una excelente excusa para dar cuenta, más o menos indirectamente, de algunos episodios personales de mi vida, que al fin y al cabo es para lo que inauguré este blog hace ya casi un año. De la evidente relación entre sueños y realidad no voy a hablar, es por todos conocida y nada novedoso ni mínimamente ingenioso podría yo añadir. Me limito a narrarlos con la mayor fidelidad que me sea posible y diariamente, cometido más arduo de lo que pueda parecer a simple vista.
El sueño de hoy tiene que ver con mi ex pareja, con la que pasé casi siete años, a quien envío mi más profundo agradecimiento y de la que no puedo tener nada más que buenas palabras. Sin riesgo a equivocarme, creo que es, y así se lo dije el día que nos despedimos hace ya casi dos años, la mejor persona que he conocido en mi vida. Ni una falta le pondría: era inteligente, sincera, trabajadora, estudiosa, simpática, bondadosa con quien lo merecía y con los suyos y hostil y de armas tomar con quien le hacía daño a ella o a los de su entorno cercano. Era cariñosa en extremo, atenta y nada posesiva. Nunca me vi constreñido en mi vida privada, nunca coartó mi libertad más de lo estrictamente necesario—ni yo la suya, que nunca pensé que por ser novios fuéramos una unidad estanca e indivisible—, que no es lo que suele ocurrir con la mayoría de parejas, que confunden el amor con la posesión malsana. Y por si todas estas virtudes que la adornaban fueran pocas, además era guapa y estaba buena. Aquello acabó, por estas cosas de la vida que a veces pasan, y con frecuencia, recordándola, me digo que seguramente jamás encuentre a una mujer que atesore ni la mitad de lo que atesoraba ella. Tampoco lo espero, porque soy consciente de que puso el listón altísimo, inalcanzable, y esperar encontrar a otra como ella no sólo es ridículo, porque cada uno es como es y Alicia —aunque no sea éste su nombre verdadero— sólo hubo, hay, una, sino que además es cargar de inmerecida presión a toda mujer que pueda conocer en un futuro.
Solía yo ir con relativa frecuencia a su casa, donde, como es natural, estaban sus padres y sus dos hermanos, un varón y una hembra, gente trabajadora y franca, de la que tampoco tengo queja de ningún tipo. Confieso que aquellas visitas eran aburridas y a veces embarazosas, y en ésto la costumbre no llegó a actuar de suavizante. Tan embarazosas fueron las primeras visitas como las últimas, sin que pueda explicar muy bien por qué. Ellos, creo, me apreciaban, y yo los apreciaba a ellos, pero en cuanto entraba por la puerta estaba deseando salir a la calle con Alicia a dar una vuelta.
La hermana, a quien llamaremos Marga, persona culta y muy leída, tres o cuatro años mayor que yo, tenía, y no la escondía, una ideología de derechas, y yo por aquel entonces estaba aborregado por este izquierdismo de tan mal gusto que hoy impera. Muchas veces discutíamos de política, sin llegar jamás la sangre al río. Hoy en día suscribiría pocas de las opiniones que vertí entonces, entre otras cosas porque ni yo mismo las sentía como mías.
Hecha esta somera introducción, vayamos con el sueño:
Estoy delante de un ordenador, leyendo un correo que me ha enviado Alicia. Soy consciente de que es mi ex, ya no estamos juntos, y desde que lo dejamos, dos años atrás, no la he vuelto a ver. Creo que estoy en mi casa, pero cuando alzo la vista me doy cuenta de que estoy en la suya, que no es como en la realidad. Veo la sombra y escucho la voz de un señor mayor, que puede ser su padre. Intento esconderme. Sin embargo, cuando vuelvo a mirar el ordenador, vuelvo a estar en mi casa, que tampoco es la real. El correo tiene un tono de reproche, que me hace entristecer, y sólo recuerdo una frase: "no traigas la bandera de Cataluña, que es inconstitucional". Recuerdo perfectamente la palabra inconstitucional. Me pongo a pensar: la bandera de Cataluña no es inconstitucional, la que es inconstitucional es la independentista, la que tiene la estrella blanca a la izquierda, dentro de un triángulo azul. Pero la bandera de Cataluña, la que sólo tiene franjas amarillas y rojas, no es inconstitucional. Pienso en que seguramente Marga le haya sugerido que me lo dijera. Me siento muy indignado, y respondo.
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