Por qué te olvidas, y por qué te alejas
del instante que hiere con su lanza.
Por qué te ciñes de despesperanza
si eres muy joven, y las cosas viejas.
del instante que hiere con su lanza.
Por qué te ciñes de despesperanza
si eres muy joven, y las cosas viejas.
JOSÉ HIERRO
"Cometen un error enorme los que desprecian esos breves amores de una mirada, amores de instante, creyendo que el único amor, el que ellos creen verdadero, sólo se encuentra en el lento transcurrir de los años, en las relaciones largas, en el matrimonio, en pasar una vida entera al lado de otra persona. No niego que ésto sea también amor, en absoluto. Pero no es el único, ni seguramente sea el más puro. ¿Amor verdadero? ¿Quién dice eso? ¿Quién tiene la potestad de decir que un tipo de amor es el verdadero y el otro es el falso? El breve, arrebatado amor que nace y muere bajo las trémulas y solitarias luces de una biblioteca, en un café de domingo, en un vagón de Metro, en una calleja dormida, en la barra dorada de un bar decadente, lleva en sí la esencia de lo que es el amor. No se puede menospreciar a estos amores, digo, que no son lo mismo que el amor a primera vista. El amor a primera vista tiene, según la concepción que se le ha dado, visos de futuro. Es el comienzo de algo. El amor de instante, del que nos ocupamos, nace, vive y muere en un cortísimo espacio de tiempo. Empieza y termina en sí mismo. Es un único haz de luz. Es completamente inútil. Pero, ¿es que las cosas más bellas no son precisamente las inútiles? El amor de instante puede que sea el primero que se dio en el Hombre a lo largo de su evolución, y es una deliciosa herencia que la Naturaleza, a la que es difícil rebatir, nos ha legado. Estos amores de instante no son susceptibles de ser continuados en el tiempo. El que lo intenta, se equivoca, y además comete un delito estético. ¿Para qué intentar conocer a esa chica que nos mira incesantemente durante un trayecto de tren? ¿No será mejor que su mirada quede ahí, insertada en nuestro cerebro para siempre, como un engrama? No debemos sacar a esa muchacha del pedestal casi mitológico en que la hemos colocado después de que sus ojos atlánticos nos atravesaran el corazón. ¿Y si después nos decepciona? ¿Quién quiere que se le caiga un mito? Lo mismo sucede al contrario. No queremos ser un ángel caído para ella. O, mejor aún, ¿quién quiere ver confirmadas e incluso superadas las expectativas que nos hemos hecho de ella? ¿Dónde quedaría el misterio? Es natural tener la tentación, la curiosidad, el pensamiento, de acercarse a la muchacha y penetrar en su alma. Pero en su alma hemos penetrado ya, tanto como ella en la nuestra, no es necesario más. Dejemos que se marche, sonriémosla por primera y última vez y bajémonos del vagón. Esos ojos nos han alegrado el día, nos han alegrado la existencia. ¿Para qué más?"