"Ayer por la noche, antes de acostarme, releí, cinco años después, la sublime escena de La piel de zapa en que Rafal de Valentín y Pauline despiertan después de una noche de pasión. Qué escena más bella, porque a las voluptuosidades físicas del amor –o, más exactamente, de la resaca del amor- se añade un fondo trágico que proviene del amor mismo, y que en la novela se manifiesta en la enfermedad de Valentín y en esa indestructible piel de zapa, que se encoje a la vez que encoje la vida de su poseedor.
Esa escena, ¿no es resumen fatal de lo que es el amor en la realidad? Aunque decir amor en la realidad es una redundancia, porque el amor es la realidad. De amor estamos hechos y amor somos, y a base de amor y no otra cosa es como nos unimos al mundo.
Es posible que mi pretensión en la vida sea despertar en un lecho dorado por la primera luz del sol de la mañana junto a un ser que considere no mi espejo, que eso es narcisista, sino precisamente todo lo contrario, lo que no soy y de ninguna manera puedo ser, pero me gustaría ser algún día, algún siglo, alguna vida futura.
Rafael de Valentín morirá poco después de aquel despertar efímero y delicioso. Ya entonces sabía que iba a morir pronto, ya entonces sabía que era un muerto en vida, y que lo que estaba viviendo, ese regalo de la vida de abrir los ojos junto a Pauline, tenía más trazas de sueño que de realidad, con ser esa realidad bien caliente, bien intensa, bien digna de ser realidad soñada o sueño real, que viene a ser lo mismo.
Lo bueno, y no lo malo, de tener la fortuna de vivir un momento tan sublime, es que acaba pronto. Eternizarlo supondría encanallarlo, extraerle toda su esencia, hacerlo odioso y, por tanto, querer terminarlo lo antes posible. Y no, yo no quiero tener que querer que un momento así acabe, porque supondría la cruenta desmembración de lo mejor de mi ser.
Hace dos días se cumplieron cinco años de un día clave en mi vida. Fue el 5 de febrero de 2007 y, recién llegado a casa de una larga jornada de estudio, sentí la necesidad de comprar un libro. Se trataba de El antiguo Madrid, de Mesonero Romanos, y detrás de ese deseo lector latía lo que late en el corazón de Rafael de Valentín al despertar junto a Pauline en su lecho dorado por los rayos del sol. Exactamente lo mismo, y lo que sigue latiendo hoy en día, y lo que late en todos los escritores y en todos los grandes personajes de la literatura, ya se trate del propio Rafael Valentín, Gabriel Araceli, Pierre Bezujov, Lucien de Rubempré, Don Quijote, Martín Marco, Nejludov, Pascual Duarte, el doctor Pasavento, Demian, Fortunata, David Copperfield, Manuel Alcázar y un largo etcétera.
Aquel día, sí, empezó una etapa que se alarga hasta hoy y que tiene visos de alargarse aún más, no se sabe hasta cuándo. El día en que la literatura y un ansia inconcreta de Madrid y todo lo que ello significa me picó en el pecho y decidí que había algo más allá por lo que luchar y soñar, algo más allá de aquellos apuntes absurdos que me embutía en el cerebro, sin provecho, sin placer, sin entenderlos ni querer llegar a entenderlos. Seguramente, ellos tampoco me entendían a mí.
Fue el día en que decidí hacer de Madrid el escenario no de mi vida real y práctica, sino de mis sueños. Lo que ocurre es que en aquel momento yo pensaba que quería todo lo contrario: hacer en Madrid mi vida real, práctica, a partir de mis sueños. Aún hoy me resulta difícil discernir."
Ilustración de La piel de zapa, por Adrien Moreau (1897).
Ilustración de La piel de zapa, por Adrien Moreau (1897).
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