Creo que debo una explicación. He mirado la última fecha de publicación en este blog, y me he espantado: 27 de diciembre. Dos semanas sin publicar cuando tenía la costumbre de hacerlo al menos tres veces a la semana. Eso no es lo peor, pues aquella entrada fue escrita mucho antes de ese día. Por lo tanto, es perfectamente posible que lleve un mes sin escribir para el blog. ¿He dejado de escribir? No, no he dejado de escribir. He seguido escribiendo todos los días, fines de semana y festivos incluidos, por la mañana, como hago ahora, y por la noche, para cerrar el día.
Me apetecía darme el gusto de escribir sin intención de publicar, como hacía antes, sentir un pequeño pudor sólo de pensar que alguien puede leer lo que escribo. Así es que he empezado a escribir un diario íntimo, alejado de literaturas forzadas y pretenciosidades, como me parece que alguna vez he hecho aquí. De momento me siento cómodo, siento que es mi diario, el verdadero, igual que para Tolstói era el verdadero el que llevaba siempre consigo guardado en la caña de la bota, y no los otros dos que escribía: uno, que estaba pensado para que lo leyera su mujer y otro supuestamente confidencial que sabía que también leía su mujer. El tercero, el de la bota, era el auténtico diario, el reducto del alma del escritor ruso.
Dice Sánchez-Dragó que es conveniente que todos nos reservemos un espacio íntimo en el que nadie, absolutamente nadie, pueda entrar. No sé si se refiere a un diario, pero me parece un consejo para el que un diario encaja a la perfección.
Pero que nadie se llame a engaño: el lector es la parte esencial de todo lo que se escribe, y nadie escribe nada sin la secreta esperanza de que alguien lo lea alguna vez, aunque solamente sea uno mismo proyectado en el futuro, y en el futuro, como sabemos, seremos personas muy distintas a la que somos ahora. Yo no quiero publicar lo que con tozuda aplicación voy escribiendo, pero soy consciente de que en un futuro más o menos lejano algo de lo que deje en esas páginas saldrá a la luz de muy diversas maneras: mediante la transcripción en este mismo blog, la síntesis, exégesis o ampliación de ideas bajo otro formato -artículos, relatos, diarios transformados o relaborados- o la confesión personal. Lo que se escribe en los diarios nunca es secreto, y desde luego nunca es íntimo. ¿Qué es lo íntimo en realidad? ¿No serán intimidad y literatura -o, más exactamente, escritura- términos completamente opuestos y excluyentes el uno del otro?
“Acaso si uno no fuese una persona insatisfecha e insegura, si viajase a menudo, si en las estaciones de tren estuviese esperándonos alguien, no sé, si el camarero del bar le llamara a uno por su nombre, si supiéramos contestar las preguntas que nos formulan los hijos o si nos telefonease de vez en cuando la autoridad competente, entonces es probable que uno no llevase un diario”. Ayer estuve buena parte del día buscando esta cita de Trapiello, de su libro El escritor de diarios, que saqué prestado de la biblioteca. Es un fragmento que me reconforta, más aún ahora, que he empezado hace poco un diario. Es de lo poco que me reconforta de ese libro, pues aunque es excelente, me infunde un desasosiego y una gran lástima por mí mismo. Ya me ocurrió la primera vez que lo leí, hace dos años -entonces fue la causa principal de que dejase de escribir el diario que llevaba en aquel tiempo- y me volvió a ocurrir ayer releyendo algunas páginas. Leyéndolo, parece que todos los escritores de diarios de la historia -y, por lo tanto, yo mismo- son gentes execrables, ególatras, vanidosas, literariamente incompetentes e incapaces para la vida. Sé que no fue la intención de Trapiello -un diarista, por otro lado-, a quien admiro profundamente, pero es la sensación que me deja. Quizá sea porque en efecto escribir un diario, como ahora mismo estoy haciendo, es un signo de descontento de fondo, que va más allá de tristezas pasajeras o malas rachas.
Leo esa cita y, a pesar de que no ansío casi nada de lo que ahí se dice -a excepción de lo de las estaciones de tren- por el simple hecho de que nada de ello entra dentro de mi círculo vital o de que a día de hoy me conformo con muchísimo menos, me siento reflejado. Y me conmuevo. Pensándolo un poco, lo que dice ahí Trapiello da lo mismo. Escribió eso como pudo haber escrito otras circunstancias agradables. Lo que importa es resaltar que el escritor de diarios querría llevar otra vida que la que lleva, o que la vida fuese de otra forma y así su vida misma sería también de otra forma.
La relectura del libro me ha hecho reflexionar de nuevo sobre lo que quiero que sea mi diario, la dirección que debe tomar y los errores en que de ningún modo debo caer. No ha sido una tarde agradable, más bien ha estado presidida por la tristeza, no sé tampoco muy bien por qué. El libro ha influido, pero también estaba el recuerdo de L. y, sobre todo, lo de siempre: la conciencia de mis veintinueve años y el estado en que se encuentra mi vida. Una vida que debería estar ya hecha o en trance de hacerse, con las calderas a máximo rendimiento, pero de la que ni siquiera se ha encendido el fuego ni se ha cazado el animal del que va a ser la carne.
Pensaba que el fin de las Navidades iba a traer días de sosiego, y resulta que las echo un poco de menos por lo que tenían de rutina disfrazada. En ciertas fechas festivas es divertido hacer lo de siempre, mientras que ahora, al hacer lo de siempre de forma obligatoria, se siente uno perezoso para la alegría.
Claro, si a uno le editasen libros como a Trapiello, si tuviera hijos que le formularan preguntas, si tuviera una casa en Las Viñas a la que ir en verano y Navidades con la familia, si tuviera una esposa a quien querer, si pisase más estaciones de tren aunque nadie estuviera para recibirnos y si uno no fuese una persona insatisfecha e insegura, entonces es probable que uno no llevase un diario.
Pero no sé a qué viene esto, es injusto, Trapiello no lo merece. He leído muchos libros suyos y puedo decir que es un alma parecida a la mía, así que no sé por qué este ataque. Es más, mi cabeza está conformada en una fracción importante por ideas y estéticas suyas, siendo como es uno de mis escritores favoritos. Todo es culpa mía, escribo ese diario por mi culpa y sólo por mi culpa. Comparto al pie de la letra lo que dice, incluido lo del camarero del bar y las llamadas telefónicas de las autoridades. No imagino a Cristiano Ronaldo escribiendo un diario, ni a Cela, ni a Shakira, ni siquiera a la inmensa mayoría de las personas que conozco y que no son ni famosos, ni millonarios ni escritores.
Ayer intenté escribir algo para El pan y la leña, que tengo abandonado, precisamente otra explicación de por qué llevo dos semanas sin publicar y casi un mes sin escribir para él. No lo he terminado, y no sé si lo terminaré. Tampoco debe uno ir dando explicaciones de por qué no escribe, aunque la tentación es grande, sólo sea para decir que aunque no publique sigue uno escribiendo. Sigue uno escribiendo su diario, otro diario distinto a El pan y la leña.
Se trata también de desaperecer, como intentó aquel fascinante doctor Pasavento de Vila-Matas, que llega a decir que “nada envanece tanto como sentirse completamente olvidado”. Sí, produce cierta envidia todo aquel que logra desaparecer de repente, que de un día a otro se convierte en un copo de humo dejándonos no más que su recuerdo desvaído, unas cuantas frases, una manera de andar, la forma de su nariz. Aunque pasáramos mucho tiempo juntos, después, al día siguiente de no volver a verle, no quedan en nuestra memoria más que esos parcos atributos. ¿Dónde estará? ¿Qué será de él? ¿Por qué nos dejó, si nosotros pensábamos que nos apreciaba igual que nosotros le apreciábamos? ¿Llevará una vida mejor o será un perfecto desgraciado? Y así, infinitas preguntas, que en su lejanía y densa ausencia hacen al desaparecido más presente que cuando estaba a nuestro lado.
Pero esto no es más que un espejismo, una farsa. El olvido tiene los pies rápidos y cuando menos nos damos cuenta, ya está sobre nosotros. No me apetece escribir para publicar, al menos no para publicar inmediatamente como solía hacer en este blog. No me apetece escribir nada más que estas líneas desmayadas que en el fondo -y quizá también en la forma- son absurdas, pues no tiene uno por qué ir dando explicaciones de por qué no escribe, aunque la tentación es grande, sólo sea para decir que aunque no publique sigue uno escribiendo. Sigue uno escribiendo su diario.
¿Por qué, para qué escribir un diario? Uno cree sinceramente que escribir un diario es perseguir un fantasma. ¿Qué buscamos? ¿Por qué lo hacemos? ¿Qué esperamos encontrar? ¿Hay realmente algo verdadero en esas páginas o todo es una pura farsa?
Antes de empezar su redacción, escribí unas líneas a modo de prólogo que intentan explicar las razones y sitúan al diario en un ecosistema emocional. Son las siguientes:
«Ha sido así, de repente, mientras venía a la biblioteca. Iba a cruzar el paso de cebra de Betanzos y me he dicho: “hoy voy a empezar un nuevo diario”. Una tentativa más de las muchas que he llevado a cabo a lo largo de mi vida. Pero, supongo que como las otras veces, quiero que esta vez sea la definitiva, quiero conseguir el diario auténtico, despojado de literaturas, insinceridades e ínfulas de escritor, aun siendo el diario de un pretenso escritor. Creo que sería interesante apuntar a modo de prólogo las razones que me llevan a empezar un nuevo diario. Me gustaría pensar que lo escribiré sin la intención de publicarlo en el blog, pero me temo que ya sólo sé escribir para los demás. Me gustaría regresar a los tiempos de los primeros diarios, cuando sólo de pensar que alguien pudiera leerlos me daban ganas de desaparecer. El mejor diario que he escrito nunca ha sido el de 1999-2001, es decir, un diario sin pretensiones literarias, del que no conoce nadie una sola línea y nada más que destinado a dejar mínima constancia de los días que van pasando para, un día lejano, releerlo. Nada más. Un diario es una inversión a largo plazo. Pero iba por las razones. Las enumeraré según me vayan viniendo a la mente, sin atenerme al orden de importancia.
1) La actual lectura del Diario íntimo de X. Estoy en gran parte de acuerdo con lo que él considera que debe ser un diario, aunque luego ello no quita para que me gusten los diarios de Y, que son radicalmente diferentes. ¿Cómo se come eso? Lo que llevo unos meses haciendo en el blog no es más que un diario, pero siento que no es un verdadero diario o, al menos, mi verdadero diario. Hay demasiada literatura o intención de hacer literatura. Seguiré con él, pero el diario propiamente dicho quiero que sea este que empiezo. Sin embargo, no quiero que X me influya a la hora de escribirlo. Esa era otra cosa buena del diario de 1999-2001: al haber leído poco en mi vida, y desde luego ningún diario de escritor, escribía nada más que por mí. Bueno, rectifico: el Marca me influía. Pero ese estilo periodístico creo que beneficiaba al diario y, aunque caía en los tremendismos y las exageraciones propias de los diarios deportivos en particular y el periodismo en general, tenía también un cierto aire neutro, de crónica de agencia, de teletipo. Es decir, de cualquier cosa menos de literatura.
2) Insatisfacción personal. Es así, aunque, afortunadamente, hay algo dentro de mí que se rebela y se resiste a claudicar. La vida tiende a la vida, eso está claro, y más en la juventud, y estos malos tiempos tienen también algo de pose. Algo de pose y bastante de realidad íntima. Dice Trapiello que la primera causa de redacción de un diario es algún tipo de insatisfacción. Estoy de acuerdo. No sólo los diarios, sino también la literatura en general. La literatura nace de la insatisfacción con lo que nos rodea. No puede ser de otra forma. Si todos fuéramos infinitamente felices, si la misma palabra felicidad desapareciera porque no tendría que contraponerse a sus antónimos, nadie escribiría. ¿Para qué, si la vida es tan genial? ¿Por qué y para qué escribir un diario si todo viene rodado? Las muertes de los anteriores diarios se dieron por tres causas: un estado de felicidad casi increíble (2001), aburrimiento (2003) y conciencia de no estar haciendo lo correcto (2010). De los tres diarios, creo que el último era el peor, aun siendo el mejor escrito. Era el más falso, y eso en un diario es imperdonable. Y era también el más aburrido para mí mismo, y eso también, en un diario, es imperdonable.
3) Bloqueo creativo. Lo leí ayer mismo en El mal de Montano, de Vila-Matas, a quien la redacción de su diario había ayudado a superar una crisis literaria. Pues es algo parecido. Escribir. Escribir por escribir, mejor dicho, porque hay algo dentro de mí que me impulsa a escribir. Casi toda mi vida he escrito, más o menos intensamente según las épocas. Ya lo he dicho antes: últimamente escribo poco, quizá -y aquí puede haber un problema- porque los libros que he estado leyendo no me han inspirado para escribir, como sí me inspiró Trapiello y su Salón de pasos perdidos los meses anteriores. Podría ser también que me hallo en la época de inicio de independización de las fortísimas influencias de mis escritores favoritos. No sé. El caso es que echo de menos la rutina de sentarme cada noche delante del ordenador y anotar algo del día. Espero hacerlo a partir de ahora. Sé que debería escribir una novela e intentar publicarla, sé que debería trabajar en serio, pero ahora mismo no me siento con fuerzas. Así que mejor esto que nada.
4) Esperanza. Sí, tampoco se escribiría si todavía no quedaran esperanzas de encontrar algo mejor en el futuro. O, mejor dicho, de ir encontrando algo mejor en el camino hacia ese futuro que, por lo demás, no existe.
5) Ilusión ante la posible recuperación del diario de 1999-2000. El otro día encontré un disquete que guarda aquel diario. Llamé a A. y le pregunté si tiene un ordenador antiguo que pudiera leer el disquete. Me dijo que sí, así que un día de estos iré a su casa e intentaré abrirlo y guardarlo en otro formato. Y lo leeré, claro, desde el principio, como si se tratase de una novela. Es uno de los libros que más ilusión me hacer leer de los últimos tiempos, aunque tampoco sé si juega en la misma liga que los libros publicados, de los libros que compro y leo normalmente. Más bien creo que no, que es algo distinto. Estaría bueno que, a estas alturas, encontrara inspiración y el estilo y tono adecuados en ese diario de adolescente y de amores platónicos. Pero… podría ser.
Creo que esto es todo. Si hay alguna razón más, la he olvidado en el transcurso de la redacción de las que he escrito. Y, si realmente hay alguna razón más que se me ha escapado, la recordaré pronto, y la anotaré a continuación de las otras. Si no, esto es lo que hay, aunque en cualquier caso no creo que sea poco. Me gustaría insistir en el carácter extraliterario de este diario. No tengo intención de publicarlo en el blog, quiero que sea de consumo mío exclusivo. Intentaré no explayarme, por ejemplo, anotando todas las calles de un paseo por el centro, como he hecho otras veces. Ello no quita que deba escribir todos los días, aunque sólo sea para decir que no hay novedades reseñables. Esto es falso, de todas maneras, porque cada día es único, y de los días de transición también está hecha la vida, y no soy quién para amputarle nada a la vida, ni siquiera el aburrimiento o la falta de noticias.»
Nada más. No sé cuándo volveré a escribir para el blog. Ahora mismo pienso que pasará bastante tiempo, pero no es descartable que pasado mañana mismo regresen las ilusiones y vuelva a publicar. Lo más triste de todo es que todo lo escrito anteriormente es inútil, porque, ¿a quién puede importarle que uno deje de escribir en un blog que no lee nadie? ¿Nos importa a alguno que un eremita de la montaña deje de gritar, si ninguno podemos escucharle?
Sí, a veces conviene hacerse la ilusión de que alguien nos escucha.