sábado, 22 de diciembre de 2012

CIUDADES

El coliseo por la mañana. Lápiz grafito sobre papel Canson

El invierno en París. Lápiz grafito sobre papel Canson.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

EL VIEJO LEÓN

Liev Tolstoi (1828-1910). Retrato a lápiz sobre papel Canson
"No importa que un ser humano tenga o no razón. Lo importante es que no podemos juzgar a nadie por haber sido -sinceramente y sin trampas- un ser humano."

domingo, 14 de octubre de 2012

EL RÍO DE LA POSESIÓN

"Que somos todos diferentes es un axioma de nuestra humanidad. Sólo nos parecemos de lejos, en la medida, por lo tanto, en que no somos nosotros. La vida es, por eso, para los indefinidos; sólo pueden convivir los que nunca se definen, y son, uno y otro, nadies. 
Cada uno de nosotros es dos, y cuando dos personas se encuentran, se acercan, se unen, es raro que las cuatro puedan estar de acuerdo. El hombre que sueña en cada hombre que actúa, si tantas veces se enfada con el hombre que actúa, ¿cómo no se malquistará con el hombre que obra y el hombre que sueña en el Otro? 
Somos fuerzas porque somos vidas. Cada uno de nosotros tiende hacia sí mismo con escala en los otros. Si tenemos por nosotros mismos el respeto de encontrarnos interesantes, (...) Toda aproximación es un conflicto. El otro es siempre el obstáculo para quien busca. Sólo quien no busca es feliz; porque sólo quien no busca, encuentra, visto que quien no busca ya tiene, y tener ya, sea lo que sea, es ser feliz (como no pensar es la parte mejor de ser rico). 
Te miro, dentro de mí, novia supuesta, y ya nos desavenimos antes de que existas. Mi costumbre de soñar claro me da una noción justa de la realidad. Quien sueña demasiado necesita darle realidad al sueño. Quien da realidad al sueño tiene que dar al sueño el equilibrio de la realidad. Quien da al sueño el equilibrio de la realidad sufre de la realidad de soñar tanto como de la realidad de la vida (y de lo irreal del sueño como la de sentir la vida irreal). 
Estoy esperándote, en un devaneo, en nuestro cuarto de dos puertas, y te sueño viniendo y en mi sueño entras hasta mí por la puerta de la derecha; si, cuando entras, entras por la puerta de la izquierda, hay ya una diferencia entre tú y mi sueño. Toda la tragedia humana reside en este pequeño ejemplo de cómo aquellos con quien pensamos no son aquellos en que pensamos. 
El amor pide identidad en la diferencia, lo que ya es imposible en la lógica, cuanto más en el mundo. El amor quiere poseer, quiere hacer suyo lo que tiene que quedarse fuera para que él sepa que se vuelve suyo y no es él. Amar es entregarse. Cuanto mayor la entrega, mayor el amor. Pero la entrega total entrega también la conciencia del otro. El amor es, por eso, la muerte, o el olvido, o la renuncia [...] 
En la terraza antigua del palacio, alzada sobre el mar, meditaremos en silencio la diferencia entre nosotros. Yo era príncipe, y tú, princesa, en la terraza a la orilla del mar. Nuestro amor había nacido de nuestro encuentro, como la belleza nació del encuentro de la luna con las aguas. 
El amor quiere la posesión, pero no sabe lo que es la posesión. Si yo no soy mío, ¿cómo seré tuyo, o tú mía? Sí no poseo mi propio ser, ¿cómo poseeré un ser ajeno? Si ya soy diferente de aquel al que soy idéntico, ¿cómo ser idéntico a aquel de quien soy diferente? 
El amor es un misticismo que quiere ejercitarse, una imposibilidad que sólo es soñada como debiendo ser realizada. 
Metafísico. Pero toda la vida es una metafísica a oscuras, con un rumor de dioses y el desconocimiento de la derrota como única vía. 
La peor astucia conmigo de mi decadencia es mi amor a la nostalgia y a la claridad. Siempre he creído que un cuerpo bello y el ritmo feliz de un andar joven tienen más competencia en el mundo que todos los sueños que hay en mí. Es con una alegría de la vejez por el espíritu como sigo a veces —sin envidia ni deseo— a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia inconsciente de la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. Si los comparo conmigo, continúo disfrutándolos, pero como quien disfruta de una verdad que le hiere, uniendo al dolor de la herida la conciencia de haber comprendido a los dioses. 
Soy lo contrario de los espiritualistas simbolistas, para quienes todo ser, y todo acontecimiento, es la sombra de una realidad de la que es sombra apenas. Cada cosa, para mí, es, en vez de un punto de llegada, un punto de partida. Para el ocultista, todo acaba en todo; todo empieza en todo para mí. 
Procedo, como ellos, por analogía y sugestión, pero el jardincito que les sugiere el orden y la belleza del alma, a mí no me recuerda más que el jardín mayor donde pueda ser, lejos de los hombres, feliz la vida que no puede serlo. 
Cada cosa me sugiere, no la realidad de la cual es sombra, sino la realidad hacia la cual es el camino. 
El jardín de la Estrella, por la tarde, es para mí la sugestión de un parque antiguo, en los siglos de antes del desencanto del alma."

miércoles, 19 de septiembre de 2012

SOBRE LA TRISTEZA, EL JÚBILO Y LA FELICIDAD



La tristeza es un invento portugués. O casi. Lo saben bien quienes hayan visitado Lisboa, quienes hayan leído a Pessoa y quienes hayan escuchado alguna vez un fado. Los portugueses sienten la tristeza a su manera, la sienten como propia, casi como derecho inalienable, y se diría que en portugués el término tristeza no quiere decir lo mismo que en el resto de lenguas del mundo, sino muchas más cosas. Es una forma de vida, una tradición, incluso para los millonarios, guapos y jugadores del Real Madrid, como Cristiano Ronaldo. Esto, en un país como España, oficialmente alegre, se entiende mal y llega a criticarse despiadadamente, como si la tristeza, real o fingida, sólo fuera patrimonio de los pobres, de los marginados y de los jugadores del Atlético de Madrid. Porque si Cristiano no tiene derecho a estar triste, aquí en el Primer Mundo no lo tenemos nadie.
Un buen pintor habría pintado un cuadro tormentoso, con apocalípticos paisajes de nubes y horizontes negros sobre una ciudad grande y dominadora, con las dos últimas semanas del Real Madrid, desde la publicitada tristeza de Cristiano -¿qué saudades tienes, Cris?-, pasando por las tristezas colectivas tras la derrota de Sevilla hasta el júbilo por la remontada de ayer ante el lujosísimo Manchester City. Todo un viaje emocional en apenas quince días, que algunos tardan en hacer toda una vida pero que en muy poco tiempo el Madrid es capaz de ofrecer a una hinchada hambrienta de drama vital, de representaciones en directo de la vida cruda que pasa y no termina, espectáculo que sólo el deporte puede ofrecer y, dentro del deporte, el Real Madrid como ninguna otra institución del mundo (quizá conjuntamente con los Lakers).
Quizá Cristiano se equivocó en una cosa: no en decir a los periodistas que estaba triste, sino en utilizar el término tristeza. Pessoa, portugués de Lisboa, en su obra maestra de la tristeza Libro del desasosiego, no lo utiliza una sola vez; la tristeza es el libro en sí, no una palabra que lo defina. Si Cristiano hubiera sido consciente de esto es seguro que su famoso discurso habría sido mucho más elegante, más estético y, por ello, mucho mejor acogido por el alegre ciudadano español y por la propia afición madridista. Le sobró decir que estaba triste, habiendo podido decirlo con otras palabras, por ejemplo: “tengo frío de la vida. Todo es cuevas húmedas y catacumbas sin luz en mi existencia. Soy la gran derrota del último ejército que defendía al último imperio…” o “príncipe de mejores ocasiones, otrora fui tu princesa, y nos amamos con una amor de otra especie, cuya memoria me duele”, etcétera.
Ayer, el portugués sí celebró su gol, y lo celebró como se deben celebrar los mejores goles: sin gestos para la galería, sin intervención de la inteligencia ni la conciencia, sepultado por compañeros sinceramente contentos, llevado nada más que por la alegría de haber hecho algo importante y, todavía más, casi inverosímil. No quiere decir esto que la tristeza se le evaporara a Cristiano, pues lo que ayer aconteció en el Bernabéu tuvo que ver con el júbilo, pero no con la felicidad, que es un estado plano y continuo, sereno y consciente, que en el Real Madrid, por definición de lo que es el club, el entorno y la exigencia, es casi imposible de alcanzar.
Que la felicidad tiene que poco que ver con lo de anoche se vio nada más terminar el partido, con esas declaraciones de Cristiano a TVE en las que no negaba su tristeza y escurrió el bulto cuando el reportero tocó el tema. Igual que una fiesta, por muy fastuosa que sea, no sirve para curar a un alma deprimida sino sólo para aliviarla momentáneamente, la victoria de ayer y cómo se produjo no tapa las dificultades futbolísticas del equipo y el hecho de que está a ocho puntos del Barcelona en Liga. Cuando la fiesta termina, esa alma debe regresar a casa y en algún momento se encontrará a solas, habiendo tirado su traje elegante encima de la cama y con toda su tristeza a cuestas que, en última instancia, ella y sólo ella tendrá que soportar. Después del júbilo, la felicidad aún está lejos, quizá más lejos que nunca.
¿Qué le falta al Real Madrid para alcanzar la felicidad? Ganar la Décima, dirá uno, olvidando que el entrenador que ganó la Séptima abandonó el club inmediatamente después de la gesta. Ganar Liga y Décima, dirá otro, obviando que al año siguiente se le exigirá la Undécima y otra liga más, sólo que jugando mejor. Ganar todos los años la Liga y la Champions desplegando un juego perfecto, dirá el de más allá, sin tener en cuenta que eso sólo ocurre en los sueños y que hay enemigos, que otros clubes también juegan. Las pretensiones siempre estarán ahí y el ser humano, y más aún el madridista, nunca se sacia. Más que preguntarse sobre qué le falta al club para ser feliz, habría que indagar sobre lo que sobra. Gestos, ciertos personajes, entorno, dinero incluso. Hoy, con la fiesta de ayer, parecen haberse olvidado ciertas tristezas, pero no olvidemos tampoco que la vida y la competición siguen y que en ellas, y no en lo pasado (aunque sea tan reciente como el 3-2 de anoche), está la lucha, y, en la lucha, quizá, la felicidad.

jueves, 6 de septiembre de 2012

SENTIMIENTO APOCALÍPTICO

"Cómo me gustaría ser otro allá por la tarde de verano... Abro la ventana. Todo allá fuera es suave, pero me aflige como un dolor inconcreto, como una sensación vaga de descontento.
Y una última cosa me hiere, me rasga, me destroza el alma toda. Es que yo, a esta hora, a esta ventana, ante estas cosas tristes y suaves, debía ser una figura estética, bella, como una figura de un cuadro —y no lo soy, ni esto soy...
La hora, que pase y olvide... La noche, que venga, que crezca, que caiga sobre todo y nunca se levante. Que esta alma sea mi túmulo para siempre, y que (...) si absoluto y en tinieblas, y yo nunca piense en vivir sintiendo y deseando"

lunes, 20 de agosto de 2012

"Príncipe de mejores ocasiones, otrora fui tu princesa, y nos amamos con un amor de otra especie, cuya memoria me duele"

(Fernando Pessoa, Libro del desasosiego)

jueves, 2 de agosto de 2012

AGRADECIMIENTO


Una vida absolutamente maravillosa (Enrique Vila-Matas) 
Hay ciertos libros que pasan por nuestra vida hacia los que deberíamos estar eternamente agradecidos. Tampoco muchos, quizá podrían contarse con los dedos de una mano. Y tampoco hace falta que sean muchos, igual que los amigos, y es más, diría que no es posible tener un número elevado de libros importantes en la antología personal, pues esa importancia se diluiría en el número. Son, decía, libros que tenemos la fortuna o el instinto de toparnos en circunstancias especiales de nuestra vida y que, en medio de la zozobra y el tumulto, suponen un mágico remanso, un tierno estanque tranquilo y luminoso donde descansar. Donde descansar de nuestra vida, a pesar de que esos libros pertenecen por derecho propio a ella, y es por eso por lo que suponen tanto para nosotros. Nunca supe ni quise separar a los libros de las vicisitudes de la vida propia. Cada libro importante se halla relacionado con una época, una tarde o simplemente un momento. La lectura, si es placentera e incluso decisiva para uno, no puede separarse de la vida en cuanto somos conscientes de ese placer y ese carácter decisorio que hacen de esos libros especiales un ingrediente fundamental de nosotros.
Esta mañana he venido a la biblioteca, como siempre. La diferencia con el último mes es que hoy sí estoy consiguiendo escribir. Desconozco qué es lo que estoy escribiendo, como desconocía lo que iba a escribir viniendo aquí. Es tarde ya, son las doce y seis minutos del mediodía y en un rato me iré al gimnasio, así que no tendré tiempo para mucho. No importa, eso es lo de menos. Si soy sincero, estoy deseando irme y airearme, aunque también es verdad que aquí se está muy a gusto, hay aire acondicionado y el relativo silencio de las bibliotecas públicas. Está uno rodeado de libros, lo cual siempre es reconfortante, y el tiempo va pasando. Y lo bueno es que, de momento, va pasando mientras van pasando las letras y las líneas por este documento, que no sé si es un nuevo diario, ni siquiera sé si quiero que lo sea. Creo que no lo será. Lo veo demasiado débil todavía, demasiado esmirriado. No puede vivir solo, necesita de mi ayuda. ¿Querré yo ayudarlo? No lo sé, se verá con el tiempo.
El caso es que, como decía, he venido a la biblioteca hace un rato, rebotado de casa, donde era difícil estar. Papá y mamá están de vacaciones y estar en casa, una mañana calurosísima de verano, con tanta gente, se hace insoportable. Además, quebrar una rutina es extremadamente difícil, y yo, en el último mes, he seguido viniendo aquí, aunque después no escribiera una sola línea. Hoy he tenido suerte, esa es la verdad. Suerte de haberme levantado con unas mínimas ganas de escribir y de que internet no funcione. ¿Qué hacer, entonces? La solución de escribir se ha impuesto como la más deseable y, a lo último, la única posible. El no disponer de conexión de internet aquí es una bendición para escribir. Si lo hubiera, lo más fácil es despistarse, mirar el Facebook una y otra vez, el As y el Marca o cualquier otra página que nada tiene que ver con el noble propósito de escribir. La vida hoy me ha ayudado, y se lo agradezco. La vida, hoy, me ha ayudado a escribir, o sea, a separarme de ella, siquiera sea durante un rato. La vida, no hay que dudarlo, conspira muchas veces contra sí misma.
Estoy contento de que después de algún tiempo me haya salido una frase medianamente ingeniosa o literaria –vagamente literaria- como la última del párrafo anterior. Estoy casi seguro de que no es gran cosa y que leída dentro de algún tiempo sonará tonta y tópica, pero ahora mismo, mientras escribo, me hace mucha ilusión. ¡Tanto tiempo sin saber lo que es escribir, sin descubrir una frase, una idea, una emoción incluso, mientras se escribe! Porque de otra manera es imposible, al menos para mí. Rara vez se me ocurre algo así, en seco, sin la apoyatura de las teclas. Pero esto ya lo dije en otra ocasión, en otro texto, releído recientemente. Con lo que ya me estoy citando a mí mismo, mal asunto.
He empezado hablando de esos libros a los que deberíamos guardar eterno agradecimiento por suponer, en un momento de nuestra vida, la vía de escape más natural y placentera, por permitirnos distraernos de nosotros mismos y descubrir otros mundos y otras formas de escritura y de creación. Por, en definitiva, hacernos pasar un buen rato cuando no creíamos posible que eso sucediera. Y esa cosa tan milagrosa, pasar un buen rato en determinadas circunstancias, es capaz de lograrlo un artefacto rectangular hecho de papel y tinta, y muchas veces ajado y amarilleado y con un olor extraño.
No puedo ocultar que estoy escribiendo estas líneas fuertemente influido por Vila-Matas. Intento imitar no ya su estilo, que eso es bien sencillo y casi natural, sino su procedimiento a la hora de escribir, que es una cosa distinta. Sé que no es lo que debería hacer, que debería escribir a partir de mí y sólo de mí, pero para empezar no está tan mal, y además, si he de ser sincero, no me siento capaz de escribir a partir de mí y sólo de mí. Ni siquiera sé si quiero. Durante los últimos tiempos he sido un ser extraño para mí mismo, desconocido. Me he olvidado de buena parte de mi ser, sobre todo de esa parte que es la que me impulsaba a escribir y a decir las cosas que decía, y no es fácil acordarse así, de golpe, en una sola mañana. Así que lo mejor será amoldarse conscientemente a un escritor estimado y muy leído y releído durante los últimos tiempos, a ver si así soy capaz de acordarme de mí mismo, de ese yo que era hace un tiempo, de ese yo que escribía, aunque sólo fuera un pálido diario. Aunque, pensándolo un poco, a lo mejor no es necesario ni deseable ni posible que ese yo regrese jamás. Nuestro yo va mutando con el paso del tiempo influido precisamente por ese paso del tiempo, o, más exactamente, por nuestro paso por el tiempo y las circunstancias de la vida. El yo de ayer es un yo que nunca volverá.
Una vida absolutamente maravillosa. Ese es el título de un nuevo libro al que uno guardará eterno agradecimiento. Un ladrillo más en la pared de la biblioteca personal fundamental. Un título falso que esconde lo que es el libro –su contenido nada tiene que ver con lo que el título evoca, y estoy seguro de que el autor así lo quiso, quiso confundir al futuro lector que lo comprara, no sin su punto de ironía y retranca-, pero a la vez portentosamente lúcido y real porque, en efecto, leer esa colección de ensayos novelados, o esas trazas de novelas y cuentos pasados por un delicioso filtro ensayístico, puede hacer que la vida sea absolutamente maravillosa. Porque la vida se vuelve maravillosa mientras se lee, pero también se vuelve maravillosa después de haberlo leído y, aun diría más, antes de leer una sola línea. En cada libro que leemos no hay un libro, sino tres: el que leemos mientras lo estamos leyendo, el que queda en nuestra memoria después de haberlo leído y el que había en nuestra imaginación antes de empezar a leerlo, y que permanece después de la lectura, confrontándose así el libro imaginado y el libro, digamos, real. Y los tres son igual de importantes, porque son distintos aun pareciéndose mucho en la mayoría de los casos.
Personalmente, no es ninguna decepción el que un libro se parezca mucho al que uno pensaba que iba a ser antes de empezar a leerlo. Al revés, es algo que siempre me alegra. Uno se crea unas expectativas determinadas y es difícil salirse de ellas. Uno, en ese sentido, es un poco estrecho de mente. Claro que hay excepciones. En este caso, en el caso de Una vida absolutamente maravillosa no he encontrado muchas cosas distintas del Vila-Matas que ya conocía de Doctor Pasavento, El mal de Montano, Dietario voluble o París no se acaba nunca. Es más, algunos de esos ensayos suponen el punto de partida de libros más voluminosos como los mencionados, el germen al partir del cual crear, casi de forma mágica, una novela. Pero también, claro, he hallado nuevos perfiles del escritor barcelonés que me han entusiasmado. Nunca se conoce del todo a un escritor hasta que no se lee todo lo que ha escrito. En cada página desconocida hay un rasgo nuevo y sorprendente, y no digamos en cada libro.
No hay nada que me guste más que un escritor me cuente sus filias literarias, y que además las desgrane, me cuente cosas sobre esos escritores y me diga fundadamente por qué le gustan tanto. Y Vila-Matas, durante las 554 páginas de Una vida absolutamente maravillosa, no hace otra cosa. Se trata del resumen de la historia lectora del que es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo. Ya lo dice él mismo no sé si en este libro o en algún otro, o puede que en varios a la vez, lo mismo da: “el escritor escribe, primero, porque ha leído a otros, y después escribe porque ha empezado a escribir. Pero siempre escribimos después de otros”, saliéndose de ese carril estrecho y manido referido a motivaciones más metafísicas y trascendentes por el que transitan la mayoría de los escritores cuando se les pregunta que por qué escriben.
Por estas páginas, densas en contenido, erudición literaria e inteligencia, desfilan una y otra vez nombres como Kafka, Pessoa, Nabokov, Hemingway, Walser, Raymond Roussel, Flaubert, Joyce, Gombrowicz, Borges, Virginia Woolf, Bolaño e incluso Baroja. La obra de todos ellos es la moldura a partir de la cual el Vila-Matas lector -el Vila-Matas que importa en este libro- fue convirtiéndose en el escritor que conocemos y que ha ido creando una obra en la que lectura y escritura son difícilmente diferenciables, igual que es difícil elucidar cuándo Vila-Matas está novelando, cuándo está escribiendo un ensayo o cuándo, incluso, está escribiendo un poema camuflado de prosa. Es muy posible que Vila-Matas esté escribiendo constantemente todo a la vez y nosotros no nos demos cuenta o sólo estemos teniendo la vaga sospecha.
El libro, que no es un libro solo, sino varios libros en uno (entre ellos la segunda parte del admirable Dietario voluble), es un libro de libros, un libro escrito para escritores o futuros escritores y para quienes de verdad les interese la literatura o quieran estar interesados. Para todos ellos se ofrece por 14.95 euros un festín de comentarios, recuerdos, glosas, reflexiones y opiniones acerca de libros admirados por el autor y que marcaron su vida indeleblemente y que, incluso, le hicieron “más inteligente”, como le ocurrió con el Diario del escritor polaco Witold Gombrowicz. Si uno conoce un poco a Vila-Matas, no le extrañará que Una vida absolutamente maravillosa esté salpicada de citas en cada página, casi en cada párrafo. Él mismo, consciente de que algunos puristas execran de esa saturación de palabras de otros escritores, se justifica, de alguna manera, en las páginas del libro, y lo hace, cómo no, recurriendo a la opinión de otro escritor admirado: “Pienso con Fernando Savater que las personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar. Y también creo con Savater que los maniáticos anticitas están abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir, las dos peores variantes del tópico. Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema, «no deberle nada a nadie». En el fondo, quien no cita no hace más que repetir pero sin saberlo ni elegirlo”.
No puede uno estar más de acuerdo. En este caso, está uno del lado de Vila-Matas y Savater, lo cual, dicho sea de paso, no tiene ni mérito ni originalidad. Una vida absolutamente maravillosa  es un compendio de citas de los escritores más admirados por Vila-Matas y, también, de citas sobre esos escritores, comentarios de otros escritores también admirados acerca de esos primeros escritores admiradísimos. Porque, además de los monstruos literarios antes mencionados, uno se encuentra con nombres como Alejandro Rossi, Sergio Pitol, Bruno Schulz o Macedonio Fernández, figuras un tanto borrosas para uno, cuando no abiertamente desconocidas, y que suponen, cada una de ellas, un nuevo horizonte de sugerencias, de escrituras, de formas de entender la vida. Ya sólo por eso Una vida absolutamente maravillosa es un verdadero regalo.
No puedo negar que estoy feliz de que Una vida absolutamente maravillosa haya pasado por mi vida. Su lectura ha supuesto impagables momentos de disfrute, de olvido de uno mismo y encuentro de otros, y me ha animado –junto con la falta de internet- a hacer lo que estoy haciendo en este momento, esta mañana de verano, en una biblioteca pública: escribir. Se trata de un libro ya decisivo para mí, igual que lo fueron todos esos libros mencionados por Vila-Matas en este libro mencionado por mí en este post. Un libro mágicamente entreverado en mi vida, a pesar de haberme ayudado a olvidarme de ella, como hacen todos los buenos libros. Porque, como dice el mismo Vila-Matas, “y es que, como escribiera Calvino, lo que la literatura puede enseñarnos no son métodos prácticos, sino sólo las posiciones. El resto es una lección que no debe extraerse de la literatura: es la vida la que debe enseñarla. En definitiva, saber tomar posición –o, lo que es lo mismo, saber plantarse- ante la vida”. Aunque esa vida sea absolutamente maravillosa.

lunes, 30 de julio de 2012

UNA VIDA ABSOLUTAMENTE MARAVILLOSA

"Después de una enfermedad y de una experiencia sentimental, de la cual uno emerge sintiéndose libre, pero un poco magullado aún (si no enfermo), nos vuelve un día el deseo de trabajar. Habíamos creído que ya no seríamos capaces nunca de volver a la tarea. Pero, al fin, el deseo llega, está aquí. Se despierta uno más temprano, se siente uno un poco mejor, aunque muy débil, pero hay sol en el cuarto y nos levantamos. Se comienza por poner un poco de orden en la mesa de trabajo. No es tarea de un día solamente. Otro día se cambian las viejas plumas gastadas, y, en fin, compramos hojas de papel secante, un lápiz nuevo, una goma de borrar, etcétera. Y por último llega el día en que se dispone uno de nuevo a escribir. Llega primero un gran silencio, un dulce y puro silencio, que se extiende a nuestro alrededor. Volvemos a encontrar nuestra razón de vivir."

Valery Larbaud

sábado, 7 de julio de 2012

BAROJA Y LAS CHICAS DE POLÍGONO

Los amores tardíos. Creo que hasta ahora no había leído ninguna novela de la última época de Baroja. Esta es una novela descosida, como todas las suyas, en la que los personajes hablan y hablan, no sobre sus asuntos personales, sino sobre generalidades, el carácter de los pueblos, el amor como ciencia, y cosas así. Pontifican una y otra vez, ya contemplen un paisaje, una escena de costumbres, un cuadro o a una mujer. En la novela no ocurre nada, sólo se vislumbra una historia de fondo a la que, de momento, los personajes inmersos en ella parecen ajenos. Alguna descripción –siempre deliciosas por sencillas-, párrafos minimalistas, mucho zascandileo. Baroja nos lleva de acá para allá junto a sus personajes, desde Ámsterdam a Rotterdam, como si fuéramos de Segovia a Ávila. Y, sin embargo, a pesar de algunas características que pudiéramos achacarle, ¡cuánto encanto! Ya dijo González-Ruano que Baroja le gustaba no a pesar de sus fallos, sino precisamente por sus fallos. Yo diría lo mismo, y añadiría que me gusta porque es fácil de leer, a veces un poco bruto y otras descaradamente romántico, como esas chicas de polígono.

jueves, 5 de julio de 2012

UNA TEORÍA DEL AMOR EN EL QUIJOTE (y, a la sazón, un estado del alma)


—Tú me harás desesperar, Sancho —dijo Don Quijote—. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta? (II-IX)
Esta frase es acaso la más genial en lo que al amor se refiere que se ha dicho en toda la historia de la literatura. Estar enamorado de oídas. Se parece mucho a una burla de Cervantes del amor y a una renuncia del amor por parte de Don Quijote.
Burla porque el Quijote es en sí una burla de todo, de los libros de caballerías, de la nobleza, de la monarquía, de la pobreza, de la España de la época, del género humano, del amor mismo. Sin embargo, Cervantes, con esta burla, lo que hace es elevar el amor a cotas inimaginables, inéditas hasta entonces y nunca más tarde igualadas. Todos los grandes amoríos novelescos posteriores –Werther y Carlota, Anna Karenina y Vronski, Gabriel e Inés, Lucien y Coralie, Natasha Rostova y Pierre Bezujov, Fortunata y Santa Cruz, etc.-, con ser amores gigantescos, paradigmáticos, representativos del amor humano, tienen una carga demasiado grande de realidad. Cada personaje está bien delimitado, corporeizado, perfectamente descrito. El lector no tiene duda de que existen porque el escritor se ocupó de ponerlos delante de sus narices. Todos esos personajes interactúan entre ellos, se miran a hurtadillas, se hablan, se tocan, se besan, hacen el amor, pasean juntos, y, en ello, en ese contacto entre dos personas aparentemente indefectible para que exista amor, radica su encanto y su valor. ¿Qué ocurre con Don Quijote y Dulcinea? Simplemente que no ocurre nada de eso. Don Quijote es un supuesto loco y Dulcinea, de existir, podemos estar seguros de que es una mujer fea, grotesca y zafia, alejada de cualquier ideal de belleza y gracia. Don Quijote y Dulcinea jamás llegan a conocerse, jamás llegan a hablar entre ellos, es una pareja de enamorados que en realidad no existe o que, más exactamente, existe sólo en la cabeza de Don Quijote y, gracias a eso, en la cabeza de los millones de lectores que han leído la novela en estos cuatrocientos años.
Se diría que Don Quijote, con este enamoramiento de oídas, practica una definitiva renuncia del amor, enamorándose de alguien que no existe o que desde luego no es como él se figura en su inflamado cerebro, escaldado quizá por los amoríos de su vida, que terminaron todos en fracaso (Don Quijote es soltero). Don Quijote es un sentimental, un romántico, y, lacerado por la imposibilidad de obtener en la vida ese amor ideal que soñó –y apoyado siempre en sus lecturas de libros de caballerías-, reacciona creándose un ideal mucho más alejado, tan inalcanzable, tan inverosímil, tan fantasioso, que resulta imposible de obtener, haciéndolo infinitamente bello y, por ello, eterno.
Burla del amor, renuncia del amor, pero amor infinitamente bello y eterno. Eso es Don Quijote, esa es su enseñanza. Su capacidad amatoria es tan inmensa que tiene que renunciar al amor. ¿Y cómo renuncia? Enamorándose de una mujer ficticia que él sabe –seguimos sin creer en su locura- que jamás llegará a conocer y tratar. ¿Y cómo sabiéndolo puede estar tan enamorado? Porque cree en el amor, es en lo único que cree en el mundo, y por eso renuncia a él. Le duele tanto el amor, le fascina tanto ese sentimiento, que no lo puede soportar, y para calmar ese dolor se lanza en busca de un amor imaginario y, por tanto, imposible de culminar.
Es curioso que lo que Cervantes quiso que fuera una burla de los libros de caballerías, del mundo y la humanidad y, sobre todo, del amor, se le fuese de las manos y terminase siendo –seguramente para su sorpresa y fascinación- la más grande novela de amor de todos los tiempos, precisamente por lo que tiene de burla y porque su protagonista consiguió desgajarse de su autor, tomar vida propia y revelarse contra esa burla. “¿Tú te burlas del amor?”, parece decirle Don Quijote a Cervantes. “Pues te voy a demostrar que el amor, al ser burlado, es mucho más poderoso que cuando es glorificado, y te voy a dar las muestras de amor más fervientes que algún hombre sobre la tierra pudo ofrecer. Tu amor burlado se convertirá en amor puro y eterno”. Y así ha sido.
Amar quijotescamente. Todo el que ame demasiado –como amó Rousseau, según propia confesión-, acaso debería proponerse amar quijotescamente, esto es, renunciando al amor. La renuncia no implica negación de lo que se renuncia, sino más probablemente su exaltación.

jueves, 7 de junio de 2012

LOS OJOS DE SANCHO

Los jugadores del Barça celebran el triple de Huertas
La imagen la captó una cámara de Teledeporte. Es la secuencia del triple de Huertas visto por los ojos de Pablo Laso. El entrenador del Real Madrid está sudando, con la frente brillante y las ojeras de desvelo y preocupación, después de un partido durísimo, por momentos sublime de su equipo, y que va camino de evaporarse con ese balón que surca el cielo del Palau, hasta acabar dentro. Es el nanometraje de diecisiete puntos de ventaja (43-60) que se van por el sumidero. Catorce en el último cuarto (60-74), once a falta de poco más de cuatro minutos (68-79). En un soplo, en un tiempo de Planck –la unidad de tiempo más pequeña conocida-, se derrumba la ilusión que suponía un 0-1 que, para el Madrid, sabía a título, a doblete, a gloria, después de una temporada con altibajos en la que el propio Laso, a pesar del éxito de la Copa del Rey y del vistoso juego desplegado por su equipo, había tenido que encajar críticas quizá excesivas. Es lo que tiene no ser balcánico ni vehemente, que automáticamente está uno bajo sospecha, si es entrenador de baloncesto. Los ojos de Laso, pequeños e inteligentes, parecían recordar todo eso mientras contemplaban aterrorizados la franca trayectoria del balón lanzado por Huertas. Hay tiros que, por inverosímiles que parezcan, se sabe que van a entrar, porque a veces, en la vida y en el baloncesto, sólo puede ocurrir lo increíble. Y, gracias a la cámara de Teledeporte, sabemos que Laso sabía que ese balón iba dentro. En realidad, lo sabía Laso y lo sabían todos los madridistas.
Cuando el balón entró, el rostro de Laso apenas sufrió transformación. Es lo que suele ocurrir con golpes de este tipo, tan duros, tan inesperados, imaginados solo como la peor de las situaciones hipotéticas. Y, cuando ocurren, cuando uno tiene que encajarlos, no hay reacción inmediata. Los asustados ojos del vitoriano permanecieron como estaban. Unos segundos después, se limitó a decir unas palabras, sospechamos que de incredulidad e impotencia. Al fondo, los jugadores del banquillo del Real Madrid con las manos en la cabeza y, delante, como desfile frenético, la plantilla entera del Barça corriendo a abrazar a Huertas, que mascaba su felicidad tirado en el suelo, gritando y tensando los músculos después de un partido catastrófico (cero puntos hasta ese momento, 0/5 en el tiro, -5 de valoración). Así son las ilusiones, las que vienen y las que se van: se derrumban de un soplo, con un triple a tabla. Aviso a todo el mundo…
Porque lo de ayer, ese triple que desde el mismo momento en que entró pasó a formar parte de la historia y la leyenda de la ACB y el baloncesto, es un aviso a todo el mundo: al Real Madrid, por supuesto, que fue el que lo sufrió, pero también a todos aquellos que vieron el partido por Teledeporte y se encontraron con desenlace tan tremendo; es un aviso para los amantes del baloncesto, que nunca dejarán de asombrarse con su querido deporte por más que éste les ofrezca escenas como la de ayer, y también para los que anoche veían por primera vez un partido, que aprendieron que el baloncesto es una perfecta metáfora de la vida, con sus dulzores y amarguras; es un aviso también para los espectadores del Palau y para el propio Barça, tan feliz ayer, y con razón, después del milagro, y que ahora sabe mejor que nadie que algo así puede repetirse en su contra, quién sabe si en esta misma serie final. Es un aviso, en fin, de lo que es la vida, el amor y el baloncesto, donde las ilusiones de derrumban de un soplo, con un triple a tabla, igual que vienen…
Laso, con su amable perfil de Sancho Panza, dijo después del golpe que había que levantarse lo antes posible y añadió la inteligente reflexión –sobre todo teniendo en cuenta que la hizo en caliente- de que la suerte hay que buscarla y que si no se hubieran cometido tantos errores en esos cuatro últimos minutos fatales no habría habido lugar al increíble desenlace que todos vimos. Palabras justas y mesuradas –las habría dicho exactamente igual el propio Sancho- que quizá encierren la sospecha de que ni su equipo ni él podrán levantarse de esta. Porque estas cosas ocurren, hay golpes que dejan incapacitado al que los recibe y que, si no a largo plazo, sí que imposibilitan una reacción inmediata. Y el Madrid, que mañana vuelve a visitar el escenario de la tortura y los sueños que volaron, necesita pasar página a una velocidad einsteiniana. El arte de olvidar como único remedio para seguir adelante, para no claudicar.
La pregunta se la hace todo el mundo: ¿será el Madrid capaz de reponerse? En un segundo, en un nanosegundo, en un tiempo de Planck, el equipo blanco pasó de un 0-1 con aroma de doblete a un 1-0 tenebroso, con el rival armado de moral hasta los dientes y que, ahora mismo, se cree invencible tras haber superado 35 minutos de epilepsia baloncestística. El aguante del Real Madrid ante situaciones críticas está más a prueba que nunca. Ya superó unas cuantas en la mítica serie ante el Caja Laboral, pero lo de ayer supera a todas ellas juntas y a cualquiera que el equipo pueda echarse sobre los hombros. Si el plan era bueno, si estaba siendo ejecutado a la perfección, si en el Barça sólo anotaban Navarro y Lorbek y Carroll lo metía todo, Tomic descosía la pintura blaugrana, Singler encestaba con fluidez y Sergio Rodríguez se encontraba en su salsa, si el rival estaba además desquiciado y protestando a los árbitros, si todo ello confluyó en un partido y no se ganó… ¿qué esperar a partir de ahora?
Sin embargo, y ahí está la esperanza para el Madrid, a pesar de todo lo dicho y de la violencia del impacto del triple de Huertas sobre el ánimo blanco, queda la certeza de que el baloncesto, como la vida, sigue, porque tiene inercia de seguir. Así de simple, así de cierto, así de reconfortante.

viernes, 18 de mayo de 2012

NADIE DEBERÍA MORIR EN PRIMAVERA (Dos momentos)

Martes, 15 de mayo
(...) (Ayer)
"Intenté dormir una pequeña siesta, pero no pude. Tampoco tenía el ánimo para leer, y salí a la calle con un doble objeto: ver mundo y que mi mente se distrajera con otros paisajes y comprar el libro de Sánchez-Dragó Soseki. Inmortal y tigre, que desde horas atrás, desde que nos dieron la noticia, llamaba a mi puerta: tenía que leerlo, en esta fecha, precisamente la de la muerte de mi gatita.

Una vez adquirido el libro bajé desde Gran Vía hasta la plaza de Oriente. Atardecía esplendorosamente por detrás de la sierra de Guadarrama, con el último sol derramando su jugo naranja por la quebrada línea del horizonte. Había muchísima gente, la plaza hormigueaba de vida y, de fondo, desde las Vistillas, donde se celebraba la verbena por las fiestas de San Isidro, llegaban rumores de un chotis tocado por un organillo. Es la estampa con la que sueña todo escritor: un atardecer primaveral, en una plaza histórica presidida por un monumento como el Palacio Real, con toda esa danza de minueto alrededor, ciclistas urbanos, músicos, familias, parejas heterosexuales y gays, perros de todos los pelajes, turistas, grupos de adolescentes ignorándolo todo y, a la vez, comiéndoselo todo a manos llenas. Cansado, me senté en un poyete, desde donde podía contemplar tranquilamente el atardecer, que se abría ante mis ojos como un escenario de cuento. Saqué el libro de Dragó de la bolsa y lo posé sobre mis rodillas. En ese momento se mezclaron muchas cosas -el amor, la belleza, la literatura y la ausencia-, y pude tomarle una fotografía a mi alma. Pensé con nitidez, otra vez, en lo que fue y en lo que pudo haber sido y no fue. ¿No habría sido bonito haber pasado esa misma tarde allí con Dorian y E., hablando sobre libros, sobre ese mismo atardecer, sobre las cosas de la vida y la muerte, mientras la gatita, plena de vida, se subía hasta nuestros hombros arañándonos la camisa y el cuello? ¿No habría sido bonito que la gente, admirada, se nos acercara para acariciarla y ella les saludara con su enternecedor maullido? ¿No habría sido bonito…?

Era un lugar y una hora propicios para llorar, pero no lo hice, pese a que tenía ganas. Empecé a leer el libro de Dragó sobre su querido gato muerto, mientras el sol se escondía –como un gato- en ese lúgubre 14 de mayo, primaveralmente luminoso –“nadie debería morir en primavera”, dijo alguien- y tocado por una tristeza de organillo. Detrás de la enorme silueta del Palacio Real el chotis seguía sonando, envuelto en la jocundidad de las fiestas de San Isidro, tan cercanas y a la vez tan absurdas, tan falsas, tan ajenas."

Viernes, 18 de mayo
(...)
"El miércoles, después de salir del gimnasio, pasé por el lugar donde encontré a Dorian. Como cada vez que paso por allí desde aquel día, registré debajo del seto donde entonces ella maullaba de hambre, frío y soledad, por si se repitiera el milagro o hubiera quedado grabada una imagen especular. Evidentemente no había nada de eso, pero, un poco más adelante, dentro del mismo recinto del jardincillo, me quedé helado al topar mis ojos con los de una preciosa gata pardusca, acompañada de su cachorro, exactamente igual que Dorian, pero repleto de vida y, lógicamente, un poco más grande. La criatura mamaba con delectación de las minúsculas ubres de su madre, que me miraba con sus ojos amarillos surcados por la delgada línea negra de su pupila con la fijeza con la que sólo miran los gatos y deben de mirar los tigres.

Los primeros segundos tuve la sensación de estar violando la intimidad de aquella familia que no obstante llegaba a sentir un poco mía, y me sorprendió que no huyeran, pero después, cuando la madre se hubo tranquilizado –detalle que advertí cuando dejó de mirarme fijamente-, me sentí privilegiado de asistir por primera vez en mi vida a un momento tan íntimo. Cuando el hermano (o hermana) de Dorian dejó de mamar, la mamá, que tendría cosas que hacer, me dio un aviso en forma de fiero gruñido, acompañado de terrible mirada y erizamiento del pelo. “No toques a mi cría”, me dijo claramente y, sin embargo, la dejó ahí, a mi lado, quién sabe si para que yo la cuidara durante su ausencia, y se perdió tras una esquina. Durante cinco minutos, pude estar a solas con la cría gemela de mi gatita muerta. Nada hubiera sido tan fácil como cogerla y llevármela. Al contrario que Dorian, se movía con viveza y sus ojos, negrísimos como un pozo, tenían un brillo entre terrorífico y mágico. No pasó ni un minuto sin su mamá cuando se puso a maullar, inquieto por soledad tan repentina. Puse la mano en el suelo y la moví convulsamente, tratando de imitar a un animal; la cría, atraída por el movimiento de los dedos, se acercó a mí, con deliciosa curiosidad gatuna, y pude acariciarla.

Fue entonces cuando regresó la madre, que se nos quedó mirando como miran los maridos que sorprenden a sus esposas con su amante. Me aparté del cachorro, temiendo un posible ataque furibundo de la recién llegada, y aquel volvió al seguro regazo materno. Durante un rato me quedé contemplando aquellas escenas familiares gatunas: al pequeño curioseando por el jardincillo, acercándose a todo, olisqueándolo todo y tocándolo todo, mientras la madre vigilaba sus travesuras. Me pareció de una ternura y sabiduría infinitas el que la dejara hacer, que no se entrometiera en el husmeo de la cría, como sí hacemos los humanos con nuestros hijos. Como poco a poco fue perdiendo el recelo por mi persona, pude acercarme hasta estar muy cerca, y me senté en un escalón, simplemente a mirarlos. La madre comprendió mis intenciones pacíficas y pudo dedicarse con tranquilidad a hacer su vida: limpiar a su pequeña con lametones, acariciarla con el hocico, ayudarla a superar los mil y un obstáculos de aquella selva en miniatura.

Más de media hora pasé en esa contemplación. Casi diría que los animales se acostumbraron a mi presencia, hasta el punto de ignorarme por completo. El pequeño bostezó un par de veces. Los gatos duermen mucho, dicen que dieciséis horas al día. Era la hora de la siesta, y la madre se lo llevó a un hueco cercano, a la sombra, como hecho de encargo para el noble arte de dormir. Y allí los dejé, al hermano de Dorian acurrucado junto a su mamá y a ésta vigilando el horizonte y el sueño de los justos y quién sabe si acordándose, como me acordaba yo, de la cría que nació para morir joven."

miércoles, 9 de mayo de 2012

DESDE MI VENTANA

 "Llueve sobre la tierra del monte y sobre el agua de los regatos y de las fuentes, llueve sobre los tojos y los carballos, las hortensias, los buños del molino y la madreselva del camposanto, llueve sobre los vivos, los muertos y los que van a morir, llueve sobre los hombres y los animales mansos y fieros, sobre las mujeres y las plantas silvestres y de jardín, llueve sobre el monte Sanguiño y la fonte das Bouzas do Gago en la que bebe el lobo y a veces alguna cabra perdida y que no vuelve jamás, llueve como toda la vida y aún como toda la muerte, llueve como en la guerra y en la paz, da gusto ver llover sin que se sienta el fin, a lo mejor el fin de la lluvia es el fin de la vida, llueve a Dios dar como antes de que se inventara el sol, llueve con monotonía pero también con misericordia, llueve sin que el cielo se harte de llover y llover."
Camilo José Cela, Mazurca para dos muertos.