Hay
ciertos libros que pasan por nuestra vida hacia los que deberíamos estar
eternamente agradecidos. Tampoco muchos, quizá podrían contarse con los dedos
de una mano. Y tampoco hace falta que sean muchos, igual que los amigos, y es
más, diría que no es posible tener un número elevado de libros importantes en
la antología personal, pues esa importancia se diluiría en el número. Son,
decía, libros que tenemos la fortuna o el instinto de toparnos en
circunstancias especiales de nuestra vida y que, en medio de la zozobra y el
tumulto, suponen un mágico remanso, un tierno estanque tranquilo y luminoso
donde descansar. Donde descansar de nuestra vida, a pesar de que esos libros
pertenecen por derecho propio a ella, y es por eso por lo que suponen tanto
para nosotros. Nunca supe ni quise separar a los libros de las vicisitudes de
la vida propia. Cada libro importante se halla relacionado con una época, una
tarde o simplemente un momento. La lectura, si es placentera e incluso decisiva
para uno, no puede separarse de la vida en cuanto somos conscientes de ese
placer y ese carácter decisorio que hacen de esos libros especiales un
ingrediente fundamental de nosotros.
Esta mañana he
venido a la biblioteca, como siempre. La diferencia con el último mes es que
hoy sí estoy consiguiendo escribir. Desconozco qué es lo que estoy escribiendo,
como desconocía lo que iba a escribir viniendo aquí. Es tarde ya, son las doce
y seis minutos del mediodía y en un rato me iré al gimnasio, así que no tendré
tiempo para mucho. No importa, eso es lo de menos. Si soy sincero, estoy deseando
irme y airearme, aunque también es verdad que aquí se está muy a gusto, hay
aire acondicionado y el relativo silencio de las bibliotecas públicas. Está uno
rodeado de libros, lo cual siempre es reconfortante, y el tiempo va pasando. Y
lo bueno es que, de momento, va pasando mientras van pasando las letras y las
líneas por este documento, que no sé si es un nuevo diario, ni siquiera sé si
quiero que lo sea. Creo que no lo será. Lo veo demasiado débil todavía,
demasiado esmirriado. No puede vivir solo, necesita de mi ayuda. ¿Querré yo
ayudarlo? No lo sé, se verá con el tiempo.
El caso es que,
como decía, he venido a la biblioteca hace un rato, rebotado de casa, donde era
difícil estar. Papá y mamá están de vacaciones y estar en casa, una mañana
calurosísima de verano, con tanta gente, se hace insoportable. Además, quebrar
una rutina es extremadamente difícil, y yo, en el último mes, he seguido
viniendo aquí, aunque después no escribiera una sola línea. Hoy he tenido
suerte, esa es la verdad. Suerte de haberme levantado con unas mínimas ganas de escribir y de que internet no funcione. ¿Qué hacer,
entonces? La solución de escribir se ha impuesto como la más deseable y, a lo
último, la única posible. El no disponer de conexión de internet aquí es una
bendición para escribir. Si lo hubiera, lo más fácil es despistarse, mirar el
Facebook una y otra vez, el As y el Marca o cualquier otra página que nada
tiene que ver con el noble propósito de escribir. La vida hoy me ha ayudado, y
se lo agradezco. La vida, hoy, me ha ayudado a escribir, o sea, a separarme de
ella, siquiera sea durante un rato. La vida, no hay que dudarlo, conspira
muchas veces contra sí misma.
Estoy contento
de que después de algún tiempo me haya salido una frase medianamente ingeniosa o
literaria –vagamente literaria- como la última del párrafo anterior. Estoy casi
seguro de que no es gran cosa y que leída dentro de algún tiempo sonará tonta y
tópica, pero ahora mismo, mientras escribo, me hace mucha ilusión. ¡Tanto
tiempo sin saber lo que es escribir, sin descubrir una frase, una idea, una
emoción incluso, mientras se escribe! Porque de otra manera es imposible, al
menos para mí. Rara vez se me ocurre algo así, en seco, sin la apoyatura de las
teclas. Pero esto ya lo dije en otra ocasión, en otro texto, releído
recientemente. Con lo que ya me estoy citando a mí mismo, mal asunto.
He empezado
hablando de esos libros a los que deberíamos guardar eterno agradecimiento por
suponer, en un momento de nuestra vida, la vía de escape más natural y
placentera, por permitirnos distraernos de nosotros mismos y descubrir otros
mundos y otras formas de escritura y de creación. Por, en definitiva, hacernos
pasar un buen rato cuando no creíamos posible que eso sucediera. Y esa cosa tan
milagrosa, pasar un buen rato en determinadas circunstancias, es capaz de
lograrlo un artefacto rectangular hecho de papel y tinta, y muchas veces ajado
y amarilleado y con un olor extraño.
No puedo ocultar
que estoy escribiendo estas líneas fuertemente influido por Vila-Matas. Intento
imitar no ya su estilo, que eso es bien sencillo y casi natural, sino su
procedimiento a la hora de escribir, que es una cosa distinta. Sé que no es lo
que debería hacer, que debería escribir a partir de mí y sólo de mí, pero para
empezar no está tan mal, y además, si he de ser sincero, no me siento capaz de
escribir a partir de mí y sólo de mí. Ni siquiera sé si quiero. Durante los
últimos tiempos he sido un ser extraño para mí mismo, desconocido. Me he
olvidado de buena parte de mi ser, sobre todo de esa parte que es la que me
impulsaba a escribir y a decir las cosas que decía, y no es fácil acordarse
así, de golpe, en una sola mañana. Así que lo mejor será amoldarse
conscientemente a un escritor estimado y muy leído y releído durante los
últimos tiempos, a ver si así soy capaz de acordarme de mí mismo, de ese yo que era hace un tiempo, de ese yo que escribía, aunque sólo fuera un pálido
diario. Aunque, pensándolo un poco, a lo mejor no es necesario ni deseable ni
posible que ese yo regrese jamás.
Nuestro yo va mutando con el paso del
tiempo influido precisamente por ese paso del tiempo, o, más exactamente, por
nuestro paso por el tiempo y las circunstancias de la vida. El yo de ayer es un yo que nunca volverá.
Una vida absolutamente maravillosa. Ese es el título
de un nuevo libro al que uno guardará eterno agradecimiento. Un ladrillo más en
la pared de la biblioteca personal fundamental. Un título falso que esconde lo
que es el libro –su contenido nada tiene que ver con lo que el título evoca, y
estoy seguro de que el autor así lo quiso, quiso confundir al futuro lector que
lo comprara, no sin su punto de ironía y retranca-, pero a la vez
portentosamente lúcido y real porque, en efecto, leer esa colección de ensayos
novelados, o esas trazas de novelas y cuentos pasados por un delicioso filtro
ensayístico, puede hacer que la vida sea absolutamente maravillosa. Porque la
vida se vuelve maravillosa mientras se lee, pero también se vuelve maravillosa
después de haberlo leído y, aun diría más, antes de leer una sola línea. En
cada libro que leemos no hay un libro, sino tres: el que leemos mientras lo estamos
leyendo, el que queda en nuestra memoria después de haberlo leído y el que
había en nuestra imaginación antes de empezar a leerlo, y que permanece después
de la lectura, confrontándose así el libro imaginado y el libro, digamos, real.
Y los tres son igual de importantes, porque son distintos aun pareciéndose
mucho en la mayoría de los casos.
Personalmente,
no es ninguna decepción el que un libro se parezca mucho al que uno pensaba que
iba a ser antes de empezar a leerlo. Al revés, es algo que siempre me alegra.
Uno se crea unas expectativas determinadas y es difícil salirse de ellas. Uno,
en ese sentido, es un poco estrecho de mente. Claro que hay excepciones. En
este caso, en el caso de Una vida
absolutamente maravillosa no he encontrado muchas cosas distintas del
Vila-Matas que ya conocía de Doctor
Pasavento, El mal de Montano, Dietario voluble o París no se acaba nunca. Es más, algunos de esos ensayos suponen el
punto de partida de libros más voluminosos como los mencionados, el germen al
partir del cual crear, casi de forma mágica, una novela. Pero también, claro,
he hallado nuevos perfiles del escritor barcelonés que me han entusiasmado.
Nunca se conoce del todo a un escritor hasta que no se lee todo lo que ha
escrito. En cada página desconocida hay un rasgo nuevo y sorprendente, y no digamos
en cada libro.
No hay nada que
me guste más que un escritor me cuente sus filias literarias, y que además las
desgrane, me cuente cosas sobre esos escritores y me diga fundadamente por qué
le gustan tanto. Y Vila-Matas, durante las 554 páginas de Una vida absolutamente maravillosa, no hace otra cosa. Se trata del
resumen de la historia lectora del que es uno de los grandes escritores de
nuestro tiempo. Ya lo dice él mismo no sé si en este libro o en algún otro, o
puede que en varios a la vez, lo mismo da: “el escritor escribe, primero,
porque ha leído a otros, y después escribe porque ha empezado a escribir. Pero
siempre escribimos después de otros”, saliéndose de ese carril estrecho y
manido referido a motivaciones más metafísicas y trascendentes por el que
transitan la mayoría de los escritores cuando se les pregunta que por qué
escriben.
Por estas
páginas, densas en contenido, erudición literaria e inteligencia, desfilan una
y otra vez nombres como Kafka, Pessoa, Nabokov, Hemingway, Walser, Raymond
Roussel, Flaubert, Joyce, Gombrowicz, Borges, Virginia Woolf, Bolaño e incluso
Baroja. La obra de todos ellos es la moldura a partir de la cual el Vila-Matas
lector -el Vila-Matas que importa en este libro- fue convirtiéndose en el escritor que conocemos y que ha ido creando una
obra en la que lectura y escritura son difícilmente diferenciables, igual que
es difícil elucidar cuándo Vila-Matas está novelando, cuándo está escribiendo
un ensayo o cuándo, incluso, está escribiendo un poema camuflado de prosa. Es
muy posible que Vila-Matas esté escribiendo constantemente todo a la vez y
nosotros no nos demos cuenta o sólo estemos teniendo la vaga sospecha.
El libro, que no
es un libro solo, sino varios libros en uno (entre ellos la segunda parte del admirable Dietario voluble), es un libro de libros, un libro
escrito para escritores o futuros escritores y para quienes de verdad les
interese la literatura o quieran estar interesados. Para todos ellos se ofrece
por 14.95 euros un festín de comentarios, recuerdos, glosas, reflexiones y opiniones acerca de
libros admirados por el autor y que marcaron su vida indeleblemente y que, incluso,
le hicieron “más inteligente”, como le ocurrió con el Diario del escritor polaco Witold Gombrowicz. Si uno conoce un poco
a Vila-Matas, no le extrañará que Una
vida absolutamente maravillosa esté salpicada de citas en cada página, casi
en cada párrafo. Él mismo, consciente de que algunos puristas execran de esa
saturación de palabras de otros escritores, se justifica, de alguna manera, en
las páginas del libro, y lo hace, cómo no, recurriendo a la opinión de otro
escritor admirado: “Pienso con Fernando Savater que las personas que no
comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo
justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se
debe ser verdaderamente original es al citar. Y también creo con Savater que
los maniáticos anticitas están abocados a los destinos menos deseables para un
escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir, las dos peores variantes del
tópico. Citar es respirar literatura
para no ahogarse entre los tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno
a la pluma cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema, «no deberle nada a
nadie». En el fondo, quien no cita no hace más que repetir pero sin saberlo ni elegirlo”.
No puede uno
estar más de acuerdo. En este caso, está uno del lado de Vila-Matas y Savater,
lo cual, dicho sea de paso, no tiene ni mérito ni originalidad. Una vida absolutamente maravillosa es un compendio de citas de los escritores más
admirados por Vila-Matas y, también, de citas sobre esos escritores, comentarios de otros escritores también
admirados acerca de esos primeros escritores admiradísimos. Porque, además de
los monstruos literarios antes mencionados, uno se encuentra con nombres como
Alejandro Rossi, Sergio Pitol, Bruno Schulz o Macedonio Fernández, figuras un
tanto borrosas para uno, cuando no abiertamente desconocidas, y que suponen,
cada una de ellas, un nuevo horizonte de sugerencias, de escrituras, de formas
de entender la vida. Ya sólo por eso Una
vida absolutamente maravillosa es un verdadero regalo.
No puedo negar
que estoy feliz de que Una vida
absolutamente maravillosa haya pasado por mi vida. Su lectura ha supuesto
impagables momentos de disfrute, de olvido de uno mismo y encuentro de otros, y
me ha animado –junto con la falta de internet- a hacer lo que estoy haciendo en
este momento, esta mañana de verano, en una biblioteca pública: escribir. Se
trata de un libro ya decisivo para mí, igual que lo fueron todos esos libros
mencionados por Vila-Matas en este libro mencionado por mí en este post. Un
libro mágicamente entreverado en mi vida, a pesar de haberme ayudado a
olvidarme de ella, como hacen todos los buenos libros. Porque, como dice el
mismo Vila-Matas, “y es que, como escribiera Calvino, lo que la literatura
puede enseñarnos no son métodos prácticos, sino sólo las posiciones. El resto
es una lección que no debe extraerse de la literatura: es la vida la que debe
enseñarla. En definitiva, saber tomar posición –o, lo que es lo mismo, saber
plantarse- ante la vida”. Aunque esa vida sea absolutamente maravillosa.
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