jueves, 14 de enero de 2010

O SEA, QUE FUE ASÍ SIEMPRE...


"En la vida sucede lo mismo que en la literatura: en todas partes se encuentra a la plebe incorregible, que llena todo por legiones, ensuciándolo todo como las moscas en verano. De aquí el sinnúmero de libros malos, esta mala hierba de la literatura que quita la savia al trigo, ahogándolo. Absorben el tiempo, el dinero y la atención del público, que pertenece por entero a los libros buenos y sus nobles fines, mientras que los otros están escritos con la única intención de producir dinero y procurar empleos. No son sólamente inútiles, sino positivamente perniciosos. Nueve décimas partes de toda nuestra literatura contemporánea no tiene otro fin que sacar de los bolsillos del público algunos táleros; para esto se han conjurado autores, editores y críticos.

Es un golpe impertinente de literatos, escritores y polígrafos contra el buen gusto y la verdadera ilustración de los contemporáneos el que hacen engañando al mundo elegante, haciéndole leer a tempo siempre lo mismo, lo último, para tener un asunto de conversación en sus círculos; para esto sirven las malas novelas y producciones parecidas de plumas una vez renombradas, como antes las de Spindler, Bulwer, Eugenio Sué, etc. Este afán de leer lo modernísimo de cabezas vulgares, que sólo escriben por el dinero, haciendo que no lean los amplios y grandes espíritus de todos tiempos y países, que sólo conocen de nombre, es un medio astuto de robar al público estético el tiempo que necesitaría en bien de su cultura.

Por esto es muy importante conocer el arte de no leer. Consiste en no leer lo que preocupa momentáneamente al gran público, como libelos políticos y eclesiásticos, novelas, poesías, etc., algunos de los cuales alcanzan varias ediciones; hay que estar seguro que siempre encuentra un gran público quien escribe para necios, consagrando exclusivamente el tiempo a las obras de los grandes espíritus de todos los tiempos y pueblos que se elevan por encima de la humanidad y que la fama indica. Únicamente éstos instruyen y educan.

Nunca se puede leer a menudo lo bueno: los libros malos son veneno intelectual, corrompen el espíritu.

Para leer lo bueno es necesario no leer lo malo, porque la vida es corta y el tiempo y las fuerzas, limitadas.

Se escriben libros sobre los grandes espíritus del pasado, y el público los lee, pero no a aquellos, porque quiere siempre ver impresos y frescos y como similis simili gaudet, y con el vulgo está más en armonía la charla de los cretinos contemporáneos que los pensamientos de los grandes espíritus. Doy las gracias al destino que me hizo leer un hermoso epigrama de A. W. Schlegel, que ha llegado a ser mío:

Leed con calor a los verdaderos antiguos: lo que de ellos dicen los modernos no significa mucho.

¡Cómo se parecen los hombres vulgares! ¡Todos parecen hechos con el mismo molde! ¡Les ocurre siempre los mismo en las mismas ocasiones!

Y sus bajas intenciones personales, y la charla despreciable de tales sujetos lee un público estúpido con tal que estén impresas hoy mismo, dejando en los estantes a los grandes espíritus.

Increíble es la necedad del público por las últimas producciones, que debieran ser despreciadas desde el primer día de su publicación, como lo serán dentro de pocos años y para siempre, una mera materia para reír sobre los caprichos de los tiempos pasados. En lugar de leer lo mejor de todos los tiempos, se lee lo más moderno, y los escritores quedan metidos en el pantano, siempre más denso, de su propio estiércol recucidos en el círculo estrecho de las ideas de moda.

(...)

No hay mayor goce espiritual que la lectura de los antiguos clásicos: su lectura, aunque de una media hora, nos purifica, recrea, refresca, eleva y fortalece, como si se hubiese bebido en una fresca fuente que mana entre rocas".

Arthur Schopenhauer (Sobre la lectura y los libros)

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