"Que
somos todos diferentes es un axioma de nuestra humanidad. Sólo nos
parecemos de lejos, en la medida, por lo tanto, en que no somos
nosotros. La vida es, por eso, para los indefinidos; sólo pueden
convivir los que nunca se definen, y son, uno y otro, nadies.
Cada uno de nosotros es dos, y
cuando dos personas se encuentran, se acercan, se unen, es raro que las
cuatro puedan estar de acuerdo. El hombre que sueña en cada hombre que
actúa, si tantas veces se enfada con el hombre que actúa, ¿cómo no se malquistará con el hombre que obra y el hombre que sueña en el Otro?
Somos fuerzas porque somos vidas.
Cada uno de nosotros tiende hacia sí mismo con escala en los otros. Si
tenemos por nosotros mismos el respeto de encontrarnos interesantes,
(...) Toda aproximación es un conflicto. El otro es siempre el obstáculo
para quien busca. Sólo quien no busca es feliz; porque sólo quien no
busca, encuentra, visto que quien no busca ya tiene, y tener ya, sea lo
que sea, es ser feliz (como no pensar es la parte mejor de ser rico).
Te miro, dentro de mí, novia
supuesta, y ya nos desavenimos antes de que existas. Mi costumbre de
soñar claro me da una noción justa de la realidad. Quien sueña demasiado
necesita darle realidad al sueño. Quien da realidad al sueño tiene que
dar al sueño el equilibrio de la realidad. Quien da al sueño el
equilibrio de la realidad sufre de la realidad de soñar tanto como de la
realidad de la vida (y de lo irreal del sueño como la de sentir la vida
irreal).
Estoy esperándote, en un devaneo,
en nuestro cuarto de dos puertas, y te sueño viniendo y en mi sueño
entras hasta mí por la puerta de la derecha; si, cuando entras, entras
por la puerta de la izquierda, hay ya una diferencia entre tú y mi
sueño. Toda la tragedia humana reside en este pequeño ejemplo de cómo
aquellos con quien pensamos no son aquellos en que pensamos.
El amor pide identidad en la
diferencia, lo que ya es imposible en la lógica, cuanto más en el mundo.
El amor quiere poseer, quiere hacer suyo lo que tiene que quedarse
fuera para que él sepa que se vuelve suyo y no es él. Amar es
entregarse. Cuanto mayor la entrega, mayor el amor. Pero la entrega
total entrega también la conciencia del otro. El amor es, por eso, la
muerte, o el olvido, o la renuncia [...]
En la terraza antigua del palacio,
alzada sobre el mar, meditaremos en silencio la diferencia entre
nosotros. Yo era príncipe, y tú, princesa, en la terraza a la orilla del
mar. Nuestro amor había nacido de nuestro encuentro, como la belleza
nació del encuentro de la luna con las aguas.
El amor quiere la posesión, pero no
sabe lo que es la posesión. Si yo no soy mío, ¿cómo seré tuyo, o tú
mía? Sí no poseo mi propio ser, ¿cómo poseeré un ser ajeno? Si ya soy
diferente de aquel al que soy idéntico, ¿cómo ser idéntico a aquel de
quien soy diferente?
El amor es un misticismo que quiere ejercitarse, una imposibilidad que sólo es soñada como debiendo ser realizada.
Metafísico. Pero toda la vida es
una metafísica a oscuras, con un rumor de dioses y el desconocimiento de
la derrota como única vía.
La peor astucia conmigo de mi
decadencia es mi amor a la nostalgia y a la claridad. Siempre he creído
que un cuerpo bello y el ritmo feliz de un andar joven tienen más
competencia en el mundo que todos los sueños que hay en mí. Es con una
alegría de la vejez por el espíritu como sigo a veces —sin envidia ni
deseo— a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo
hacia la conciencia inconsciente de la juventud. Disfruto de ellos como
disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. Si los
comparo conmigo, continúo disfrutándolos, pero como quien disfruta de
una verdad que le hiere, uniendo al dolor de la herida la conciencia de
haber comprendido a los dioses.
Soy lo contrario de los
espiritualistas simbolistas, para quienes todo ser, y todo
acontecimiento, es la sombra de una realidad de la que es sombra apenas.
Cada cosa, para mí, es, en vez de un punto de llegada, un punto de
partida. Para el ocultista, todo acaba en todo; todo empieza en todo
para mí.
Procedo, como ellos, por analogía y
sugestión, pero el jardincito que les sugiere el orden y la belleza del
alma, a mí no me recuerda más que el jardín mayor donde pueda ser,
lejos de los hombres, feliz la vida que no puede serlo.
Cada cosa me sugiere, no la realidad de la cual es sombra, sino la realidad hacia la cual es el camino.
El jardín de la Estrella, por la
tarde, es para mí la sugestión de un parque antiguo, en los siglos de antes
del desencanto del alma."