Los jugadores del Barça celebran el triple de Huertas |
La imagen la
captó una cámara de Teledeporte. Es la secuencia del triple de Huertas visto
por los ojos de Pablo Laso. El entrenador del Real Madrid está sudando, con la
frente brillante y las ojeras de desvelo y preocupación, después de un partido
durísimo, por momentos sublime de su equipo, y que va camino de evaporarse con
ese balón que surca el cielo del Palau, hasta acabar dentro. Es el nanometraje
de diecisiete puntos de ventaja (43-60) que se van por el sumidero. Catorce en
el último cuarto (60-74), once a falta de poco más de cuatro minutos (68-79). En
un soplo, en un tiempo de Planck –la unidad de tiempo más pequeña conocida-, se
derrumba la ilusión que suponía un 0-1 que, para el Madrid, sabía a título, a
doblete, a gloria, después de una temporada con altibajos en la que el propio
Laso, a pesar del éxito de la Copa del Rey y del vistoso juego desplegado por
su equipo, había tenido que encajar críticas quizá excesivas. Es lo que tiene
no ser balcánico ni vehemente, que automáticamente está uno bajo sospecha, si
es entrenador de baloncesto. Los ojos de Laso, pequeños e inteligentes,
parecían recordar todo eso mientras contemplaban aterrorizados la franca
trayectoria del balón lanzado por Huertas. Hay tiros que, por inverosímiles que
parezcan, se sabe que van a entrar, porque a veces, en la vida y en el
baloncesto, sólo puede ocurrir lo increíble. Y, gracias a la cámara de
Teledeporte, sabemos que Laso sabía que ese balón iba dentro. En realidad, lo
sabía Laso y lo sabían todos los madridistas.
Cuando el balón
entró, el rostro de Laso apenas sufrió transformación. Es lo que suele ocurrir
con golpes de este tipo, tan duros, tan inesperados, imaginados solo como la
peor de las situaciones hipotéticas. Y, cuando ocurren, cuando uno tiene que
encajarlos, no hay reacción inmediata. Los asustados ojos del vitoriano
permanecieron como estaban. Unos segundos después, se limitó a decir unas
palabras, sospechamos que de incredulidad e impotencia. Al fondo, los jugadores
del banquillo del Real Madrid con las manos en la cabeza y, delante, como
desfile frenético, la plantilla entera del Barça corriendo a abrazar a Huertas,
que mascaba su felicidad tirado en el suelo, gritando y tensando los músculos
después de un partido catastrófico (cero puntos hasta ese momento, 0/5 en el
tiro, -5 de valoración). Así son las ilusiones, las que vienen y las que se
van: se derrumban de un soplo, con un triple a tabla. Aviso a todo el mundo…
Porque lo de
ayer, ese triple que desde el mismo momento en que entró pasó a formar parte de
la historia y la leyenda de la ACB y el baloncesto, es un aviso a todo el
mundo: al Real Madrid, por supuesto, que fue el que lo sufrió, pero también a
todos aquellos que vieron el partido por Teledeporte y se encontraron con
desenlace tan tremendo; es un aviso para los amantes del baloncesto, que nunca
dejarán de asombrarse con su querido deporte por más que éste les ofrezca
escenas como la de ayer, y también para los que anoche veían por primera vez un
partido, que aprendieron que el baloncesto es una perfecta metáfora de la vida,
con sus dulzores y amarguras; es un aviso también para los espectadores del
Palau y para el propio Barça, tan feliz ayer, y con razón, después del milagro,
y que ahora sabe mejor que nadie que algo así puede repetirse en su contra,
quién sabe si en esta misma serie final. Es un aviso, en fin, de lo que es la
vida, el amor y el baloncesto, donde las ilusiones de derrumban de un soplo,
con un triple a tabla, igual que vienen…
Laso, con su
amable perfil de Sancho Panza, dijo después del golpe que había que levantarse
lo antes posible y añadió la inteligente reflexión –sobre todo teniendo en
cuenta que la hizo en caliente- de que la suerte hay que buscarla y que si no
se hubieran cometido tantos errores en esos cuatro últimos minutos fatales no
habría habido lugar al increíble desenlace que todos vimos. Palabras
justas y mesuradas –las habría dicho exactamente igual el propio Sancho- que
quizá encierren la sospecha de que ni su equipo ni él podrán levantarse de
esta. Porque estas cosas ocurren, hay golpes que dejan incapacitado al que los
recibe y que, si no a largo plazo, sí que imposibilitan una reacción inmediata.
Y el Madrid, que mañana vuelve a visitar el escenario de la tortura y los
sueños que volaron, necesita pasar página a una velocidad einsteiniana. El arte
de olvidar como único remedio para seguir adelante, para no claudicar.
La pregunta se
la hace todo el mundo: ¿será el Madrid capaz de reponerse? En un segundo, en un
nanosegundo, en un tiempo de Planck, el equipo blanco pasó de un 0-1 con aroma
de doblete a un 1-0 tenebroso, con el rival armado de moral hasta los dientes y
que, ahora mismo, se cree invencible tras haber superado 35 minutos de
epilepsia baloncestística. El aguante del Real Madrid ante situaciones críticas
está más a prueba que nunca. Ya superó unas cuantas en la mítica serie ante el
Caja Laboral, pero lo de ayer supera a todas ellas juntas y a cualquiera que el
equipo pueda echarse sobre los hombros. Si el plan era bueno, si estaba siendo
ejecutado a la perfección, si en el Barça sólo anotaban Navarro y Lorbek y
Carroll lo metía todo, Tomic descosía la pintura blaugrana, Singler encestaba
con fluidez y Sergio Rodríguez se encontraba en su salsa, si el rival estaba además
desquiciado y protestando a los árbitros, si todo ello confluyó en un partido y
no se ganó… ¿qué esperar a partir de ahora?
Sin embargo, y
ahí está la esperanza para el Madrid, a pesar de todo lo dicho y de la
violencia del impacto del triple de Huertas sobre el ánimo blanco, queda la
certeza de que el baloncesto, como la vida, sigue, porque tiene inercia de
seguir. Así de simple, así de cierto, así de reconfortante.