miércoles, 9 de enero de 2013

LA NOCHE QUE LLEGUÉ

Francisco Umbral (1932-2007). Lápiz sobre papel Canson
"La primera noche que entré en el Café Gijón puede que fuese una noche de sábado. Había humo, tertulias, un nudo de gente en pie, entre la barra y las mesas, que no podía moverse en ninguna dirección, y algunas caras vagamente conocidas, famosas, populares, a las que en aquel momento no supe poner nombre. Podían ser viejas actrices, podían ser prestigiosos homosexuales, podían ser cualquier cosa."

sábado, 5 de enero de 2013

DOS MANOS UNIDAS EN IÁSNAIA POLIANA

Liev Tolstói, retratado por los años en que escribió "Resurrección". Lápiz sobre papel Canson
"Me imagino que, desde la más tierna edad, a nuestros hijos debería enseñárseles que un hombre no puede ser superior a otro... que es una vergüenza y una bajeza el querer hacerse superior al prójimo".

Unas palabras de Mauricio Wiesenthal, extraídas de su libro El viejo León. Tolstói, un retrato literario:

"Él se consideró siempre feo y, quizá por eso, cubriría siempre su barba por una barba poblada. Tenía la nariz chata y respingona, los ojos pequeños y hundidos -aunque muy vivos-, los labios prominentes (algunos de sus personajes se distinguirían por ese rasgo), las orejas altas y el cabello rebelde. En su juventud era, además, apasionado y melancólico, inestable de carácter y sentía una timidez invencible con las muchachas. Poco a poco fue venciendo esas dificultades, creándose una imagen de dandi -con una expresión de desdén y fastidio a lo Byron- y distinguiéndose más por sus extravagancias que por su elegancia".

sábado, 22 de diciembre de 2012

CIUDADES

El coliseo por la mañana. Lápiz grafito sobre papel Canson

El invierno en París. Lápiz grafito sobre papel Canson.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

EL VIEJO LEÓN

Liev Tolstoi (1828-1910). Retrato a lápiz sobre papel Canson
"No importa que un ser humano tenga o no razón. Lo importante es que no podemos juzgar a nadie por haber sido -sinceramente y sin trampas- un ser humano."

domingo, 14 de octubre de 2012

EL RÍO DE LA POSESIÓN

"Que somos todos diferentes es un axioma de nuestra humanidad. Sólo nos parecemos de lejos, en la medida, por lo tanto, en que no somos nosotros. La vida es, por eso, para los indefinidos; sólo pueden convivir los que nunca se definen, y son, uno y otro, nadies. 
Cada uno de nosotros es dos, y cuando dos personas se encuentran, se acercan, se unen, es raro que las cuatro puedan estar de acuerdo. El hombre que sueña en cada hombre que actúa, si tantas veces se enfada con el hombre que actúa, ¿cómo no se malquistará con el hombre que obra y el hombre que sueña en el Otro? 
Somos fuerzas porque somos vidas. Cada uno de nosotros tiende hacia sí mismo con escala en los otros. Si tenemos por nosotros mismos el respeto de encontrarnos interesantes, (...) Toda aproximación es un conflicto. El otro es siempre el obstáculo para quien busca. Sólo quien no busca es feliz; porque sólo quien no busca, encuentra, visto que quien no busca ya tiene, y tener ya, sea lo que sea, es ser feliz (como no pensar es la parte mejor de ser rico). 
Te miro, dentro de mí, novia supuesta, y ya nos desavenimos antes de que existas. Mi costumbre de soñar claro me da una noción justa de la realidad. Quien sueña demasiado necesita darle realidad al sueño. Quien da realidad al sueño tiene que dar al sueño el equilibrio de la realidad. Quien da al sueño el equilibrio de la realidad sufre de la realidad de soñar tanto como de la realidad de la vida (y de lo irreal del sueño como la de sentir la vida irreal). 
Estoy esperándote, en un devaneo, en nuestro cuarto de dos puertas, y te sueño viniendo y en mi sueño entras hasta mí por la puerta de la derecha; si, cuando entras, entras por la puerta de la izquierda, hay ya una diferencia entre tú y mi sueño. Toda la tragedia humana reside en este pequeño ejemplo de cómo aquellos con quien pensamos no son aquellos en que pensamos. 
El amor pide identidad en la diferencia, lo que ya es imposible en la lógica, cuanto más en el mundo. El amor quiere poseer, quiere hacer suyo lo que tiene que quedarse fuera para que él sepa que se vuelve suyo y no es él. Amar es entregarse. Cuanto mayor la entrega, mayor el amor. Pero la entrega total entrega también la conciencia del otro. El amor es, por eso, la muerte, o el olvido, o la renuncia [...] 
En la terraza antigua del palacio, alzada sobre el mar, meditaremos en silencio la diferencia entre nosotros. Yo era príncipe, y tú, princesa, en la terraza a la orilla del mar. Nuestro amor había nacido de nuestro encuentro, como la belleza nació del encuentro de la luna con las aguas. 
El amor quiere la posesión, pero no sabe lo que es la posesión. Si yo no soy mío, ¿cómo seré tuyo, o tú mía? Sí no poseo mi propio ser, ¿cómo poseeré un ser ajeno? Si ya soy diferente de aquel al que soy idéntico, ¿cómo ser idéntico a aquel de quien soy diferente? 
El amor es un misticismo que quiere ejercitarse, una imposibilidad que sólo es soñada como debiendo ser realizada. 
Metafísico. Pero toda la vida es una metafísica a oscuras, con un rumor de dioses y el desconocimiento de la derrota como única vía. 
La peor astucia conmigo de mi decadencia es mi amor a la nostalgia y a la claridad. Siempre he creído que un cuerpo bello y el ritmo feliz de un andar joven tienen más competencia en el mundo que todos los sueños que hay en mí. Es con una alegría de la vejez por el espíritu como sigo a veces —sin envidia ni deseo— a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia inconsciente de la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. Si los comparo conmigo, continúo disfrutándolos, pero como quien disfruta de una verdad que le hiere, uniendo al dolor de la herida la conciencia de haber comprendido a los dioses. 
Soy lo contrario de los espiritualistas simbolistas, para quienes todo ser, y todo acontecimiento, es la sombra de una realidad de la que es sombra apenas. Cada cosa, para mí, es, en vez de un punto de llegada, un punto de partida. Para el ocultista, todo acaba en todo; todo empieza en todo para mí. 
Procedo, como ellos, por analogía y sugestión, pero el jardincito que les sugiere el orden y la belleza del alma, a mí no me recuerda más que el jardín mayor donde pueda ser, lejos de los hombres, feliz la vida que no puede serlo. 
Cada cosa me sugiere, no la realidad de la cual es sombra, sino la realidad hacia la cual es el camino. 
El jardín de la Estrella, por la tarde, es para mí la sugestión de un parque antiguo, en los siglos de antes del desencanto del alma."

miércoles, 19 de septiembre de 2012

SOBRE LA TRISTEZA, EL JÚBILO Y LA FELICIDAD



La tristeza es un invento portugués. O casi. Lo saben bien quienes hayan visitado Lisboa, quienes hayan leído a Pessoa y quienes hayan escuchado alguna vez un fado. Los portugueses sienten la tristeza a su manera, la sienten como propia, casi como derecho inalienable, y se diría que en portugués el término tristeza no quiere decir lo mismo que en el resto de lenguas del mundo, sino muchas más cosas. Es una forma de vida, una tradición, incluso para los millonarios, guapos y jugadores del Real Madrid, como Cristiano Ronaldo. Esto, en un país como España, oficialmente alegre, se entiende mal y llega a criticarse despiadadamente, como si la tristeza, real o fingida, sólo fuera patrimonio de los pobres, de los marginados y de los jugadores del Atlético de Madrid. Porque si Cristiano no tiene derecho a estar triste, aquí en el Primer Mundo no lo tenemos nadie.
Un buen pintor habría pintado un cuadro tormentoso, con apocalípticos paisajes de nubes y horizontes negros sobre una ciudad grande y dominadora, con las dos últimas semanas del Real Madrid, desde la publicitada tristeza de Cristiano -¿qué saudades tienes, Cris?-, pasando por las tristezas colectivas tras la derrota de Sevilla hasta el júbilo por la remontada de ayer ante el lujosísimo Manchester City. Todo un viaje emocional en apenas quince días, que algunos tardan en hacer toda una vida pero que en muy poco tiempo el Madrid es capaz de ofrecer a una hinchada hambrienta de drama vital, de representaciones en directo de la vida cruda que pasa y no termina, espectáculo que sólo el deporte puede ofrecer y, dentro del deporte, el Real Madrid como ninguna otra institución del mundo (quizá conjuntamente con los Lakers).
Quizá Cristiano se equivocó en una cosa: no en decir a los periodistas que estaba triste, sino en utilizar el término tristeza. Pessoa, portugués de Lisboa, en su obra maestra de la tristeza Libro del desasosiego, no lo utiliza una sola vez; la tristeza es el libro en sí, no una palabra que lo defina. Si Cristiano hubiera sido consciente de esto es seguro que su famoso discurso habría sido mucho más elegante, más estético y, por ello, mucho mejor acogido por el alegre ciudadano español y por la propia afición madridista. Le sobró decir que estaba triste, habiendo podido decirlo con otras palabras, por ejemplo: “tengo frío de la vida. Todo es cuevas húmedas y catacumbas sin luz en mi existencia. Soy la gran derrota del último ejército que defendía al último imperio…” o “príncipe de mejores ocasiones, otrora fui tu princesa, y nos amamos con una amor de otra especie, cuya memoria me duele”, etcétera.
Ayer, el portugués sí celebró su gol, y lo celebró como se deben celebrar los mejores goles: sin gestos para la galería, sin intervención de la inteligencia ni la conciencia, sepultado por compañeros sinceramente contentos, llevado nada más que por la alegría de haber hecho algo importante y, todavía más, casi inverosímil. No quiere decir esto que la tristeza se le evaporara a Cristiano, pues lo que ayer aconteció en el Bernabéu tuvo que ver con el júbilo, pero no con la felicidad, que es un estado plano y continuo, sereno y consciente, que en el Real Madrid, por definición de lo que es el club, el entorno y la exigencia, es casi imposible de alcanzar.
Que la felicidad tiene que poco que ver con lo de anoche se vio nada más terminar el partido, con esas declaraciones de Cristiano a TVE en las que no negaba su tristeza y escurrió el bulto cuando el reportero tocó el tema. Igual que una fiesta, por muy fastuosa que sea, no sirve para curar a un alma deprimida sino sólo para aliviarla momentáneamente, la victoria de ayer y cómo se produjo no tapa las dificultades futbolísticas del equipo y el hecho de que está a ocho puntos del Barcelona en Liga. Cuando la fiesta termina, esa alma debe regresar a casa y en algún momento se encontrará a solas, habiendo tirado su traje elegante encima de la cama y con toda su tristeza a cuestas que, en última instancia, ella y sólo ella tendrá que soportar. Después del júbilo, la felicidad aún está lejos, quizá más lejos que nunca.
¿Qué le falta al Real Madrid para alcanzar la felicidad? Ganar la Décima, dirá uno, olvidando que el entrenador que ganó la Séptima abandonó el club inmediatamente después de la gesta. Ganar Liga y Décima, dirá otro, obviando que al año siguiente se le exigirá la Undécima y otra liga más, sólo que jugando mejor. Ganar todos los años la Liga y la Champions desplegando un juego perfecto, dirá el de más allá, sin tener en cuenta que eso sólo ocurre en los sueños y que hay enemigos, que otros clubes también juegan. Las pretensiones siempre estarán ahí y el ser humano, y más aún el madridista, nunca se sacia. Más que preguntarse sobre qué le falta al club para ser feliz, habría que indagar sobre lo que sobra. Gestos, ciertos personajes, entorno, dinero incluso. Hoy, con la fiesta de ayer, parecen haberse olvidado ciertas tristezas, pero no olvidemos tampoco que la vida y la competición siguen y que en ellas, y no en lo pasado (aunque sea tan reciente como el 3-2 de anoche), está la lucha, y, en la lucha, quizá, la felicidad.

jueves, 6 de septiembre de 2012

SENTIMIENTO APOCALÍPTICO

"Cómo me gustaría ser otro allá por la tarde de verano... Abro la ventana. Todo allá fuera es suave, pero me aflige como un dolor inconcreto, como una sensación vaga de descontento.
Y una última cosa me hiere, me rasga, me destroza el alma toda. Es que yo, a esta hora, a esta ventana, ante estas cosas tristes y suaves, debía ser una figura estética, bella, como una figura de un cuadro —y no lo soy, ni esto soy...
La hora, que pase y olvide... La noche, que venga, que crezca, que caiga sobre todo y nunca se levante. Que esta alma sea mi túmulo para siempre, y que (...) si absoluto y en tinieblas, y yo nunca piense en vivir sintiendo y deseando"